Con el presupuesto de López Obrador, México pierde una oportunidad
La economía de México es una decepción hace más de 30 años. A pesar de abrirse al comercio internacional, de atraer miles de millones de dólares de inversión extranjera para construir una industria manufacturera orientada a la exportación y de adoptar presupuestos generalmente prudentes, la segunda economía más grande de América Latina crece poco más de 2% anual desde la década de 1980. Persisten los altos niveles de pobreza al igual que la desigualdad de ingresos, la productividad es baja y la corrupción es endémica.
El consenso con respecto a este diagnóstico sombrío es casi universal. Lo que no está claro es si Andrés Manuel López Obrador, el líder populista de izquierda del país, tiene las respuestas correctas. López Obrador se ha proclamado como el líder de una “cuarta transformación” histórica, a la par de acontecimientos tan impactantes como la revolución mexicana de 1910-20 y la independencia de España en 1821.
El presidente tuvo un comienzo difícil tras asumir en diciembre de 2018. Su abrupta decisión de detener la obra de un nuevo aeropuerto de u$ s 13.000 millones —parcialmente construido y muy necesario para la Ciudad de México— conmocionó a muchos. Su insistencia en gastar u$ s 8000 millones en construir una nueva refinería de petróleo en un pantano en su estado natal de Tabasco fue un triunfo de la política sobre la economía. No sorprende que el crecimiento se haya estancado y que las empresas hayan suspendido las inversiones.
El presupuesto para 2020 presentado este mes no honró a su grandiosa retórica, ya que compromete sumas relativamente modestas para proyectos sociales prioritarios, fondos limitados para Pemex, la compañía petrolera estatal en crisis, y solamente algún dinero para mejorar la seguridad. Estas prioridades presupuestarias parecen satisfacer la estricta disciplina fiscal que distingue a López Obrador de otros populistas latinoamericanos que gastan a mansalva.
Sin embargo, un examen más detallado muestra suposiciones poco realistas sobre el aumento de los ingresos fiscales y de la producción de petróleo. El gobierno tendrá que recurrir al fondo de estabilización de ingresos presupuestarios —cuyo propósito es compensar posibles desajustes en el presupuesto— para pagar algunos gastos. Un objetivo de crecimiento del PBI de 2% el próximo año parece optimista.
Sobre todo, el presupuesto mexicano representa una oportunidad perdida. Están ausentes las grandes inversiones que se esperaban en infraestructura; las empresas conjuntas de exploración petrolera para revertir la declinación de la producción de Pemex; y una ambiciosa reforma tributaria para ampliar la estrecha base de ingresos.
Su oportunidad para recuperar la confianza se está acabando. Las agencias de calificación analizan si deben rebajar la deuda de u$s 104.000 millones de Pemex a la categoría de basura y bajar la calificación soberana mexicana que la respalda. El estancamiento de la economía amenaza con descarrilar el presupuesto. López Obrador debería cambiar de rumbo antes de que los mercados lo obliguen a realizar una quinta transformación.