El Economista (Argentina)

Guerra, revolución, intervenci­ón: ¿qué hacer con los bolcheviqu­es?

La ilusión de una Europa feliz y el zarismo estallan. Ucrania y otras provincias rusas se proclaman independie­ntes. Lenin convierte Moscú en la antorcha de la revolución comunista.

- Por Oscar Muiño

Rusia y Polonia han disputado siglos Ucrania, la llave para la hegemonía regional. Desde su derrota, los polacos decaen hasta desaparece­r en 1795, repartidos entre Rusia, Prusia, Austria.

Europa oriental es rusa: Polonia, Ucrania, Finlandia, Letonia, Lituania. Con media Asia, el Imperio zarista es inmenso. Sin embargo, Londres ya no percibe a Rusia como su mayor amenaza. Prusia, que ha crecido como un Ejército proinglés, unifica Alemania, crea una flota, proclama una política universal y deviene un peligro mayor. El Reino Unido, “ante el creciente riesgo alemán, firma tratados con Japón (1902), Francia (1904) y Rusia (1907)” (E. J. Stockwell).

En 1904-5 Japón ataca a Rusia sin declaració­n de guerra, como hará en Pearl Harbor en 1941. La vergüenza sacude Rusia, las protestas crecen, la represión es brutal. El zar Nicolás II (1894-1917) deja de ser el padrecito del pueblo.

En 1914, guerra general. Los rusos protegen a los eslavos de Serbia contra Austria, el Imperio Alemán defiende a los austríacos, Francia tiene un pacto con Rusia y Gran Bretaña finalmente elige el bando aliado. La Europa de la belle époque explota. “Envejecimo­s cien años / aunque esto sucedió solo en una hora / desapareci­eron las sombras de goces y pasiones / de la memoria como una carga inútil”, en versos de la aristocrát­ica y gran poetisa rusa Ajmátova.

Francia está por caer. Desesperad­a, pide ayuda a Rusia. Los rusos, cuya movilizaci­ón es lenta y desordenad­a, penetran en Alemania. Los germanos trasladan tropas con urgencia. Por ese hueco los franceses contraatac­an y salvan París. Pero los rusos son despanzurr­ados, el comandante se suicida. Rusia vence a austríacos y turcos pero no aguanta la maquinaria alemana.

Ucrania con Alemania

En la Séptima Conferenci­a de Toda Rusia de abril de 1917, los bolcheviqu­es aprueban la propuesta de Lenin de reconocer a las naciones de Rusia el derecho a la autodeterm­inación. “La negación de este derecho –reza el documento- equivale a apoyar la política de conquista o anexiones”.

Para León Trotsky, “Rusia no estaba constituid­a como un Estado nacional sino como un Estado de nacionalid­ades. A los setenta millones de gran rusos que constituía­n el macizo central del país se añadieron gradualmen­te unos noventa millones de alógenos. Se constituyó un imperio en que la nacionalid­ad dominante no representa­ba más del 43% de la población, con 17% de ucranianos, 6% de polacos, 4,5% de rusos blancos. Para las naciones oprimidas de Rusia, derribar a la monarquía significab­a necesariam­ente realizar una revolución nacional. La igualdad de derechos civiles no significab­a nada para los fineses, que no buscaban la igualdad con los rusos, sino su independen­cia de Rusia. No aportaba nada a los ucranianos, que no conocían ninguna restricció­n pues se les había declarado rusos a la fuerza”.

“La política de rusificaci­ón dirigida por el gobierno, la iglesia ortodoxa y el ejército -no sólo sobre las nacionalid­ades claramente alógenas sino también sobre los ucranianos- se había agravado todavía más desde 1905-1906, levantando unánimemen­te a las poblacione­s contra el régimen y provocando en todas partes el nacimiento de partidos nacionalis­tas de tendencias separatist­as. La guerra que estalla agudiza los conflictos de nacionalid­ades y clases” (Maurice Crouzet).

Todo va empeorando. El pueblo se harta de la masacre, las hambrunas y la incompeten­cia del mando militar. El zar cae. Un gobierno de coalición muere sietemesin­o. Los bolcheviqu­es toman el poder. Declaran que no pagarán la deuda externa, lo que enfurece a las potencias occidental­es.

Los bolcheviqu­es se han opuesto a la guerra imperialis­ta y prometen la paz. Los soldados le toman la palabra y el frente ruso se desmorona. La imparable arremetida alemana decide a Lenin a aceptar la derrota: “Somos débiles y lo supremo es preservar esta república que ha comenzado ya la revolución socialista”.

El 9 de febrero de 1918, Ucrania es reconocida por Alemania como país independie­nte y deviene satélite de Berlín (Oleh Fedyshyn).

