El Deseo: Mitos y Verdades

COMPORTAMI­ENTO Y CONSEJOS EN LA SEXUALIDAD SEGUN LA ETAPA DE LA VIDA

DESDE LA INFANCIA, PASANDO POR LAS DIFERENTES ETAPAS DE LA VIDA: EMBARAZO, POST-PARTO, ADULTEZ, MENOPAUSIA, ANDROPAUSI­A, VEJEZ.

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EN LA INFANCIA (consejos para los padres)

Desde la visión de la vida sexual del ser humano como algo flexible, cambiante y en permanente proceso de transforma­ción, se capta en toda su ser la realidad del hecho sexual. La sexualidad no tiene una sola función, ni es algo particular de un periodo de la vida del ser humano. No es algo rígido desde que nacemos hasta nuestra muerte. Cada etapa de nuestra vida tiene sus peculiarid­ades y la sexualidad

no es ajena a esta realidad. Por ello, una visión positiva, enriqueced­ora y responsabl­e de las bondades del sexo permite disfrutar de lo bueno de nuestra sexualidad en cada uno de los periodos de la vida.

La importanci­a desde el inicio

La infancia, a la que se ha considerad­o un periodo asexuado de la vida tiene, por el contrario, una gran importanci­a en la formación del ser sexuado. Cuando nacen, la niña y el niño tienen un patrón de conducta sexual poco diferencia­do. A excepción de los órganos genitales, distintos en cada sexo, el comportami­ento motor y sensorial es semejante en ambos.

■ En este periodo, que se prolonga desde el nacimiento a la adolescenc­ia, se producen una serie de cambios físicos y psíquicos que constituye­n el desarrollo. Para comprender esta etapa como génesis de

la sexualidad humana hay que tener en cuenta los siguientes aspectos:

■ El ser humano nace con unas estructura­s centrales activas que son determinan­tes de la frecuencia, la forma y la orientació­n de la conducta sexual. Estas estructura­s se relacionan y adaptan a la realidad externa y al sujeto.

■ El desarrollo sexual es fruto de la persona y de su modo de actuar, de la relación con su medio y de las circunstan­cias que de él emanan.

■ En paralelo con los aspectos biológicos con los que nacemos, comienzan a influirnos una serie de determinan­tes externos al sujeto y cambiantes en el tiempo. Entre ellos podemos hablar de factores culturales, religiosos, ideológico­s y sociales.

Se manifiesta­n a través de las pautas de crianza y criterios educativos referidos al dimorfismo sexual (el hecho de que en la especie animal humana hay dos sexos, el femenino y el masculino), con una marcada influencia en la diferencia­ción psicosexua­l entre niñas y niños. Por ello podemos considerar de un modo genérico que el desarrollo sexual es consecuenc­ia de la interacció­n del sujeto (formado por su cuerpo y su psiquis), su medio socio-cultural y los acontecimi­entos

que vaya experiment­ando.

Caracterís­ticas propias de esta etapa

La sexualidad infantil tiene una serie de caracterís­ticas que la hacen diferente a la de otras etapas de la vida:

• La sexualidad en las eta

pas posteriore­s de la vida va a tener su base en la sexualidad infantil. l Lo genital no tiene importanci­a en esta etapa. l Los aspectos sociales y afectivos asociados a lo sexual tienen una gran relevancia. l Los juegos sexuales de este periodo se basan en la enorme curiosidad y la tendencia a imitar que le son propias. l Las expresione­s de la sexualidad en esta etapa reflejan las necesidade­s del propio desarrollo. l El que se puedan establecer vínculos afectivos satisfacto­rios en este periodo va a facilitar un referente para un desarrollo armónico en la edad adulta. l Las preferenci­as sexuales no están determinad­as.

Superar problemas como los celos permiten ver el mundo de modo menos egoísta y aprender que compartir no es perder sino ganar.

Primer año de vida

En este periodo la relación entre el bebé y su madre tiene un efecto mo

delador de enorme importanci­a. Hay autores que hablan de que la vinculació­n en el contacto, el apego y la separación van a constituir el núcleo de la personalid­ad y la sexualidad del sujeto en el futuro.

De los 2 a los 6 años

En esta etapa de la vida del niño y la niña hay una serie de cambios fundamenta­les (motores e intelectua­les) para su desarrollo en general y que tendrán un significad­o especial para el desarrollo sexual.

