Cómo los fideos instantáneos pasaron de ser un favorito mundial a un alerta económica
Baratos y calóricos, el crecimiento de esta comida rápida es un reflejo de la situación social y económica de algunos países donde la inflación sigue golpeando a los hogares
Si se colocaran en línea todos los fideos instantáneos (cocinados) que se venden en el mundo en un año, el giga-fideo resultante, de 6200 millones de kilómetros, se extendería más allá de Plutón y hasta las profundidades del espacio. Es un hecho tan miserable como maravilloso.
Los fideos instantáneos se cuentan entre las armas más potentes jamás concebidas en la interminable lucha contra el hambre: un producto que se sitúa, entre los alimentos procesados, en el extremo de la escala de costo por caloría y que sus fabricantes clasifican ahora con orgullo como una pieza de “infraestructura social”.
Los fideos instantáneos son un alimento portátil, resistente y duradero en momentos de necesidad, ya sea urgente o impulsiva, y en todos los puntos intermedios. Hay una razón por la que los fideos instantáneos han sustituido a los cigarrillos como principal moneda de cambio de la economía informal en las desastrosas prisiones estadounidenses. Este plato listo para comer, creado a finales de la década de 1950 para alimentar a un Japón arruinado por las largas secuelas de la guerra, se lleva los aplausos por ser barato y rápido, pero delicioso.
Y, sin embargo, precisamente por esas cualidades, la creciente demanda de fideos instantáneos puede parecerse mucho a una red flag [bandera roja] social y económica, una señal, especialmente en los países desarrollados, de que algo se ha roto o, al menos, está sometido a graves tensiones. Son indicio de la priorización de la necesidad sobre la codicia en tiempos difíciles.
Por un lado, si se puede suspender el juicio sobre los riesgos para la salud asociados a los alimentos ultraprocesados con alto contenido en sal, como son la mayoría de los fideos instantáneos, hay algo que celebrar en el incesante ennoblecimiento de la dieta mundial. Especialmente para dos empresas japonesas, Toyo Suisan y Nissin Foods (cuyo fundador inventó el producto), que ocupan posiciones significativas en un mercado mundial que los analistas estiman en más de u$s 54.000 millones.
En 2022, según la Asociación Mundial de Fideos Instantáneos, la humanidad compró colectivamente la cifra récord de 121.000 millones de raciones de fideos instantáneos, un 17% más que en 2018. En países tan diversos como Nigeria, Bangladesh y Turquía, el aumento ha sido mucho más agudo, con incrementos que oscilan entre el 53% y el 425%. Eso representa que los fideos instantáneos están haciendo lo que saben hacer: saltar de las estanterías para proporcionar calorías accesibles y duraderas a las masas golpeadas por la inflación.
La pandemia, con sus confinamientos, la interrupción del suministro de alimentos y la necesidad de alimentarse de los que habitualmente no cocinan, fue la responsable de impulsar buena parte del crecimiento de 2020-2021. Pero el consumo de fideos, como atestiguan las cifras de ventas y los precios de las acciones del duopolio japonés, ha seguido creciendo con fuerza en un mundo post-covid.
Sin embargo, las red flags empiezan a ondear entre los consumidores de los países más ricos, donde –en un término escalofriantemente utilizado por los fabricantes japoneses de fideos instantáneos– los hogares se han visto arrastrados a un ciclo global de “comercio a la baja de productos alimentarios”. A finales de 2022, el consumo de fideos instantáneos tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido había aumentado un 14% en cinco años.
Japón, que ha entrado en una era de inflación tras décadas de deflación, los consume ahora más que en 2018, a pesar de que su población es menor.
El empoderamiento de los fideos instantáneos como moneda favorita en las cárceles estadounidenses apunta (aunque en términos extremos) a los crecientes vacíos que la comida está llamada a llenar. En su libro de 2022 Orange Collar Labor, el académico Michael Gibsonlight utiliza los testimonios de reclusos y funcionarios para describir un sistema penitenciario que, en parte debido a los incentivos financieros de los operadores privados para reducir costos, ya no proporciona
El plato fue creado a fines de la década de 1950 para alimentar a un Japón arruinado por la guerra
alimentos suficientes para mantener a un adulto. Los fideos instantáneos, en este entorno, se convierten en unidades críticas de supervivencia. Al igual que el efectivo, dice Gibson-light, un solo paquete de fideos puede almacenar valor durante algún tiempo, actuar como una unidad de cuenta estandarizada y ser intercambiado fácilmente por servicios y bienes entre compradores y vendedores.
Sin embargo, fuera de la cárcel, los fideos están demostrando su fuerza ante la adversidad. Según los analistas que cubren a los fabricantes de fideos, el patrón de compra ha cambiado de forma reveladora en el mercado estadounidense de menos de u$s 1 por paquete. Aquí, donde Toyo y Nissin tienen una cuota del 70% y el 30% respectivamente, se aseguran de que, incluso cuando los precios suben, mantienen su bajo precio en relación con otros productos de referencia, como la sopa en lata.
Los hogares estadounidenses son cada vez más sensibles a los aumentos de precios de los alimentos y, en muchos casos por una cuestión de supervivencia, cubren sus déficits calóricos con fideos instantáneos.
Compran a granel –en Amazon o en mayoristas como Costco– para aprovechar la resistencia de los fideos: a diferencia de la mayoría de los demás alimentos, hoy pueden comprarse como cobertura contra el riesgo de que incluso los precios de los fideos sigan subiendo.
El crecimiento de los fideos instantáneos no es, dice un vocero de Nissin, un boom temporal. No es un gran motivo de alegría. A pesar de toda la resistencia del producto, su auge es una señal de fragilidad.
Si se unieran todos los fideos instantáneos que se venden en el mundo en un año, la fila sería de 6.200.000.000 km