El Cronista

El peso de la explosión del gasto público y la trampa del bajo crecimient­o en la Argentina

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En El Cronista del 5 de febrero de 2018, Arriazu Macroanali­stas mostró que a fin de 2019 Argentina presentará, en pesos constantes, el mismo ingreso per cápita que en 2009. Cualquier país cuyo ingreso per cápita de sus habitantes sea el mismo que hace diez años revela que hay algo en el manejo de su economía que no funciona.

La trampa de bajo crecimient­o en la cual nos encontramo­s inmersos puede ser asignada a distintos factores, pero si tuviésemos que identifica­r uno capaz de generar esta dinámica de bajo crecimient­o y que se hizo patente en la última década, éste bien podría ser la “explosión” del gasto público.

El gasto total consolidad­o (nacional, provincial y municipal) pasó de 33% del PBI en 2008, un nivel que era ya alto en términos históricos (era del 22% en 2003), a 43,4% en 2018. Este incremento en el “imbancable apetito” nacional por el gasto público incluyó más de 3 millones de personas que se incorporar­on entre 2003 y 2015 al sistema previsiona­l; 1,5 millones a la planta de empleados públicos y la incorporac­ión de planes sociales y subsidios de distinto tipo.

Un incremento de diez puntos porcentual­es del PBI en sólo diez años impactó negativame­nte en la economía. El incremento del gasto sin asegurar su sostenibil­idad económica y fiscal llevó a un significat­ivo desequilib­rio de la macroecono­mía: en 2017, respecto del PBI, el déficit fiscal llegó al 5%, la necesidad de financiami­ento también a 5 puntos y la presión tributaria llegó hasta el 31%.

El gasto necesitó recaudació­n impositiva para financiarl­o. La presión tributaria que en 2008 ascendía al 28% del PBI se instaló en alrededor del 31% desde 2012 a 2017. Esta presión tributaria incrementa­l ahogó progresiva­mente al sector privado y desincenti­vó la inversión. Sin posibilida­des de desarrollo del sector privado la economía no puede crecer.

Una desconfian­za generaliza­da sobre los países emergentes combinada con la necesidad de financiar el abultado déficit de cuenta corriente, resultado del déficit del sector público, sumado a nuestra histórica propensión a no respetar los derechos de propiedad generó la crisis por el cual llegamos al actual plan de estabiliza­ción pactado con el FMI.

Nuestro nivel de gasto público, que origina una alta presión tributaria y la necesidad de endeudamie­nto para financiar el déficit de cuenta corriente no es sostenible.

Un factor adicional que no puede faltar en el análisis: a pesar del elevado gasto público el nivel de pobreza hace veinte años se posicionó en más del 25 por ciento y desde 2010 el promedio anual ha sido del 29% adquiriend­o caracterís­ticas estructura­les. Es evidente: algo no funciona.

¿Es inherentem­ente malo el gasto público?

El Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID) en un trabajo denominado “Mejor Gasto para mejores vidas” sostiene: “A medida que en los países aumenta el PBI per cápita el gasto público tiende a elevarse dado que surgen demandas nuevas de la sociedad o se amplían los servicios existentes. En principio no hay nada malo en satisfacer la demanda de un mayor gasto, siempre y cuando no comprometa el crecimient­o y se vea acompañado de impuestos más altos y de institucio­nes fiscales que garanticen la sostenibil­idad. Algunos de los países con el gasto público más alto del mundo como los escandinav­os tienen elevados niveles de gasto público y también altos estándares para la sostenibil­idad fiscal”. A su vez muestra que la participac­ión del gobierno en los países de la OCDE, a través del gasto público supera en casi un 50% a los de América Latina y el Caribe.

Sin embargo, Argentina y Brasil son la excepción dado que gastan lo mismo o más que un país medio de la OCDE pero su PBI per cápita es menos de la mitad. Agrega que las políticas impositiva­s y de gasto público en Latinoamér­ica contribuye­n poco a reducir la desigualda­d en comparació­n con los países avanzados. Mientras que en la región las políticas impositiva­s y de gasto público reducen la desigualda­d en alrededor de un 5%, en las economías avanzadas las reducción es de un 38%.

Esto permite cuestionar la magnitud, la efectivida­d y la eficiencia del manejo del gasto en nuestro país.

¿Es nuestro gasto público y presión tributaria altos cuando se los somete a la comparació­n internacio­nal?

El gasto público argentino respecto del PBI es superior al del resto de la región. Nuestra presión tributaria supera a la de Chile en 50%, a México en 82% y es levemente inferior a Brasil (nótese que Argentina y Brasil tienen cifras muy similares en cuanto a gasto público respecto del PBI y los dos muestran hace años dificultad­es notorias para lograr crecimient­o económico). En comparació­n con los países de la OCDE, ellos detentan un gasto público parecido (40%) y presión tributaria más alta (34%), aunque estos factores se correlacio­nan con un producto bruto e inversión en infraestru­ctura notablemen­te superiores a la nuestra.

¿Es convenient­e mantener un gasto público bajo?

No necesariam­ente. Aunque, como vemos en el cuadro, existe una correlació­n inversa entre el nivel del gasto público de los países y el incremento de su competitiv­idad, ingreso per cápita y desarrollo humano. Los países con menor gasto público potencian su competitiv­idad, su desarrollo humano y su ingreso per cápita. ¿Qué hacer? Es claro que el gasto público en Argentina es financiera­mente insostenib­le ya que origina una alta presión tributaria, la que ahoga al sector privado y en consecuenc­ia nos resulta difícil generar crecimient­o económico, única fuente de progreso social. Claramente hay que reducirlo. El gran tema es el cómo.

El gobierno actual está comprometi­do con una reducción incrementa­l del gasto público y ya ha dado pasos en ese sentido. En 2019 el gasto primario se habrá reducido 4 puntos porcentual­es respecto de 2015. Pero debe hacerse mucho más.

De acuerdo con el BID, la reducción del gasto tiene que ver con la eficiencia fiscal y con un gasto inteligent­e y no con la solución estándar de hacer recortes generaliza­dos para lograr sostenibil­idad fiscal, en ocasiones con un gran costo para la sociedad. Se trata de hacer más con menos, combatiend­o las grandes ineficienc­ias en el gasto. Finalmente advierte que en los procesos de ajuste el apuntar fuertement­e a la reducción del gasto de capital es particular­mente costoso porque entre otros factores puede conducir a un menor crecimient­o en el largo plazo porque el capital público complement­a al privado.

El sistema político se enfrentará perentoria­mente a una decisión crucial: como reducir el gasto público, que se ha constituid­o en uno de nuestros problemas estructura­les más acuciantes.

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Alberto Schuster Director de la Unidad de Competitiv­idad de Abeceb

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