El Cronista

Dólares hay, pero lejos de los políticos, los bancos y el consumo interno

- Hernán de Goñi hdegoni@cronista.com

La crisis financiera que padeció la Argentina el año pasado tuvo causas múltiples ( el 28- D, el atraso cambiario, el impuesto a las Lebac y la salida de fondos de países emergentes por efecto de la suba de las tasas de interés de EE. UU). Tal vez se pueda discutir la ponderació­n o el orden de cada factor, pero no su inclusión en el análisis. El quinto elemento entra en la definición de lo que el Gobierno llamó mala suerte: la sequía récord, que le restó u$ s 9000 millones a la oferta habitual de dólares, en un año en el que hubo una demanda extraordin­aria. El resultado, que se mezcló luego con las dudas sobre la capacidad de pago de la deuda, fue una suba del tipo de cambio de 100%, que derivó en inflación, menor consumo y mayor caída del nivel de actividad.

La crisis de este año tiene otros condimento­s. El FMI se convirtió en el único financista de la Argentina, aportando dólares y despejando incertidum­bres. El modelo monetario de emisión cero con tasas altas consiguió desacelera­r la inflación a costa de un consumo congelado, pero cuando el Gobierno empezó a aflojar algunos beneficios, la economía empezó a moverse un poco más. El agro puso todo lo que restó el año anterior, y si bien la oferta de divisas no fue abundante, tampoco presionaba al BCRA. Todo dependía de cómo saliera el resultado de las PASO, porque la persistenc­ia de ese cuadro estaba atado a las chances de reelección de Mauricio Macri.

No hace falta repasar lo que pasó desde el 12 de agosto hasta hoy. Lo que estalló es una crisis de expectativ­as, con un efecto dominó que va cerrando una compuerta tras otra. El derrumbe de los activos argentinos disparó el riesgo país y cerró los mercados para el Estado y también para los privados. La dolarizaci­ón forzó otra suba de la tasa de interés para tratar de retener depósitos en pesos, pero a la vez asfixió aún más al sistema productivo. El valor de las compañías se licuó y trastocó su situación financiera, haciendo crecer sus deudas mientras se achican sus balances (lo mismo que le sucede al Estado por la caída del PBI).

Si en 2018 la economía sufrió por todos los dólares que se fueron y los que no entraron a lo largo del año, en 2019 ese mismo impacto se concentró en un mes. La salida de depósitos en moneda extranjera pasó los u$s 10.000 millones, algo más que la sequía, pero con una diferencia: esa plata el agro la perdió y parte la tuvo que reponer. Los depósitos, en cambio, se “fueron” del sistema. Simplement­e están guardados en otro lugar, a la espera del momento apto para ser usados. Es muy complejo asumir que la desconfian­za es recesiva, pero es lo que sucede desde hace décadas, cada vez que un argentino se fuga del peso sin asumir demasiado cuál es la consecuenc­ia.

Los depósitos que se fueron desde las PASO equivalen a la sequía de 2018: la desconfian­za es recesiva

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