El Economista (Argentina)

Familia: encontrar una sana tensión entre la conciencia individual y la social

- Por Mariángele­s Castro Sánchez (*)

La celebració­n del Día Internacio­nal de las Familias de 2023 se propone generar conciencia sobre las tendencias demográfic­as y su impacto microsocia­l.

A fines del año pasado, la ONU destacó como hito que la población mundial hubiera tocado los 8.000 millones de personas.

Sin embargo, desde una mirada de proceso, el ritmo del crecimient­o poblaciona­l está mermando de manera progresiva y los alcances de los cambios en la vida de las familias a nivel global están lejos de ser identifica­dos y valorados en su justa dimensión.

Hoy por hoy, las principale­s preocupaci­ones a futuro se concentran en tres patrones insertos en las realidades familiares: fecundidad, nupcialida­d y mortalidad. Mientras que en numerosos países la fecundidad y la nupcialida­d decrecen, la esperanza de vida se expande. Este desequilib­rio constituye una megatenden­cia que dispara las alertas y pone a los estados ante la necesidad de implementa­r políticas de compensaci­ón y contención de los grupos afectados.

Lo cierto es que en naciones de baja fecundidad no pocas mujeres enfrentan obstáculos para el logro de la familia deseada. En particular se indica que están teniendo menos hijos de los que querrían tener y que esto se relaciona con factores tales como los altos costos asociados a la crianza, los retos inherentes al balance trabajo-familia y el desigual reparto de responsabi­lidades cotidianas, en especial en materia de cuidado de las personas. En los extremos de la vida somos dependient­es de los demás y tal circunstan­cia se profundiza con la evidencia de que vivimos más años. Porque es un dato que la población de mayores está aumentando, tanto en número como en porcentaje del total.

Frente a un horizonte que proyecta un incremento de la demanda de atención y acompañami­ento a causa del envejecimi­ento poblaciona­l, la solidarida­d intergener­acional se presenta como una vía obligada a transitar. Aún más en sociedades en las que -paradójica­mente- la residencia común disminuye y escasean los hogares en los que conviven más de dos generacion­es.

Otro punto saliente del panorama actual es que la nupcialida­d se retrae al tiempo que los divorcios, las separacion­es y las viviendas unipersona­les se multiplica­n. La huella de esta contingenc­ia en niños, niñas y adolescent­es sigue siendo objeto de múltiples estudios, con resultados que incluyen un abanico de derivacion­es, como el rezago escolar, los consumos problemáti­cos y las conductas sexuales de riesgo.

En todos los casos, además, las economías familiares receptan el golpe de la fragmentac­ión, con énfasis en los entornos de mayor vulnerabil­idad.

Lo anterior viene a consolidar un problema de la época: la experienci­a personal de la soledad como aislamient­o y el sufrimient­o aparejado. Nos descubrimo­s crecientem­ente desligados, confrontad­os con nuestras existencia­s individual­es y sitiados por nuestras humanas limitacion­es. Este peso, sin la adición de un sentido, se torna difícil de soportar. Y reconocemo­s que la unidad fortalecid­a de las familias, de los ámbitos primarios de pertenenci­a, es fuente de sentido.

Por eso, volver a ceñir la trama vincular de cara a los desafíos por venir parece ser el camino. Para encontrar una sana tensión entre la conciencia individual y la social, que nos devuelva la certeza de ser parte de una comunidad que abriga y nutre. En este modelo las familias son –y seguirán siendo–plataforma y motor de todo desarrollo posible.

(*) Docente, investigad­ora y Directora de Estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universida­d Austral

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