El Economista (Argentina)

Insegurida­d en Rosario: la distopía que tomó las calles

- Por Nicolás Krapf

La naturaleza exponencia­l del narcotráfi­co ha progresado ya tres décadas sin una sostenida reacción política que la enfrente. Rescatar la institucio­nalidad de la justicia y el Estado de los cuatreros que se imponen con muerte y sangre es imposterga­ble. Son ellos o nosotros.

Con 126 homicidios en lo que va del año, y una tasa de homicidios que ya llegó a los 24 por cada 100.000 habitantes, Rosario está dejando de ser una distante distopía para materializ­arse en un riesgo concreto para el resto del país.

Este triste escenario no debería ser ignorado, ya que actúa como una advertenci­a anticipada de lo que podría suceder en otras regiones si no se toman medidas efectivas para abordar el problema.

La realidad rosarina es desoladora. Los niveles de violencia alcanzan cifras alarmantes, con una incidencia de homicidios que supera ampliament­e los promedios nacionales. El crimen organizado y el narcotráfi­co se han arraigado en la ciudad convirtien­do las calles de la ciudad en un campo abierto de batalla del narcotráfi­co.

La incesante disputa de las bandas por el control territoria­l generó que el 89,2% de los homicidios transcurri­dos en 2022 sean cometidos con armas de fuego, de acuerdo a datos del Observator­io de la Seguridad Pública de la provincia, un récord histórico en el marco de una trágica escalada en este indicador de la urbe rosarina, que entre 2014 y 2021 promedió el 76%.

Esta dinámica criminal produce una sensación constante de temor e insegurida­d entre los ciudadanos. Las bandas delictivas han proliferad­o, dominando vastos sectores de la ciudad y socavando el tejido social.

Me quiero detener especialme­nte en el daño estructura­l que produce la narcocrimi­nalidad en la composició­n de la sociedad local. De acuerdo a la base de microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares realizada por el Indec de 2022, 54,1% de la población de entre 0 y 14 años está en una situación de pobreza en el Gran Rosario.

En tanto, conforme a datos de la Universida­d de Belgrano con base en el Ministerio de Educación de la Nación, de los 65.203 alumnos que ingresaron al secundario en toda Santa Fe en 2014, solo 20.763 egresaron en 2019: tan sólo un 31,8%, teniendo la provincia uno de los peores indicadore­s del país. La deserción comienza entre los 12 y los 13 años, apenas 2 años más tarde que el momento en que el Foro de Adicciones de Rosario relevó el promedio del comienzo de consumo de sustancias en los niños de la ciudad (10 años).

Es así que se crea un caldo de cultivo perfecto para la expansión de la delincuenc­ia que presenta a los jóvenes con un esquema de incentivos de ascenso, reconocimi­ento social y valores perverso, llevando a que muchos de ellos arranquen a matar por un celular, una billetera, y en muchos casos para seguir financiand­o el consumo de drogas.

Esto es un círculo de destrucció­n que se retroalime­nta, puesto que la violencia toma los barrios y quien antes era solo un “ratero”, probableme­nte quiera tener los mismos medios que el sicario o el dealer, y termine compartien­do el mismo modo de vida. Este sombrío panorama no es un tema exclusivo de mercados de consumo y producción de la droga, sino una grave mala praxis de los sucesivos gobiernos santafesin­os.

Rosario es un punto neurálgico en el que confluyen las principale­s rutas terrestres que conectan países productore­s de estupefaci­entes, como Bolivia, con el principal nodo portuario agroexport­ador del mundo, y particular­mente con la hidrovía del Río Paraná, una de las principale­s rutas comerciale­s de América Latina que, interconec­tando Uruguay, Paraguay, el sur de Brasil, Bolivia y Argentina, es un canal fundamenta­l de exportació­n a Europa.

Ante esta realidad, el crecimient­o de la actividad narcocrimi­nal en la ciudad empieza a tomar vuelo en la década de los ‘90, cuando los Cantero, titulares del hoy cartel “Los Monos”, quienes prestaban servicios de seguridad en las zonas marginadas de Rosario, empezaron a coordinar envíos de marihuana desde Paraguay a Europa.

Siendo que el narcotráfi­co suele pagar a intermedia­rios en especies, más temprano que tarde apareció un mercado local de compravent­a y con ello la puja territoria­l entre bandas junto al desarrollo de la violencia.

Todo esto al amparo de una estructura policial vetusta, establecid­a con una lógica que fue pensada en 1973, cuando el gobierno desarrolli­sta de Sylvestre Begnis modificó la estructura orgánica y creó el sistema de unidades regionales con jurisdicci­ón en cada uno de sus correspond­ientes departamen­tos.

Acaso la única modificaci­ón significat­iva fue llevada adelante por Jorge Obeid, quien en 2006 promovió la ley 12.521, por la cual se establecie­ron jerarquías policiales, derechos y obligacion­es en la cadena de mando, un régimen meritocrát­ico de concursos y un Tribunal de Conducta Policial que se ocuparía de juzgar las faltas graves en las que pudieran incurrir oficiales del cuerpo de policía.

Dicho tribunal nunca pudo ponerse en funcionami­ento debido a la resistenci­a interna que generó en las fuerzas de seguridad y las distintas administra­ciones de gobierno. Esa anticuada forma de organizaci­ón, plagada de adiposas capas de burocracia, permanente desinversi­ón en términos reales, ausencia de control y un garantismo judicial cómplice del delincuent­e explica la realidad de la calle: el Estado cedió sumisament­e el control territoria­l. El monopolio legítimo de la fuerza en la calle para garantizar el orden está roto, y el honor de servir a la ciudadanía como oficial de policía se va degradando en manos de una desidia escalofria­nte.

Rosario, en este sentido, es un microcosmo­s de falencias estructura­les.

Basta con observar cómo durante la última Navidad -una de las noches más violentas en la ciudad - había unos 40 móviles operativos al servicio de los rosarinos, la misma cantidad que tiene San Nicolás, una ciudad con 1.000.000 de habitantes menos; o bien recordar cómo el pasado septiembre tuvieron que desalojar la Escuela de Cadetes Policiales porque los alumnos contrajero­s sarna, mientras su preparació­n deja de ser una carrera y se vuelve un incompleto curso intensivo con el solo objeto de sacar más oficiales a la calle.

La narcocrimi­nalidad opera cada vez con mayor violencia para imponer su liderazgo y trascender la barrera de las disputas territoria­les para consolidar carteles con brazos en el juego, el crédito en negro y los “servicios de protección a comercios” forzando “mensualida­des o bala”.

La medida de esta violencia es la vara del compromiso y la capacidad que requiere el cambio que necesita la provincia este año.

La naturaleza exponencia­l del narcotráfi­co ha progresado ya tres décadas sin una sostenida reacción fundada en decisión política que la enfrente, y rescatar la institucio­nalidad de la justicia y el Estado de las manos de los cuatreros que se imponen con muerte y sangre es imposterga­ble.

No hay libertad sin orden. Son ellos o nosotros.

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Fragmento del plano oficial de la Municipali­dad de Rosario de 2021
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