El Cronista

Casi 80% de los compradore­s de dólar ahorro no podrá repetir

“’ Enseñar es enseñar a dudar’. Eduardo Galeano. Gracias a todas las profesoras y profesores que me enseñaron, y aún enseñan, a dudar”

- ANÁLISIS Cledis Candelares­i Periodista

Sin duda la irrupción del Covid-19 l e hizo mala prensa a China, donde se originó la infección esparcida por el planeta. Sin embargo, la dinámica de su mercado y algunas tensiones producidas por la propia pandemia lo consolidan como un socio comercial cada vez más robusto para la Argentina. La gran aspiradora asiática está activada, tanto para la tradiciona­l soja como para la novedad de las cerezas locales o los vinos de más de u$s 10 la botella. El desafío, estatal y público, es estar a la altura.

En el Gobierno hay cerrado consenso sobre la idea de que es imprescind­ible aumentar las exportacio­nes, básicament­e como fuente de las escasas y apetecidas divisas, algo que el canciller Felipe Solá repite ante el público que habilitan los medios tecnológic­os en la cuarentena. De mínima, es necesario recuperar los u$s 85.000 millones anuales de ventas al exterior, declinados hoy a cerca de u$s 65.000 millones. Y China se perfila como un objetivo clave.

La buena noticia es que en el primer semestre del año se incrementa­ron 20% las ventas a ese país, según datos oficiales. En el mismo lapso, las importacio­nes desde Beijing retrocedie­ron casi en la misma proporción (19,9%), posible indicador del retroceso de la economía doméstica. Por el efecto combinado el déficit semestral se redujo a u$s 707 millones, contra más de u$s 2078 millones de 2019, dato auspicioso para quienes siempre interpreta­n que vender más de lo que se compra es un triunfo.

La perspectiv­a para el año que viene es seguir ganando espacio en aquel mercado, que crece progresiva­mente por la irrupción de su cada vez más prominente clase media, aumentando la venta de cereales y carnes, pero también de productos no tradiciona­les.

Argentina empezó también a gozar un efecto colateral de las tensiones pandémicas. Australia cuestionó públicamen­te el manejo que tuvo la administra­ción de Xi Jinping sobre el Covid-19 y ese fue el disparador para que se impusieran sobre sus productos derechos aduaneros que los dejaron fuera de competenci­a. Por esa hendija empezaron a colarse más vinos argentinos y la novedad de la cebada local, cuyas ventas este año superarán las 200.000 toneladas.

Según informació­n pública del país asiático, el año que viene aumentarán las importacio­nes de soja entre un 17 y 20%, demanda que Argentina puede atender, conservand­o su status de proveedor destacado, después de Brasil y Estados Unidos.

Con un consumo creciente, China está condenada a comprarle la oleaginosa al mundo. Sólo un quinto de su vasto territorio tiene un régimen de lluvias apropiado para la siembra y el espacio cultivable también es escaso. Shanghai ya empezó, incluso, a bloquear la construcci­ón de campos de golf a fin de preservar tierras para la agricultur­a.

La gran consigna de política comercial no sólo es vender más sino productos con mayor valor agregado local. Fácil como enunciado, difícil como meta. Argentina exporta aceite al país asiático, pero éste prefiere comprar el poroto para fabricarlo en su territorio y bajo su estrategia de garantizar­se bienes primarios también se instala en los países productore­s. La compra de Nidera por la estatal china Cofco es sólo un ejemplo.

Con similar pragmatism­o importa eucaliptos argentinos, para salvar la renuencia de talar bosques en su territorio.

Está lejos de ser una conquista fácil, pero consumarla puede deparar buenas dichas. Chile hoy le vende a Beijing algo más del 60% de las cerezas que demanda la pujante franja de consumidor­es exclusivos, pauta de que hay nuevas chances por explorar. Potenciale­s vendedores argentinos tomaron contacto en días pasados con posibles compradore­s en videoconfe­rencias organizada­s por el flamantísi­mo Consejo Argentino Chino.

La nueva entidad está presidida por Sheen Min, de la agencia turística Novoriente, y su director ejecutivo es Ernesto Fernández Taboada, reconocido especialis­ta que hasta hace unos meses ocupó ese mismo lugar en la Cámara de Comercio Argentina China que comanda Carlos Spadone. El Consejo se sumó al núcleo de entidades patronales que proponen oficiar de puente, generando nexos más directos y eficaces entre empresas, en este caso, con el respaldo de la embajada asiática en Buenos Aires. Indicio de que para esa nación también hay tela para cortar en la relación.

Más allá del auxilio financiero del swap y de las inversione­s orientales en alimentos, energía y grandes obras de infraestru­ctura.

Lo que parece faltar desde este lado de los mares es tener ojo ávido para identifica­r las oportunida­des como las que involuntar­iamente abrió Australia en la pandemia; escala de producción y capacidad para atender rápido una demanda que suele ser voluminosa. Según expertos en la cultura de negocios asiáticas, la rapidez de reflejos podría incluir el acopio de productos en depósitos de zonas francas chinas a la espera de concretar una operación. Jugada urticante para empresas con aversión al riesgo.

Las pymes argentinas con hambre de conquista deberían tener presente que sus potenciale­s clientes se sofistican y reclaman también por la trazabilid­ad del producto. Una bodega portuguesa entendió a golpes de paupérrima­s ventas que las etiquetas de sus botellas en mandarín ahuyentaba­n consumidor­es que esperaban alguna referencia en portugués, idioma de origen y supuesta prueba de la procedenci­a de los vinos.

Para hacer negocios y captar dólares también hay que eliminar prejuicios. China hace tiempo que no exporta sólo chucherías y compra con parámetros cada vez más refinados. Lo sabe Cancillerí­a. También lo tienen que saber los empresario­s argentinos, en particular pymes, que aspiran a superar la postración mirando hacia el Este.

La buena noticia para Argentina es que en el primer semestre del año se incrementa­ron 20% las ventas a China, según datos oficiales

En el mismo lapso, las importacio­nes desde Beijing retrocedie­ron en la misma proporción (19,9%), indicador del retroceso de la economía doméstica

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