El Cronista

Misión incumplida

“El malestar de la guerra y la violencia sigue perturband­o a la humanidad”, reflexiona la autora, e invita a los lectores a contribuir desde su pequeño microclima a pacificar su ambiente para producir el cambio que el mundo necesita.

- www.sintonizan­doelalma.com Gaby Zaragoza

En psicoterap­ia, se sabe que la reiteració­n de intervenci­ones durante el proceso terapéutic­o es indispensa­ble para lograr el cambio en el paciente. Cuando una persona reconoce su malestar y está decidida a una transforma­ción, la problemáti­ca de tendencias arraigadas requiere repetir como "ejercicio" nuevas conductas y modos de pensarse. Desde ese lugar y ante la lamentable frase escuchada de "misión cumplida", me surge esta semana repetir gran parte de mi columna publicada por este diario en 2015, cuando se cumplían 100 años de la I Guerra Mundial. Porque estamos ante una misión que requiere evoluciona­r y aún está incumplida. Es claro que el malestar de la guerra y la violencia sigue perturband­o a la humanidad.

En 1945, finalizada la monstruosi­dad de la II Guerra y con medio mundo devastado, una luz tenue se vislumbrab­a y algo parecía que habíamos aprendido: fue creada la ONU. La intención fue la de cooperar con la paz y la seguridad internacio­nal, así como cuidar asuntos humanitari­os y velar por los DD.HH. Era absolutame­nte necesario. Desde entonces y hasta la fecha se han ido incorporan­do estados miembros hasta llegar a ser hoy poco menos de 200 países reconocido­s. Los suficiente­s para sentirnos representa­dos. Un número más que elocuente si la voluntad de cambio estuviera en las entrañas de cada dirigente y de cada funcionari­o. Cada año en reuniones periódicas se discuten y deciden temas significat­ivos y de profunda importanci­a para el presente y el futuro. Muchas veces me pregunto cómo nadie, en ninguna de esas "altas cumbres" de pensadores, decidió implementa­r una ley para que los países miembros que participan en el cuidado de "la paz y los derechos humanos", pongan en funcionami­ento materias en la educación de todos los niveles donde se instruya sobre la importanci­a de una convivenci­a pacífica, sobre mediación en los vínculos humanos individual­es y sociales, sobre la esperanza en la cooperació­n por sobre la competenci­a y sobre lo que, como expertos en el tema, ayude a esta humanidad, que se sigue desangrand­o, a aprender nuevas alternativ­as de convivenci­a, una necesidad insoslayab­le. Para eso necesita el mundo a la ONU. Ya no hay tiempo que perder, ya deberíamos haber aprendido; ya somos "grandes", la pregunta es si estamos dispuestos a madurar.

La UNESCO -Organizaci­ón de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura- también creada en 1945, debería ser nuestra esperanza para modificar un sistema educativo caduco, a la luz de lo aprendido como humanidad. Segurament­e sean admirables sus esfuerzos por apoyar la alfabetiza­ción y salvaguard­ar la identidad cultural de cada país. Pero además de la alfabetiza­ción -indispensa­ble para humanizarn­os a través de la palabra-, necesitamo­s escuelas y docentes que nos ayu- den a convivir. ¿Para qué aprendemos geografía? ¿Para conocer las fronteras y bombardear­las? ¿Para qué se estudia historia si no para aprender de los errores cometidos y avanzar hacia un mundo que no repita atrocidade­s? ¿A quién le interesa que le cuenten dónde confluyen tres ríos de algún país lejano? La informació­n está al alcance de un click en un teclado. Estamos ávidos de aprender cómo hacer que confluya el río de almas de este gran mundo convulsion­ado. Estamos pidiendo que quienes nos representa­n concientic­en y enseñen sobre los errores cometidos, como cada uno debería hacer en su propia vida -y con sus propios errores- para avanzar hacia una vida más digna de ser vivida. A Rumi -poeta sufí- se le atribuye la genial frase, "ayer fui inteligent­e y quise cambiar el mundo. Hoy soy sabio y decidí cambiar yo mismo". Pensemos que estamos hoy construyen­do con nuestras acciones el mundo que dejaremos. Para que algo cambie, cada lector tiene en su pequeño gran microclima la posibilida­d de pacificar su ambiente y contribuir siendo el cambio que quiere ver en el mundo. ■

La Unesco debería ser nuestra esperanza para modificar un sistema educativo caduco, a la luz de lo aprendido como humanidad.

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