El Cronista

Una Revolución avanzada, por lo amplia y humana

- José Narosky Escritor

Todos hemos estudiado hechos de nuestra historia patria en el colegio primario, en el secundario o en la universida­d. Pero hay algunos aspectos que quizá no figuraban en los libros que debimos leer o que tal vez olvidamos. Por ejemplo, que tres de los integrante­s de la Primera Junta Patria, no habían nacido en los actuales límites de la República Argentina. Saavedra, presidente de esa Junta nació en el Alto Perú, en un pueblo de la actual Bolivia. Y que Domingo Matheu y Juan Larrea, eran españoles originario­s de Cataluña. Además Larrea, era el más joven de ese primer gobierno patrio. Tenía 27 años. El mayor era Miguel de Azcuénaga que contaba 55 años. La edad promedio de los miembros de la junta era de 43 años. Belgrano tenía 39 y era abogado. Al cumplirse el primer año de la Revolución, el 25 de mayo de 1811, la Junta hizo erigir en Buenos Aires la pirámide que hoy ocupa el centro de la Plaza de Mayo entonces llamada “de la Victoria”, en homenaje al éxito de la resistenci­a criolla contra los ingleses. Más sorprenden­te aún y menos conocido, es que el mismo día, en las ruinas indígenas de Tiawanaco, en los confines del Alto Perú, Castelli y el general y el General Balcarce, al frente de su engrosado ejército victorioso, proclamaro­n la abolición de los tributos a los indios y su emancipaci­ón y también la de los esclavos. Significab­a, en el Alto Perú, emancipar al 80% de la población. Al mismo tiempo, el ejército al mando de Manuel Belgrano, cruzaba Corrientes y al llegar a Apipé donde hoy se levanta la represa binacional de Yacyretá, y antes de entrar en la provincia del Paraguay, una proclama dirigida a los indígenas: “La Junta, me manda restituir vuestros derechos de libertad, propiedad y seguridad”. Y hubo otros hechos, quizá menos conocidos, pero que revelan la evolución y el humanismo inicial de nuestra Revolución. En 1811 se consolida la libertad de prensa. En 1812, Bernardino Rivadavia, como secretario del Triunvirat­o, puso en marcha las primeras políticas de inmigració­n; y en 1813 se legisló la carta de ciudadanía para los españoles. Esta política de apertura y garantías, es una marca distintiva del nuevo país en gestación e implicaba un sólido principio de respeto por las diferencia­s. En el Estatuto de 1815 ya están los derechos y garantías que llegan hasta nuestros días. “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofenden el orden público ni perjudican a un tercero están sólo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magistrado­s. Ningún habitante del Estado será obligado a hacer lo que no manda la ley clara y expresamen­te ni privado de lo que ella no prohíbe”. Y en una confirmaci­ón categórica del trato a los extranjero­s, se dice: “Todo habitante del Estado y los que en adelante se establezca­n, están bajo la inmediata protección del Gobierno y de los magistrado­s, en todos sus derechos”. En definitiva, nuestro país se puso al frente y fue el que les abrió el cauce a nuestros abuelos inmigrante­s. En 1825, la Argentina estableció definitiva­mente la libertad de cultos. Otro gran avance. Debemos enorgullec­ernos de nuestra Revolución, por lo avanzada, por lo amplia y por lo humana.

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