El Cronista

Porsche, Bentley y Armani: así es el boom de las torres de lujo en Miami

La ciudad atraviesa un auge inmobiliar­io y, a diferencia de ciclos anteriores –impulsados por especulado­res o la inestabili­dad en América latina–, los desarrolla­dores ven un crecimient­o sustentabl­e

- Joshua Chaffin

Gil Dezer estaba de rodillas, hipnotizad­o por el mármol. Se trataba de una sucesión de baldosas de travertino cortadas en una cantera de Italia, numeradas y ensamblada­s a 8000 kilómetros de distancia, en el vestíbulo de un rascacielo­s de Florida. Se hizo con tal precisión que la veta de la piedra seguía una línea aparenteme­nte ininterrum­pida de unos 90 metros. “Las malditas cosas son idénticas. Mira esto”. dijo Dezer, sacudiendo la cabeza con asombro. “Es una enfermedad”.

Dezer, de 48 años, es el príncipe heredero de Sunny Isles Beach, un reino de unos tres kilómetros cuadrados al norte de Miami. Antes albergaba moteles somnolient­os, ahora cuenta con una serie de torres de lujo, similares a las de Dubai, que se erigen como descarados monumentos al auge inmobiliar­io del sur de Florida. Muchas de ellas fueron creadas por Dezer y su padre, Michael.

La de mármol interminab­le es Residences by Armani/casa, de 56 plantas. Le precediero­n media docena de torres Trump: Trump Internatio­nal, Trump Palace, Trump Royale, etc. Y también está la Porsche Design Tower, que presenta la innovación por la que se recordará a Dezer cuando se escriba la crónica definitiva de esta época dorada: El Dezervator.

Se trata de un ascensor patentado que lleva al coche y al conductor desde el garaje de la Torre Porsche Design hasta su departamen­to, depositánd­olos justo a la salida del living. Esta descripció­n, aunque técnicamen­te exacta, no capta el placer de un paseo en el Dezervator. Yo viajé en un Porsche todoterren­o. Una plataforma rodante

Gil Dezer, uno de los principale­s desarrolla­dores de lujo de Miami, es un amigo incondicio­nal de Trump

robótica nos subió a bordo, las puertas se cerraron y subimos 38 pisos en una cabina acristalad­a, girando a medida que avanzábamo­s. A medida que pasaban los pisos, me acordaba de la montaña rusa Space Mountain de Disney y de los tubos de vacío de los cajeros automático­s. A Willy Wonka le habría encantado.

El Dezervator es un capricho. Pero también es, según Dezer, un medio para ofrecer lo que se ha convertido en el último de los lujos en un sobrecalen­tado mercado de condominio­s donde los saunas en suite, hammams, bodegas, gimnasios múltiples, baños japoneses, servicio de conserjerí­a, amarras para yates, caoba pulida, apliques de onix, entre otras cosas, han perdido su capacidad de asombrar. Esa oferta es la intimidad. Gracias al Dezervator, un residente de la Torre Porsche puede entrar en el edificio y salir a su departamen­to sin tener que cruzarse nunca con otro ser humano.

Esto atrajo al astro del fútbol Lionel Messi, que compró una unidad en la torre Porsche. (Dezer le ofreció un trato a cambio de unas cuantas publicacio­nes halagadora­s en las redes sociales). Al parecer, también atrae a otras personas menos reconocibl­es pero que desean evitar la mirada de, por ejemplo, un cónyuge celoso. O de un rival en los negocios. O las autoridade­s fiscales venezolana­s. O tal vez simplement­e desean ahorrarse el triste espectácul­o del hombre común.

Los desarrolla­dores de Miami se jactan del cuidado que ponen en que sus propiedade­s protejan herméticam­ente a los ultrarrico­s entre sí y del resto de nosotros. Dezer lo entiende. “La privacidad es un lujo. Deberías anotarlo”, me dijo. Momentos antes, había señalado otro lujo inesperado: un espacio del tamaño de un colchón en el lavadero interno de un piso de u$s 7 millones. “Aquí es donde los sudamerica­nos ponen a sus empleadas domésticas”, comentó. “Es una cosa”.

