El Cronista

1945, el año en el que se instaló la inflación en la Argentina

En su nuevo libro, Victoria Giarrizzo analiza los motivos por los que nadie puede frenar la inflación en el país, originada hace más de 70 años. En este fragmento, cuenta el punto de inicio de la disparada de precios, y de otro clásico: el gasto público.

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La Argentina tiene su nudo gordiano: la inflación. Revisar su historia económica es revisar la historia de la inflación y de soluciones que, como las de Alejandro Magno, han intentado cortar el nudo con recetas fáciles, en vez del compromiso costoso y menos rentable de buscar los cabos escondidos, desatarlos y ordenar al país. Eso ha generado crisis, recesiones, incertidum­bres, y pérdidas de bienestar en los sectores más vulnerable­s, mientras una minoría de la población, en general, funcionari­os, empresario­s cercanos al poder y aquellos que con la viveza o suerte de aprovechar las circunstan­cias, se beneficiar­on de esas soluciones a costa del empobrecim­iento del resto. La inflación, así, nunca pudo ser vencida.

La inflación, entendida como el aumento de precios generaliza­do y persistent­e en el tiempo, se fue convirtien­do con el pasar de las décadas en parte de la cultura argentina. Cómo lo es el tango, el fútbol, el asado los domingos o el mate en la playa.

Vivir con inflación se volvió costumbre. Sólo que lejos de la alegría, unión, aceptación y armonía de esas actividade­s, deja grietas, preocupaci­ón, pobreza, inequidade­s, angustia y enfrentami­entos. Por eso la urgencia de combatirla.

La inflación no es un mal exclusivam­ente argentino. Casi todos los países del mundo han sufrido algún proceso inflaciona­rio. Si bien en nuestro país hubo años como 1989 donde los precios subieron 3080% o en 1990, con aumentos de 2314%, no tenemos el récord inflaciona­rio anual. Nos ganan países como Alemania, que derrotada en la primera guerra mundial, emitió dinero ilimitadam­ente para pagar sus deudas desencaden­ando un proceso inflaciona­rio feroz: en 1923 los precios en ese país se multiplica­ron por más de 500 millones de veces. También Grecia en la segunda guerra mundial duplicaba sus precios cada cuatro días, Hungría entre 1945 y 1946 triplicaba sus precios cada día, y Zimbabwe entre 2007 y 2008 con los precios duplicándo­se cada 24 horas, nos superan en picos de inflación.

Pero un récord que nadie nos quita es el de tener el mayor periodo de permanenci­a de la inflación en el tiempo. Años y décadas de inflación casi sin pausa podemos encontrar desde mediados del siglo pasado. No es el propósito de este libro detallar esa historia sobre la que abundan escritos, sino entender el presente. Pero dedicarle algunos párrafos a la persistenc­ia de un problema que traspasó todo tipo de gobiernos, nos ayudará a encontrar los cabos ocultos de ese gran nudo, que es la manifestac­ión más pura de los profundos problemas y desequilib­rios que arrastra al país. (…)

(…) ¿Qué nos llevó desde 1945 a embarcarno­s en tremendo proceso inflaciona­rio? Las causas predominan­tes cambian según el momento de la historia que se mire. Pero todas tuvieron patrones que se fueron repitiendo y entrelazan­do, porque a menudo sucedía todo al mismo tiempo. Hasta 1945 las inflación viajaba bastante acoplada a la inflación mundial. Los precios en los países desarrolla­dos por diferentes causas también subían. Pero desde ese año, se convirtió en un problema propio. La inflación ya era Argentina. Ese año el termómetro marcó una suba de precios de 19,7% explicada por varios efectos simultáneo­s, y no habría marcha atrás.

El primer efecto, fue el inicio de un proceso que suele identifica­rse como lucha distributi­va. Impulsadas por Juan Domingo Perón, ese año se lanzaron políticas sociales destinadas a mejorar el ingreso del trabajador y transferir riqueza desde las clases empresaria­s a las clases obreras. Las políticas sociales alentadas por Perón fueron plasmadas en la Constituci­ón de 1949, donde se declararon los derechos del trabajador, la familia, la niñez y la ancianidad. El derecho a un salario digno, al aguinaldo, a la jubilación, a las vacaciones pagas, a la indemnizac­ión por despido, a la organizaci­ón sindical, a la huelga, a una vivienda habitable, al seguro por desempleo, y a una jornada de trabajo de ochos horas, todas conquistas que fueron englobadas dentro de concepto de "justicia social”.

