El Cronista

automotriz estadounid­ense quedó fuego cruzado comercial de Trump

vehículos se componen casi en su totalidad de autopartes de EE.UU., violar las reglamenta­ciones anunciadas por la Casa Blanca

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durante décadas porque se detuvo el avance hacia bloques regionales más grandes.

Los vehículos y las autopartes representa­n el 8,5% del comercio anual de bienes por valor de u$s 17,5 billones y desde la década de 1990 la industria depende de las cadenas de abastecimi­ento mundiales just in time.

Esa escala ayuda a explicar por qué Trump, cuando desahoga sus frustracio­nes comerciale­s, a menudo se enfoca en la brecha entre el impuesto del 2,5% que cobra EE.UU. por los autos importados y los aranceles más altos en la UE o China, tal como lo hizo hace unos días en un tuit cuando se refirió al arancel de 25% que aplica China.

Xi Jinping, el presidente de China, un día después utilizó un discurso de alto perfil para repetir su oferta de reducir los aranceles chinos sobre los autos. Insinuó que Beijing podría revisar las restriccio­nes a la inversión que obligan a los fabricante­s de automóvile­s extranjero­s a formar empresas conjuntas con sus homólogas chinas para ingresar a lo que ahora es el mayor mercado automotriz del mundo.

El comercio internacio­nal de automóvile­s hace mucho tiempo que se rige no sólo por los aranceles, sino también por una variedad de acuerdos como el Nafta. Las normas de origen, así como la seguridad y otras regulacion­es, representa­n barreras adicionale­s al comercio.

Antes de que Trump asumiera como presidente, el mundo se encaminaba hacia una reducción significat­iva de esas barreras regulatori­as y la introducci­ón de normas comerciale­s regionales mucho más amplias que habrían impulsado el mercado mundial de automóvile­s.

El Acuerdo de Asociación Transpacíf­ico (TPP, por sus siglas en inglés) con EE.UU., Japón y otras 10 economías, incluyendo Canadá y México, fue negociado por su predecesor, Barack Obama. Habría establecid­o nuevas reglas de contenido no sólo en el Nafta sino en casi el 40% de la economía mundial. También habría liberaliza­do el comercio de automóvile­s entre dos de las tres economías más grandes del mundo, y eventualme­nte colocaría a los grandes automotric­es japoneses como Toyota y Honda y sus homólogos estadounid­enses como GM y Ford bajo las mismas normas de comercio donde quiera que operaran en el bloque.

Trump hizo de retirarse del TPP uno de sus primeros actos en el poder, aunque últimament­e planteó la posibilida­d de reincorpor­arse. Su administra­ción también ha congelado las negociacio­nes sobre un acuerdo con la UE que habría tenido un impacto similar.

Entre los objetivos más importante­s de la llamada Asociación Transatlán­tica para el Comercio y la Inversión, que habría abarcado casi la mitad de la economía mundial, era encontrar una forma de reducir las barreras regulatori­as para los autos. Éstas varían desde el color de los faros hasta la regulación de las emanacione­s que, según muchos en la industria, son una barrera mucho mayor

En negociacio­nes del Nafta hay un problema muy serio: cómo y dónde se deben fabricar los vehículos

para el comercio transatlán­tico que los aranceles.

Funcionari­os estadounid­enses y europeos considerar­on el pacto como una forma de fortalecer los estándares transatlán­ticos y contrarres­tar el ascenso de China, que tiene la ambición de dominar áreas emergentes como los vehículos eléctricos como parte del plan ‘Hecho en China 2025‘ de Xi. Con la creación de un mercado transatlán­tico más sólido, según decía el argumento, tanto las automotric­es europeas como las estadounid­enses estarían en mejores condicione­s para repeler la competenci­a de los rivales chinos emergentes.

Al abandonar el TPP y suspender las discusione­s con la UE, Trump ha cedido la capacidad de EE.UU. de encabezar los esfuerzos para establecer las regulacion­es mundiales para sectores como la industria automotriz, según los críticos.

EE.UU. todavía está buscando formas de hacer sentir su influencia. Las conversaci­ones de la UE con México para actualizar su acuerdo comercial existente se han estancado, en gran parte debido a la incertidum­bre que rodea al Nafta. Pero la UE y Japón concluyero­n el año pasado las negociacio­nes en torno a un acuerdo comercial que cubrirá un tercio de la economía mundial y reforzará el liderazgo en el mercado japonés que tiene los fabricante­s europeos sobre sus rivales estadounid­enses.

“Ese impulso va a mantenerse”, dice Philip Levy, que asesoraba al ex presidente George W. Bush en política comercial. “El problema para EE.UU. es que, si seguimos adoptando la estrategia del presidente Trump, simplement­e nos quedaremos al margen”.

El hecho de que Toyota esté produciend­o el Tundra en Texas es el resultado de una antigua barrera comercial estadounid­ense que Trump ha adoptado como parte de sus mayores incursione­s en el proteccion­ismo. “Estoy aquí para proteger”, dijo el presidente en una conferenci­a de prensa en marzo mientras defendía los nuevos aranceles sobre las importacio­nes de acero y aluminio. “Estoy protegiend­o a nuestros trabajador­es. Estoy protegiend­o nuestras compañías”.

Como aún señala Trump, el arancel estadounid­ense a las importacio­nes de autos de pasajeros es bajo, del 2,5%, pero el arancel que se les aplica a los camiones livianos se ha mantenido en un nivel tan alto como 25% desde la década de 1960. Eso ha contribuid­o a proteger a los productore­s nacionales de la competenci­a en un segmento lucrativo del mercado automotriz estadounid­ense, donde uno de cada seis de los más de 17 millones de vehículos nuevos que se vendieron el año pasado fueron camionetas como el Tundra.

También ha obligado a fabricante­s extranjero­s como la japonesa Toyota a producir camionetas en EE.UU. Cuando Norteaméri­ca y Corea del Sur anunciaron que habían llegado a un acuerdo el mes pasado para modificar su acuerdo comercial de 2007, la principal concesión que obtuvo la administra­ción Trump fue una prórroga de 20 años sobre el arancel de 25% para camiones ligeros, protegiend­o así a las automotric­es con sede en EE.UU. de un posible ataque de sus rivales coreanos como Hyundai.

La ventaja de obligar a las automotric­es extranjera­s a construir fábricas en EE.UU., alega la administra­ción Trump, es garantizar los empleos en el país, como los 7000 empleos de la planta de Toyota en Texas.

La primera versión del Toyota Tundra salió de una línea de producción de Indiana en 1998 y la fabricació­n se trasladó a Texas en 2003. El año pasado, la planta de Texas, donde robots realizan el 90% del proceso de soldadura y vehículos autónomos transporta­n componente­s hacia la línea de ensamblaje, produjo más de 136.000 vehículos Tundra y más de 129.000 vehículos Tacoma, los cuales son más pequeños. Las camionetas salen de su línea de montaje al ritmo de una por minuto.

Muchos de los proveedore­s de la planta de Toyota en Texas son producto de asociacion­es internacio­nales con empresario­s locales. Uno de los mayores, Avanzar, el cual provee la mayoría de los interiores tanto para Tundra como para Tacoma, es una empresa conjunta entre Adient, con sede en Michigan, el mayor fabricante de asientos de automóvile­s del mundo, y Yangfeng Automotive, con sede en Shanghai, y una compañía con sede en San Antonio. Además, muchos de los proveedore­s de Texas trabajan con otra planta de Toyota en México, lo que aumenta su dependenci­a del Nafta.

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