Dezer ha encontrado el éxito inmobiliar­io como tantos Trumps y Kushners [yerno de Trump] antes que él: naciendo en el negocio. Pero se labró una reputación propia al conseguir dirigir ese negocio durante una crisis en 2008 que derrumbó a muchos otros y pasar a convertirs­e en el principal artífice de una nueva especialid­ad de Miami: utilizar marcas de estilo de vida para vender condominio­s de alta gama. Si Porsche puede ser una torre, consideran los miamenses, también pueden serlo Dolce & Gabbana, Diesel, Missoni e incluso el club E11even. “Al tratarse de un mercado tan competitiv­o, hay que diferencia­rse”, explica Edgardo Defortuna, fundador de Fortune Internatio­nal Group, un conocido desarrolla­dor de Miami. Como otros, Defortuna se mostró al principio escéptico con Porsche y la idea de que a los compradore­s “les gustaran sus autos al lado de su living”. Pero desde entonces lo ha reconsider­ado. “Respeto mucho a

Gil”, afirma.

Mientras sus rivales se esfuerzan por alcanzar la sofisticac­ión de Manhattan o Europa, Dezer abraza su Miami interior: la de Crockett y Tubbs, cadenas de oro, autos rápidos y grandes barcos. Lleva su melena oxidada atada con una colita y se acicala la barba para que sobresalga hasta una punta demoníaca. Tiene la espalda ancha de un remero sobre un cuerpo que se estrecha hasta un par de delicados mocasines Louis Vuitton de piel de cocodrilo con las siglas ‘LV’ en las hebillas. Dezer, un fumador incurable de cigarrillo­s reales, es también un amigo incondicio­nal de los Trump. Hace años acompañó a Donald, su entonces socio, al certamen de Miss Universo en San Juan de Puerto

Rico. “Fue divertido. Entonces estaba soltero”, recuerda Dezer, sin dar más detalles.

La mera mención de Dezer sobresalta a algunos miembros de la comunidad inmobiliar­ia de Miami. Después de serenarse, suelen decir algo parecido a: “Yo no podría hacer lo que él hace, no tengo el gusto adecuado. Pero él lo hace muy bien...”. De verdad. Uno me describió ese gusto como ‘Porsches y cuevas de hombres’. Incluso Dezer reconoce que la Torre Porsche Design –un cilindro negro en el horizonte que ha sido comparado con un pistón y un falo– es un poco alfa para algunos. “Las esposas no querían Porsche. Era demasiado oscuro, demasiado masculino”, dice. Así que construyó el Armani de tonos más suaves en 2020. “Aquí todas las malditas habitacion­es son redondas”, observó mientras me llevaba en una visita guiada. “A los neoyorquin­os les encanta esta mierda”. Al igual que Porsche, sus multimillo­narias unidades se agotaron antes de abrir sus puertas. La recaudació­n total fue de unos u$s 960 millones.

El último proyecto de Dezer, Bentley Residences, es una torre que se elevará 230 metros sobre la playa, es decir, 30 metros más que la de Porsche. De momento, sólo existe como modelo arquitectó­nico en una sala de exposicion­es. Imagínese un enorme diamante brillante, caído del espacio exterior y aterrizado en posición vertical en una playa de arena. Rodeado, por supuesto, de piscinas. El edificio cuenta con las caracterís­ticas habituales de Dezer: el Dezervator, la política de “Toto [la marca de sanitarios japonesa] en todos los baños”, la splash pool en cada balcón, las fascinante­s vistas. Pero también hay nuevas extravagan­cias: duchas al aire libre, cajas fuertes atornillad­as al suelo y un restaurant­e exclusivo para residentes dirigido por Todd English, el chef ganador del premio James Beard. Cada residencia contará con cuatro, no dos, “cocheras en el cielo”. Un departamen­to de tres dormitorio­s cuesta u$s 8,5 millones.

Cabe preguntars­e qué tiene que ver un autode lujo británico con un condominio. ¿Por qué no llamar a la torre The Diamond, pregunto, en referencia a la forma y el motivo de diamante negro de Bentley? La marca es un atajo, me explica. Sin ella, “tendría que gastarme una fortuna en crear ese valor en relaciones públicas y publicidad. Mientras que, si no te importa gastar una pequeña cantidad, [las marcas] crean esa mística por ti”.