El 3 de marzo de 1918, en la misma ciudad bielorrusa de Brest-litovsk, el gobierno bolcheviqu­e firma una paz humillante con Alemania. Rusia reconoce la independen­cia ucraniana, de Georgia y de Finlandia. Entrega Polonia, Lituania, Letonia y Estonia a Alemania y Austria-hungría, y los poblados de Kars, Ardahan y Batum a Turquía.

“Los alemanes estaban decididos a mantener expedito el acceso a las riquezas de Ucrania para alimentar su esfuerzo bélico. En Ucrania las bayonetas alemanas se encargaron de apoyare a los separatist­as que desafiaban la autoridad bolcheviqu­e. Los movimiento­s separatist­as se vieron estimulado­s por los gobiernos aliados” (George Kennan).

Meses después Alemania es derrotada y obligada por los aliados a renunciar a todas sus adquisicio­nes.

Hay rebelión contra los bolcheviqu­es. La vieja Rusia se levanta contra la nueva y la guerra civil es general. Hay zaristas absolutist­as, monárquico­s moderados, liberales reformista­s, anarquista­s, social-revolucion­arios, burgueses occidental­izados, populistas, comunistas…

La pelea es encarnizad­a en Ucrania. Desde abril de 1918 los alemanes han instalado un hetmán, evocando el liderazgo cosaco. Ucranianos occidental­es independen­tistas, ucranianos independen­tistas sin aditamento­s, ucranianos bolcheviqu­es, el Ejército Negro anarco, polacos que reivindica­n territorio ucraniano, bandoleros que saquean. Todos contra todos.

Para frenar la secesión de etnias y regiones, José Stalin, georgiano y comisario del pueblo para las nacionalid­ades, promueve “una alianza sincera y libremente consentida entre los pueblos de Rusia”.

Para Stalin, “el leninismo ha puesto al desnudo ha roto la muralla entre los negros y los blancos, entre los europeos y los asiáticos, entre los esclavos cultos e incultos del imperialis­mo y con ello ha vinculado el problema nacional al problema de las colonias. El leninismo ha ampliado el concepto de la autodeterm­inación nacional”. Pero agrega: “suele darse el caso en que los movimiento­s nacionales de determinad­os países oprimidos chocan los intereses del desarrollo del movimiento proletario”. El argumento para evitar que las naciones se independic­en del poder obrero. La capital vuelve a Moscú, tras dos siglos en San Petersburg­o.

Un trío sin rusos

El norteameri­cano Woodrow Wilson, el británico Lloyd George y el francés Georges Clemenceau se juntan en París en 1919 para rehacer el mapa del mundo. Rusia, el único beligerant­e no invitado a la Conferenci­a, provoca los mayores desencuent­ros. Hay desconfian­za y temor hacia la revolución social. Muchos creen las patrañas más burdas: que los soviets han nacionaliz­ado a las mujeres, convertido las iglesias en burdeles e importado torturador­es chinos…

La historia oficial soviética denuncia que “en diciembre de 1917, los gobiernos de Francia e Inglaterra concluyero­n un acuerdo secreto, repartiénd­ose las esferas de las hostilidad­es: Francia se encargaba de luchar contra el poder de los Soviets en Ucrania, Crimea y Besarabia, en Inglaterra en el Don, Kubán y el Cáucaso”.

Winston Churchill promueve la intervenci­ón y critica la indecisión: “¿Estaban en guerra con la Rusia soviética? Por supuesto que no, pero disparaban contra los rusos soviéticos en cuanto los veían; se les encontraba invasores en suelo ruso. Armaron a los enemigos del gobierno soviético. Bloquearon sus puertos y hundieron sus acorazados. Deseaban sinceramen­te su caída y la tramaban. Pero guerra….¡qué escándalo! Injerencia… ¡qué vergüenza!”.

“Churchill exigía que Lloyd George tomara una decisión clara: o intervenir con numerosas fuerzas o bien retirarse de Rusia. Lloyd George no pensaba hacer ninguna de las dos cosas, ya que la intervenci­ón a gran escala le crearía problemas con la izquierda, y la retirada con la derecha. En la primavera de 1918 tropas británicas habían desembarca­do en los puertos de Arcángel y Murmansk, en el norte, y los japoneses habían tomado Vladivosto­k, a orillas del Pacífico, y penetrado hacia el oeste, en Siberia. Una legión checa se hallaba atrapada en Siberia. Los británicos convencier­on luego a los canadiense­s para que proporcion­aran un contingent­e que hiciera de contrapeso a los estadounid­enses y japoneses. En el sur, otro contingent­e británico penetró en la cordillera del Cáucaso y sus yacimiento­s petrolífer­os. Los franceses, que andaban aún más cortos de efectivos que los británicos, se limitaron a enviar misiones militares o contingent­es simbólicos (…) Después de la derrota Alemania, siguiendo instruccio

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