A la buena de Dios
“De repente, todo a su alrededor se vistió de vírgenes y santos. De San Expedito al Padre Mario, pasando por un cura que su mamá acercó hasta la sala del hospital donde estaba internado para untarlo en aceite. “¡Sacalo de acá, mami que no me pueden ni tocar!”, le suplicaba él. Pero ella, desde la fe, y su padre, desde la voluntad, se sumaron a los médicos del Posadas para que saliera adelante con el tratamiento. “Mi viejo -cuentase iba a comprar hielo hasta una estación de servicio, en pleno invierno, para bajarme la temperatura que tenía en el cuerpo porque con las drogas que me daban no alcanzaba y me lo ponía debajo de las axilas, en la frente y entre las piernas. Eso fue así en los siete meses más críticos del tratamiento, cuando uno busca aferrarse a lo que sea, y la fe en esos momentos se convierte en algo importante”.