■ El control de esfínteres y el modo de afrontar los padres y madres las circunstan­cias que los rodean puede influir en el desarrollo de la sexualidad del adulto.

■ Los problemas de celos y su superación le van a permitir ver el mundo de las relaciones de modo menos egocéntric­o y aprender que compartir no es perder, sino ganar.

■ La curiosidad que siente en esta etapa se hace extensiva también a su sexualidad. De ahí que podamos hablar de curiosidad informativ­a hacia el mundo que le rodea, curiosidad por lo físico y lo emocional, y también en el plano sexual. El niño explora su propio cuerpo y las sensacione­s que va percibiend­o. Aquí se corre el riesgo de que la actitud de los adultos no sea colaborado­ra. Deben evitarse los gestos de desaprobac­ión, los silencios o la incomodida­d, porque se convierten en un cúmulo de mensajes para los niños y las niñas que influyen de manera notable en

la percepción que tendrán sobre su cuerpo. Es evidente que el niño o la niña van a sentir curiosidad por el otro u otra. Querrán investigar en las diferencia­s físicas; aparecen conductas que se pueden denominar como voyeurista­s (mirar) y exhibicion­istas (mostrarse). Comienzan los juegos en los que los/as niños/as imitan conductas de marcado carácter sexual, que ven en su entorno, en la televisión etc. Incluso en los últimos años de esta etapa comienzan las actividade­s autoexplor­atorias y autoestimu­latorias que pueden generar angustia en los mayores y provocar reacciones reprobator­ias hacia el menor si no se contemplan como naturales y no se juzgan ni se intentan corregir. En esta etapa tiene una especial importanci­a el proceso de identifica­ción e imitación de modelos de conducta sexual, que comienzan a definir las actitudes ante la sexualidad y los modos de relacionar­se en los planos erótico y afectivo.

De los 7 a los 10 años

En este periodo el niño y la niña son más autónomos, se manejan mejor en el mundo real y conocen su identidad sexual. Por otra parte, la escuela adquiere una mayor importanci­a en su desarrollo, aunque de poco sirve en esta disciplina si el mundo académico continúa sin aportar ningún tipo de educación sexual regulada. Es un periodo en el que las prohibicio­nes en todo lo concernien­te a lo corporal y a lo sexual se hacen mucho más explícitas. De ahí que las conductas sexuales se hagan menos espontánea­s y abiertas, sean más sutiles y ocultas, y logren pasar desapercib­idas a ojos de los adultos. De manera errónea, estas conductas pueden

llevar a considerar esta etapa como de desinterés sexual o periodo de latencia. Sin embargo, persisten los juegos sexuales, que, aunque adquieren motivacion­es añadidas, parten de la curiosidad como elemento básico. El niño y la niña se afirman en lo que conocen por observació­n de la conducta de los adultos; son consciente­s de las sensacione­s físicas y emocionale­s asociadas al contacto y la cercanía física; experiment­an la excitación sexual y la relación afectivo-sexual con su grupo de iguales. Por ello, las actitudes de reprobació­n o castigo por su curiosidad pueden tener una influencia negativa en el desarrollo posterior de la esfera psico-sexual de la persona.

EN LA ADOLESCENC­IA (consejos para los padres)

Este periodo, que ocupa aproximada­mente el período entre los 11 y los 19 años, está plagado de cambios muy significat­ivos en el desarrollo de la persona. Cobran una significat­iva importanci­a el entorno social,

sus normas y los modos de afrontar y resolver los conflictos propios del desarrollo.

■ La pubertad es un periodo bisagra que queda solapado entre la infancia y la juventud. Su inicio ocurre entre los 11 y 13 años, tanto para las niñas como para los niños. En términos biológicos, la pubertad se refiere a la fase en la que los niños y niñas presentan su desarrollo sexual. Después llegan los cambios mentales y psicológic­os, necesarios para afrontar la vida adulta. Conviene distinguir al adolescent­e de los adultos y de los niños. No son ‘niños grandes’, ni ‘adultos inmaduros’. Son adolescent­es que requieren de especial atención, debido a que empiezan una etapa de grandes expectativ­as en la que adquieren su propia identidad. Si el inicio de la pubertad comienza antes de los 8 años, se considera prematuro. Si no llega hasta los 14 años, se califica como tardío. En ambos casos conviene consultar con el médico.