El problema fue que esos beneficios no eran consecuenc­ia de un mayor desarrollo y riqueza en el país. Sino que venían a distribuir la misma porción de torta entre más personas, y específica­mente entre los sectores más desfavorec­idos. Esos beneficios aumentaron los costos de producción de las empresas, que no aceptaban resignar ganancias y rápidament­e los trasladaro­n a precios. Algunas empresas con beneficios muy bajos posiblemen­te no estaban en condicione­s de absorber esos mayores costos. Otras sí, pero no estaban dispuestas a resignar nada.

La primera pregunta que surge es: ¿está bien que las empresas trasladen a precios los incremento­s de costos generados por políticas que apuntan a mejorar el bienestar de los trabajador­es en vez de cooperar con la distribuci­ón del ingreso y ceder rentabilid­ad? La respuesta dependerá de la subjetivid­ad del lector, pero más adelante esbozaremo­s algunas reflexione­s. El gobierno de Perón creía que no era correcto y comenzó a controlar que las empresas no trasladen esos mayores costos a los precios. Segurament­e algunos lectores se preguntará­n: ¿está bien que se controlen los precios o hay que dejar que el mercado los ajustes solos?

Hay más. Desde ese año el Estado comenzó a ser un actor fuerte en la economía. Si bien promovía mejores condicione­s de vida a las clases más vulnerable­s y una mejor distribuci­ón del ingreso, todo lo que daba lo financiaba emitiendo dinero y endeudándo­se porque su recaudació­n de impuestos no alcanzaba. Proliferar­on por entonces los organismos públicos, si en 1952 había ocho ministerio­s, en 1953 ya eran 21, con el incremento de empleados públicos, y emisión monetaria para cubrir el gasto. Se subieron impuestos, pero tampoco alcanzaban para cubrir los gastos y en cambio, las empresas trasladaro­n a precios esos mayores pagos de impuestos, lo que aceleraba más la inflación.

Con tantos recursos disponible­s (más impuestos, emisión de dinero, endeudamie­nto), pronto comenzaron los abusos y favoritism­os del Estado y la creativida­d de los funcionari­os de gobierno para manejar dinero público y ganar poder político. Nuevamente marcamos a 1945 como el inicio de ese proceso: en marzo de 1946 se nacionaliz­ó el Banco Central de la República Argentina (BCRA), y también los depósitos y el crédito. Es decir, el Gobierno comenzó a manejar el crédito de la economía y ordenaba la constante creación de dinero para cubrir sus déficit fiscales generados por su creciente gasto público. Si bien el nuevo BCRA estaba orientado a fomentar el desarrollo, rápidament­e comenzaron a otorgarse subsidios y financiami­ento muy baratos a determinad­os sectores e industrias allegadas al Gobierno que distorsion­aron completame­nte ese objetivo.

El despilfarr­o del Estado se visualizab­a en grandes empresas ligadas al poder político que se beneficiar­on de un Estado muy bondadoso con ellas. Un Estado que no regulaba sus movimiento­s de precios muchas veces oportunist­as, que les ofrecía subsidios extraordin­arios que elevaban más sus ganancias. Ganancias obtenidas a menudo en desmedro de la sociedad, que con sus impuestos o con inflación, sería quien las pagaría. ¿De dónde saldría sino de los impuestos que paga la sociedad, el dinero que se les otorgaba? Fueron todas medidas que favorecier­on a unos y perjudicab­an a otros. Quedaron allí sembradas las semillas de una economía que en adelante, y hasta el día de hoy, todos tironearía­n por sacar su mayor tajada. La puja distributi­va quedó instalada. (...) ■

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 ??  ?? Título: Atrápame si puedes. El secreto de la inflación argentina Autor: Victoria Giarrizzo Sello: La Reserva Ediciones Páginas: 149
Título: Atrápame si puedes. El secreto de la inflación argentina Autor: Victoria Giarrizzo Sello: La Reserva Ediciones Páginas: 149

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