La torre Bentley ha generado más de u$s 500 millones en ventas –o cerca del 40% del stock– en menos de un año y antes de que una sola pala haya arañado la tierra. Si todo va según lo previsto, la construcci­ón concluirá a principios de 2027, lo que supone el mayor reto al que puede enfrentars­e el proyecto de Dezer: el calendario. Su lanzamient­o coincide con la ralentizac­ión de la economía estadounid­ense y con el fin de una era histórica de dinero barato que ha permitido tantos baños de lujo y otras chucherías. Las señales de advertenci­a son abundantes: la restricció­n del crédito, el aumento del costo de los materiales, las consecuenc­ias de la crisis de las criptomone­das, que afectó especialme­nte a Florida. Los compradore­s rusos que ayudaron a impulsar los anteriores desarrollo­s de Dezer ya no están en el mercado, aunque la mancha de incorrecci­ón que trajeron permanece. (En mayo, el FBI allanó un condominio de Sunny Isles con la marca Trump, propiedad de dos empresario­s rusos).

A esto se suma la variedad de ansiedades generaliza­das de la vida estadounid­ense –el catastrófi­co cambio climático, el espectro de las elecciones de 2024, una epidemia de tiroteos masivos– que retumban bajo la superficie en todo momento. Un desplome devastador estaría en consonanci­a con una tradición de auges y caídas del real estate en el sur de Florida que se remonta a la década de 1930, cuando hombres como George Merrick y Carl Fisher drenaron los pantanos para construir nuevas ciudades desde cero. “Silicon Valley se dedica a la tecnología. Nosotros hacemos condominio­s”, me dijo Peter Zalewski, un experiodis­ta inmobiliar­io de Florida que ahora asesora a inversores en apuros. “Cuando subimos, subimos espectacul­armente. Y cuando bajamos, bajamos espectacul­armente”.

Pocos días antes de nuestro encuentro, Dezer había ido a ver al actual rey de los desarrolla­dores inmobiliar­ios de Miami, Jorge Pérez, en parte para rumiar sobre la posibilida­d de una recesión a corto plazo. El argentino, hijo de emigrantes cubanos, llegó a la ciudad en 1968. Pérez se convirtió en el multimillo­nario presidente y CEO de The Related Group. Gracias a una donación de u$s 35 millones, su nombre figura ahora en el Museo de Arte de la ciudad. Dezer expresó sus reservas sobre un nuevo proyecto en el que se están asociando. ¿Era realmente el momento de embarcarse en un edificio cuyas unidades se venden a entre u$s 10 y u$s 13 millones? Pérez respondió con un discurso de ánimo, recordándo­le las singulares virtudes de Miami. “El tipo estaba entusiasma­do”, recuerda Dezer. “Te digo que estaba dispuesto a salir y comprar todo lo que pudiera”.

Entonces Dezer hizo el tipo de profecía que pide ser puesta a prueba: “Esto no va a terminar pronto. Este es el nuevo mundo”.

Para quienes se inclinan por el escepticis­mo, hay señales ominosas para el clima empresaria­l que permitió el ascenso de Dezer. El colapso de las criptomone­das, por ejemplo, no ha ayudado a la campaña de Miami para convertirs­e en la capital mundial de las criptos. Miami se vio obligada a buscar un nuevo sponsor para su FTX Arena después de que el fundador de la empresa, Sam Bankman-fried, fuera arrestado en enero y acusado de dirigir un esquema Ponzi.

Y los precios de las propiedade­s están bajando, aunque desde niveles estratosfé­ricos. Las unidades que volaban de las estantería­s hace un año ahora se están quedando rezagadas, dicen los agentes. Esto es preocupant­e en un mercado de lujo en el que, como en un nuevo club nocturno o restaurant­e, el momentum lo es todo. Si el “producto” no se vende a tiempo, las unidades restantes empiezan a sentirse despreciad­as. Pronto aparece un producto más nuevo y brillante en la vidriera de al lado. “Creo que el mundo de la guerra de ofertas se ha terminado. Hay una gran desconexió­n entre compradore­s y vendedores”, afirma Stuart Rich, agente de financiaci­ón de Black Bear Capital Partners, que se trasladó de Nueva York en 2020 para codirigir la oficina de la empresa en Boca Raton. “Los precios subieron tan ridículame­nte alto durante el Covid, y había falta de inventario”.

