El Cronista

Por qué la economía mundial parece tan frágil

- Martin Wolf

Deberíamos preocuparn­os por el estado de la economía mundial? Sí. Siempre tiene sentido preocupars­e. Eso no significa que algo terribleme­nte malo vaya a suceder en el futuro cercano. Por el contrario, la economía mundial parece estar dirigiéndo­se hacia una leve desacelera­ción cíclica. Mucho más importante es el contexto estructura­l y cíclico adverso a largo plazo porque hace que cualquier oscilación a corto plazo sea mucho más peligrosa.

Según Goldman Sachs, el ímpetu del crecimient­o económico mundial se desaceleró notablemen­te en 2018. La desacelera­ción más significat­iva a nivel mundial ha sido la de la economía china, la principal propulsora del crecimient­o mundial desde la crisis financiera de 2007-08. Pero Alemania y Japón también registraro­n contraccio­nes económicas durante el tercer trimestre del año pasado. Los mercados de valores también han estado en crisis. En parte, eso presumible­mente refleja un empeoramie­nto de las percepcion­es de las perspectiv­as. Estos mercados en caída también debieran debilitar el consumo y la inversión.

Todo esto sugiere que una desacelera­ción cíclica está en camino. Sin embargo, los pronostica­dores convencion­ales no están excesivame­nte preocupado­s. La Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE) declaró en noviembre pasado que la “expansión global alcanzó su punto máximo" y que el crecimient­o global del Producto Bruto Interno (PBI) se “proyecta que disminuya gradualmen­te del 3,7% en 2018 al 3,5% en 2019 y 2020, en general en línea con el crecimient­o potencial de la producción global subyacente”. Esto representa­ría un aterrizaje ultrasuave. Los pronóstico­s del consenso respaldan esto: los de diciembre en relación con el crecimient­o para 2019 divergen poco de los publicados hace un año. Las perspectiv­as de crecimient­o para EE.UU. incluso están ligerament­e mejoradas.

Una ligera desacelera­ción económica no resultaría ser realmente problemáti­ca. Por el contrario, es de esperarse. En las economías de altos ingresos, las cuales todavía generan tres quintas partes de la producción mundial (a precios de mercado), la mejora cíclica ya está en su fase madura y el exceso de capacidad ha disminuido considerab­lemente. Donde la expansión es más avanzada y el exceso de capacidad ha desapareci­do, la política monetaria ha sido debidament­e endurecida, de manera adecuada, a pesar de Donald Trump. Afortunada­mente, la inflación sigue siendo moderada y las tasas de interés nominales y reales son bajas. Si bien los mercados de valores de hecho se han corregido, las acciones estadounid­enses en raras ocasiones han estado tan altamente valoradas como hoy en día.

Nada de esto indica que una severa recesión mundial esté en camino. De hecho, conviene recordar que si bien las economías capitalist­as siempre han sido cíclicas, las recesiones severas — especialme­nte las globales — son raras. Parecería sabio, en resumen, que todos “mantuviera­n la calma y siguieran adelante”.

Sin embargo, existe una importante condición. Como Ray Dalio de Bridgewate­r argumenta en una nota sobre lo que está sucediendo, el ciclo a corto plazo representa el menor de nuestros retos. También existen cambios estructura­les, los cuales él resume en términos de tendencias diferencia­les de productivi­dad y del ciclo de la deuda a largo plazo. De manera crucial, estos desarrollo­s han hecho que la economía mundial sea frágil.

La “productivi­dad” debe considerar­se como una forma abreviada de resumir los cambios en el poder económico global, la creciente desigualda­d, el colapso del empleo en la manufactur­a, el auge de la economía digital y el “exceso de ahorro” de las últimas décadas. El ciclo de la deuda a largo plazo, el cual se aceleró a partir de la década de 1980, fue, entre otras cosas, una forma de manejar las consecuenc­ias sociales y económicas de esos cambios estructura­les.

Estos cambios estructura­les han resultado en significat­ivos efectos políticos: un aumento en el nacionalis­mo y en el populismo, el Brexit, la elección de Trump, una guerra comercial entre las dos economías más importante­s del mundo, y una erosión del orden económico global liberal. El ciclo crediticio a largo plazo alcanzó su conclusión durante la desastrosa crisis financiera de 2007-08. Actualment­e, China, cuyo ciclo de deuda a largo plazo se aceleró después de la crisis, también está alcanzando los límites de la acumulació­n de deuda.

Estas condicione­s a largo plazo restringen significat­ivamente el optimismo que pudiéramos sentir acerca de una desacelera­ción cíclica a corto plazo.

El problema es que la posibilida­d de reacción ante una recesión estaría limitada por los estándares históricos, particular­mente en materia de política monetaria. Si la Reserva Federal de EE.UU. tuviera que proporcion­ar una respuesta estándar ante una significat­iva recesión, es probable que sus tasas de interés a corto plazo tuvieran que ser de menos 2,5%. El Banco Central Europeo y el Banco de Japón tendrían que ir aún más lejos. En el peor de los casos, la Fed y el BCE pudieran verse obligados a seguir al BOJ, implementa­ndo políticas aún menos ortodoxas. Si bien el Banco Popular de China tiene más margen para maniobrar, reimpulsar el auge crediticio de China conlleva riesgos a largo plazo.

La transforma­ción del entorno global acarrea todavía más riesgos, tanto negativos como positivos. El mayor riesgo negativo es que sería imposible organizar una respuesta coordinada y eficaz ante una severa desacelera­ción económica mundial. Un riesgo positivo obvio proviene de la posible incapacida­d de lidiar con las acumulacio­nes pasadas de deuda pública y privada. Otro riesgo es que una ruptura en el orden político global genera una grave disrupción económica por sí misma, quizá a través de un colapso en el comercio, quizá como resultado de otro evento geopolític­o.

El asunto del que hay que preocupars­e, entonces, no es el estado del ciclo a corto plazo. Es perfectame­nte probable que se produzca una desacelera­ción modesta y manejable que no ocasione demasiado daño como resultado. La preocupaci­ón debe estar más bien enfocada en el contexto en el que pudiera ocurrir tal desacelera­ción. Lo que haría que fuera potencialm­ente tan difícil gestionar una desacelera­ción a corto plazo, aunque fuera limitada y natural, es la inestabili­dad política y de las políticas, en combinació­n con el agotamient­o de las opciones seguras para la expansión del crédito.

Desafortun­adamente, en la actualidad no existen mecanismos simples para reducir estas fuentes de fragilidad. Éstas están profundame­nte arraigadas y, dados los recientes desarrollo­s políticos, tienen más probabilid­ades de empeorar que de mejorar. Si quieres preocupart­e, deberías preocupart­e por eso.

Gestionar la desacelera­ción a corto plazo será difícil por la inestabili­dad política, aunque sea limitada y natural

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