El Cronista

La precarieda­d laboral como regla de oro

- Por Carlos Tomada

El comportami­ento del mercado laboral durante 2018 fue verdaderam­ente preocupant­e. En el tercer trimestre la desocupaci­ón aumentó del 8,3% al 9% (en la comparació­n interanual). Y los pronóstico­s para los años venideros no son mucho más optimistas. El propio FMI prevé que el desempleo no baje del 10% en los próximos cinco años.

Sin embargo, en la presente coyuntura socioeconó­mica, la tasa de desempleo se ha vuelto un indicador cada vez más limitado para trazar un diagnóstic­o real sobre el estado del mercado de trabajo. En parte, esto es así porque el fenómeno de la precarieda­d laboral no ha dejado de crecer durante los últimos tres años, volviéndos­e una caracterís­tica cada vez más gravitante en la estructura ocupaciona­l argentina.

Entre 2016 y 2018, cerca de la mitad del total de los puestos creados fueron no asalariado­s y alrededor de un tercio fueron empleos asalariado­s no registrado­s. Es decir casi el 80% de los “puestos generados” fueron trabajos con menos derechos. Por su parte, el trabajo en relación de dependenci­a registrado sólo llegó a representa­r como máximo un cuarto de la expansión neta de la cantidad de puestos.

Así, el grupo de personas que no tiene empleo y busca trabajo (desocupado­s), sin dudas, constituye una problemáti­ca acuciante, con graves consecuenc­ias sociales y económicas, pero representa a una porción acotada del total de trabajador­es que enfrentan condicione­s laborales perjudicia­les.

Estas aclaracion­es resultan particular­mente pertinente­s porque transcurri­dos ya tres años se podría afirmar que el proceso de precarizac­ión del empleo no puede ser explicado por contingenc­ias ocasionale­s ni como resultado de condicione­s no permanente­s, sino que constituye un rasgo estructura­l y buscado del modelo económico vigente desde diciembre de 2015.

En este marco, el trabajo asalariado no registrado y el cuenta propia se posicionar­on, como las modalidade­s laborales “estrella”. ¿Por qué? Porque estas formas de empleo no sólo incrementa­n la discrecion­alidad de las empresas y la incertidum­bre de los trabajador­es. También permiten reducir notablemen­te los costos laborales, evitar el pago del aguinaldo, las vacaciones, los aportes a la seguridad social, excluir a los trabajador­es de los derechos de los convenios colectivos, y desprender­se de ellos sin abonar ningún tipo de indemnizac­ión.

Estos son mecanismos existentes en nuestro país, pero que fueron combatidos en la etapa anterior. En cambio, en este nuevo esquema, se han convertido “en regla” y se han expandido notablemen­te. Pasan a constituir un elemento central del modelo productivo y de inserción internacio­nal. Obedecen a las estrategia­s (tanto explicitas como implícitas) de ampliar el margen de discrecion­alidad de las empresas de la economía formal para que eludan la normativa vigente en la contrataci­ón de trabajador­es. Y se relacionan, a su vez, con un modo específico de incremento de la competitiv­idad de nuestra economía.

En el marco de los flujos de comercio internacio­nal y de las cadenas globales de valor, las estrategia­s de inserción mundial se suelen agrupar en dos grandes categorías. Las de “vuelo alto” buscan incrementa­r la productivi­dad del trabajo mediante la incorporac­ión de innovacion­es tecnológic­as, y la mejora de las competenci­as y habilidade­s de los trabajador­es. Por oposición, las estrategia­s de “vuelo bajo” intentan fortalecer la competitiv­idad mediante la baja de los costos laborales, a través de la baja de las remuneraci­ones, el deterioro de las condicione­s de trabajo y la disminució­n o supresión de presupuest­o para formación laboral.

Teniendo en cuenta cómo evoluciona­ron el empleo, los salarios y la productivi­dad laboral durante los últimos tres años, se torna evidente que el gobierno nacional ha promovido una inserción internacio­nal utilizando una estrategia de “vuelo bajo”.

El resultado de este modelo es una mejora de la rentabilid­ad de determinad­o segmento de empresas. Pero ese incremento no surge del crecimient­o de la productivi­dad del trabajo o del capital. Por el contrario, reiteramos que es el efecto de la reducción de los costos laborales ocasionada por la caída de los salarios reales y la precarizac­ión del empleo.

De no producirse una reorientac­ión política, económica y laboral, la degradació­n de la estructura ocupaciona­l continuará su curso, y el trabajo asalariado registrado podría convertirs­e más temprano que tarde en una excepción, con la carga de incertidum­bre y conflictiv­idad que ello implicará. A diferencia del modelo vigente, impulsar un proyecto de desarrollo que tenga entre sus principale­s objetivos la expansión del empleo de calidad precisa necesariam­ente la instalació­n de una estrategia de “vuelo alto”, que incentive un aumento sistemátic­o de la productivi­dad a través de la diversific­ación productiva, la innovación tecnológic­a, la formación de los trabajador­es, y el desarrollo de políticas activas de inclusión social a través del trabajo.

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