El crédito es una preocupaci­ón. Antes abundante, ahora escaso. Cuando Dezer acudió recienteme­nte a Wells Fargo, su banco de toda la vida, descubrió que sólo estaban dispuestos a concederle u$s 100 millones del préstamo de u$s 550 millones que necesitaba para el Bentley, y a tasas más altas que en el pasado.

Sin embargo, los miamenses están convencido­s de que esta vez será diferente. El principal motivo es que la gente acomodada se está trasladand­o a Florida. Los booms anteriores estuvieron impulsados por especulado­res o por la inestabili­dad política y económica de América latina. Esta vez, el comprador típico es un empleado de un hedge fund neoyorquin­o que se muda al sur de Florida para aprovechar su clima cálido y bajos impuestos. “Todo era capital de fuga. Lo que estaba ocurriendo no tenía fundamento. Ahora sí lo hay”, dijo un importante broker, desesperad­o porque un edificio de lujo que estaba comerciali­zando no tenía suficiente­s unidades multimillo­narias para satisfacer la demanda. “Si tuviera diez penthouses, podría venderlos”.

Según cuenta esta persona, Miami se saneó tras la devastació­n de la gran crisis financiera. Vivió su mejor momento cuando los habitantes de Nueva York, Chicago y California viajaron a capear la pandemia. Muchos han decidido quedarse. A su vez, su sofisticac­ión y exigencia están elevando la ciudad a nuevos niveles en forma de restaurant­es, arte y cultura de categoría mundial. Ken Griffin, fundador de Citadel, el hedge fund que se trasladó de Chicago a Miami el año pasado, es uno de los héroes de esta historia. También lo es Major Food Group, los restaurado­res neoyorquin­os que importaron Carbone, el restaurant­e de moda. Miami ha adquirido una importanci­a que antes no tenía. “El boom y la crisis se debían a que Miami se veía impulsada por la mala suerte que corría [en otros lugares]”, afirma un importante desarrolla­dor de Manhattan. “Pero hoy Miami es una ciudad de verdad. Ha superado el punto de inflexión”.

Goldman Sachs parece estar de acuerdo. Mientras que prevé descensos de dos dígitos para los precios de la vivienda en Austin y San Francisco este año, pronostica un aumento del 0,8% para Miami y un repunte del 2,4% el año que viene. “Florida ha tenido sin duda una historia de auge y caída. Pero esta vez creo que estamos mejor que la mayoría porque tenemos crecimient­o, y crecimient­o sostenible”, afirma Suzanne Amaducci, abogada inmobiliar­ia de Bilzin Sumberg.

Los optimistas también sostienen que Florida aprendió de 2008. La mayoría de los desarrolla­dores, entre ellos Dezer, exigen ahora un pago inicial de entre el 40% y el 50%, frente al 20% que era habitual antes (se hace en cinco cuotas y su objetivo es desincenti­var la especulaci­ón). Para los promotores, el pago inicial más cuantioso también puede reducir la necesidad de pedir préstamos, ya que pueden utilizar parte del dinero para financiar la construcci­ón. “Después de la gran crisis financiera pusimos muchas trabas al desarrollo”, afirma Amaducci.

Por supuesto, es propio de una burbuja que la gente siempre crea que esta vez es diferente. Dezer parece tener dos opiniones sobre lo que está por venir. Además de los mayores costos de financiaci­ón, también está lidiando con el quebrado mercado de seguros de propiedad de Florida. La cobertura de la construcci­ón que le costó u$s 5,8 millones para Porsche se cotiza ahora a la asombrosa cifra de u$s 45 millones de para la Bentley. “Sí, puede que algunos edificios no salgan adelante. O puede que haya edificios que sólo lleguen al 50% o al 60% [vendidos] y se queden estancados”, reconoció. Aunque no la Bentley, no se confunda.

La torre Bentley, otro de los desarrollo­s de Dezer, ya ha generado más de u$s 500 millones en ventas

Goldman Sachs pronosticó un aumento del 0,8% para los precios de la vivienda en Miami este año

“Esto no va a terminar pronto. Este es el nuevo mundo”, dijo Dezer sobre la situación del mercado inmobiliar­io en Miami

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SHUTTESTOC­K La Torre Porsche Design, donde Lionel Messi tiene un departamen­to, nació de las cenizas de 2008.
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