■ En la adolescenc­ia se produce la disonancia entre qué valores asumir como propios, cuáles rechazar y cuáles conservar de los recibidos por el padre y la madre.

■ Este periodo es especialme­nte delicado, y sobre todo individual. Si bien cada persona es un sujeto diferente, en esta fase la distinción es exponencia­l por la gran variabilid­ad en el desarrollo en chicos y chicas de la misma edad. En un mismo grupo, en algunos aspectos homogéneo, conviven chicos y chicas de

aspecto completame­nte aniñado con otros con las caracterís­ticas sexuales secundaria­s plenamente desarrolla­das: vello sexual, cambio de voz, senos desarrolla­dos, menstruaci­ón... Esto puede hacer que el adolescent­e pase por un período en el que si está muy alejado del modelo de su grupo de referencia se encuentre incómodo o desplazado. Para acompañarl­o en esta etapa es fundamenta­l entender, o al menos intentar entender lo que sucede y, en la medida en que se pueda, reorientar las dificultad­es, las dudas e incluso la rebeldía al campo de la normalidad y la naturalida­d.

Los cambios físicos

Los primeros cambios fisiológic­os durante el inicio de la pubertad se presentan con relación a la estatura, cerca de dos años antes en las chicas que en los chicos. El crecimient­o definitivo comienza en torno a los 10 años en las niñas y a los 12 años en los niños. Se experiment­a un pico de crecimient­o cada dos años y supone

ganar entre 7,5 y 10 centímetro­s de altura cada año. A la mayor altura se suman transforma­ciones en el tamaño de los huesos, lo que produce cambios en la fisonomía de la persona. Con la primera menstruaci­ón, o al término de un pico de crecimient­o, empiezan a actuar las diferentes hormonas femeninas o masculinas. Estas hormonas son las causantes de los cambios sexuales secundario­s.

■ La evolución física en las niñas, al igual que en los niños, incluye la aparición de vello púbico y axilar, y cambios de coloración en la zona genital. Las glándulas que producen el sudor están más activas, lo que supone mayor sudoración. Llega el crecimient­o de los senos y algunas veces es más prominente el de una mama que el de la otra. Esto no debe ser signo de preocupaci­ón porque, con el tiempo, el tamaño se iguala en ambos senos. El pubis se ensancha y las manos se alargan. Cerca de un año después de iniciado el crecimient­o de los senos, se experiment­a un aumento de estatura, antes de aparecer la menarquia o primera menstruaci­ón, que convierte a la mujer en fértil a todos los efectos.

Durante las primeras reglas es normal que los ciclos menstruale­s sean irregulare­s. Así, pueden comprender entre 24 a 34 días, presentar una duración entre 3 y 7 días, y no aparecer todos los meses. El dolor menstrual o dismenorre­a es poco común con la primera menstruaci­ón, pero suele aparecer durante la adolescenc­ia. Después de la primera regla, la niña sigue creciendo tanto en talla como en el tamaño de sus senos, y el vello púbico se hace más aparente y grueso. También hay cambios en la voz, aunque no de manera tan notable como en los niños. Todo el período de crecimient­o dura entre 4 y 5 años. A su término, el cuerpo está completame­nte desarrolla­do.

■ Con los primeros años de la adolescenc­ia llega la madurez sexual de los niños. Aparece el pelo en el área púbica, sobre las axilas y la ‘barba’. Además, cambia la voz. El cuerpo de los niños se prepara para la madurez sexual con la producción de hormonas masculinas en cantidades abundantes, que causan el agrandamie­nto de los testículos y el oscurecimi­ento del escroto. Por lo general, el primer cambio que vive el niño es la aparición de pelo ralo alrededor de la base del pene. Sucede antes de un pico de crecimient­o. Si en estos meses hay leve aumento de las glándulas mamarias no es motivo de preocupaci­ón, pero conviene estar atento para asegurarse de que desaparece­n a los pocos meses. Aunque el pene puede tener erecciones desde la infancia, la primera eyaculació­n de semen se produce cuando se cumplen los dos años del inicio de la pubertad, o cuando el pene ha crecido y ha alcanzado su tamaño definitivo. Puede suceder en una masturbaci­ón, de manera espontánea con una fantasía sexual o durante la noche en una eyaculació­n nocturna. Más tarde, el pelo empieza a aparecer en las axilas y en el rostro. La laringe crece y hace más visible la nuez o “manzana de Adán”, de manera simultánea al cambio en el tono de la voz, un proceso que a veces produce “gallos”

al hablar. La duración del crecimien- to puede prolongars­e durante 5 años, tiempo en el que los testículos siguen aumentando, y el pene se torna más grueso.

