No es culpa de la Fed que la economía de EE.UU. falle
En el caso de una recesión, es muy probable que sean los mercados financieros responsables y no las decisiones tomadas por el banco central a cargo de Jay Powell
Un viejo refrán dice que las recuperaciones económicas en Estados Unidos nunca mueren por el paso del tiempo sino que las mata la Reserva Federal. Esta creencia claramente fue un factor que ha preocupado a los mercados en el inicio de este año. Sin embargo, Bradford Delong de la Universidad de California en Berkeley asegura que esa afirmación es incorrecta. Tres de las últimas cuatro recesiones, de hecho, se desencadenaron a raíz de shocks en los mercados financieros.
La recesión de principios de los ‘90 fue producto de la crisis de ahorro y préstamos, mientras que en Europa provino del derrumbe de los mercados inmobiliarios. La posterior recesión se produjo tras el estallido de la burbuja de las puntocom, mientras que la gran recesión de 2008-9 llegó después del colapso del mercado de las hipotecas
subprime y del desplome de los precios de las propiedades residenciales y comerciales. Sólo la extensa crisis de 1979/1982 tuvo una causa convencional, reflejada en el decidido intento del presidente de la Fed Paul Volcker de erradicar la inflación.
Esto no es para afirmar que el temor de los mercados a los excesos de la Fed sea totalmente equivocado. La gradual eliminación de las medidas poco convencionales tomadas por el banco central es un viaje peligroso por terrenos desconocidos donde siempre ha estado presente el riesgo de un error de política.
Sin embargo, el actual presidente de la Fed Jay Powell durante los últimos tres meses emprendió un viaje retórico en el que esencialmente busca retirar el riesgo de exceso.
Entre octubre y noviembre Powell cambió visiblemente su postura en cuanto a la frecuencia de los aumentos de las tasas de interés. La semana pasada insinuó que la Fed, al momento de decidir subas de tasas, asumirá un enfoque más cauteloso después de haberlas elevado por cuarta vez en 2018.
Su mensaje fue que había que ser pacientes frente a la tenue inflación y ofrecerle a los mercados la seguridad de que las autoridades también tendrán en cuenta la reciente volatilidad del mercado de acciones. Sólo para redondear la misión pacificadora, Powell declaró que la reducción de la hoja de balance, que anteriormente dijo que estaba “en piloto automático”, era algo en lo que ahora estaba listo para ser flexible.
Dada la eufórica respuesta del mercado a los comentarios de Powell del viernes, estamos casi seguramente en un mundo de política monetaria asimétrica donde el banco central estabiliza los mercados que se desploman y al mismo tiempo evita pinchar burbujas. Éste es un mundo donde los bancos centrales no sólo dictan sustancialmente los cambios de ánimo de los mercados sino también los retornos de la inversión en los mercados de acciones.
Si nos dirigimos hacia una recesión
más temprano que tarde, es más probable que el villano sea la inestabilidad financiera y no la asfixiante política monetaria. Los disparadores que provocan el derrumbe de los mercados son inherentemente imprevisibles. Pero es posible identificar las vulnerabilidades. Algunas de las más evidentes provienen de la política monetaria ultrablanda que le siguió a la crisis financiera. Con tasas de interés reales bajas o negativas, los inversores buscan rendimiento independientemente del riesgo. Esto es particularmente evidente en los bienes raíces comerciales estadounidenses—siempre un área de peligro—, donde los precios subieron más rápido que los alquileres durante muchos años.
Un régimen monetario blando también puede alentar al endeudamiento imprudente. Según informes de la Fed, la deuda corporativa está históricamente elevada, mientras que las firmas con gran apalancamiento son las que han incrementado más su endeudamiento.
Si la inflación no se mantiene quieta, tal como se espera, el margen para que haya problemas es elevado. Lo mismo en los opacos mercados de derivados, donde en los instrumentos el apalancamiento es considerable.
Sin embargo, el sistema bancario de EE.UU. está mucho mejor capitalizado que hace 10 años y es sometido a rigurosas pruebas de resistencia.