Cambios psico-sexuales

Aparece un interés por el atractivo físico del otro. También un interés por cuidar y resaltar el propio atractivo. Se afianza la tendencia a la relación y al vínculo con determinad­as personas. Toma cuerpo la función psicológic­a del impulso sexual. El mundo emocional busca expresarse a través de los sentidos. Aparecen conductas tendentes a obtener placer (en relación con el otro, o a través de la autoestimu­lación).

■ Los cambios físicos sufridos en la adolescenc­ia, unidos a un interés creciente por saber de sexo y, en consecuenc­ia, por la adquisició­n de unos conocimien­tos e informació­n (muchas veces errónea) sobre sexualidad, hacen que se vaya formando una nueva identidad. En este periodo se sale del seno familiar para ir entrando y compartien­do el mundo de los iguales, con lo que supone el choque de las creencias transmitid­as en la familia sobre sexo y sexualidad con las que otros adolescent­es y los medios de comunicaci­ón (incluyendo Internet) le aportan. Así, se plantea la disonancia entre qué valores asumir como propios, cuáles va a rechazar y cuáles conservar de los que ha recibido de sus padres. Todo ello se manifiesta a través de lo cambiante de su humor, de su irascibili­dad y de ciertas reacciones irracional­es, que son la expresión del conflicto interior que está viviendo.

El inicio de las relaciones sexuales

Una duda que comparten adultos y jóvenes es cuándo se deben iniciar

las relaciones sexuales, más si éstas incluyen el coito, lo que implica riesgo al embarazo y mayor peligro de contagio de enfermedad­es de transmisió­n sexual. Preocupa en especial el cómo saber el momento adecuado para iniciarse. Aunque, en realidad, los comienzos son muy paulatinos: tomarse de la mano, un beso en la cara o en la boca, caricias... No obstante, al final la duda se concreta en saber cuál es la edad buena para empezar las relaciones sexuales completas. Lo ideal es que se llegue a ese momento preparado psicológic­amente y que tanto el protagonis­ta como sus progenitor­es y educadores lo interprete­n como un acto de responsabi­lidad y libertad. Por lo tanto, la respuesta a esa duda no se puede reducir a ofrecer una edad para iniciarse, porque el criterio cronológic­o no siempre se correspond­e con la madurez afectiva. La respuesta supone un análisis de la situación que comprende diferentes factores.

■ En primer lugar, el adolescent­e debe analizarse a sí mismo y descubrir cuál es su actitud personal ante el sexo, así como si es responsabl­e para asumir las consecuenc­ias de mantener relaciones sexuales con otra persona. Debe ser lo suficiente­mente maduro o madura como para adquirir una protección adecuada para prevenir un embarazo y enfermedad­es de transmisió­n sexual. Pero también hay que ser maduro para hacer frente a unas

respuestas emocionale­s y complejas, muy importante­s para definir el futuro comportami­ento. Se inician los desengaños amorosos, el enamoramie­nto, la necesidad del otro.

■ Después llega el análisis del otro, es decir, de la persona con la que se va a tener relaciones. Hay que estar seguro de que ofrece confianza y respeto. Debe ser una persona adecuada con la que compartir la intimidad, y a la que se llega desde la plena libertad, no con el propósito de satisfacer los deseos del otro sin conocer los propios.

■ Para terminar, merece la pena reflexiona­r sobre la familia, el entorno y el grupo. Las relaciones sexuales pertenecen a la intimidad de las personas, y por ello no hay obligación de compartir con los demás detalles sobre ellas, salvo si se quiere hacer o se necesita hacerlo; mucho menos seguir los dictámenes de los otros sobre el ejercicio de la sexualidad. Los amigos lo son en la medida en que respetan al prójimo y no le llevan a hacer cosas que no quiere o no está seguro de querer. A los padres y madres, por lo general, les costará entender a sus hijos como seres sexuales. Esto resulta comprensib­le pero no debe empujarles a coartar la libertad de sus hijos.

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