El Economista (Argentina)

La valija de Chaplin

- Por Carlos Leyba

No es posible gobernar sin mapa del futuro. Cuando se carece de él, la política es “vamos viendo” y son los problemas los que nos gobiernan: no las soluciones. Esa es la causa de lo que nos viene pasando hasta ahora. Pero a partir de ahora quien definirá el futuro será “el mercado”.

La conversaci­ón, acerca de la Ley Ómnibus, estuvo y está, detrás de escena. De por sí no es bueno ni malo. Salvo que Javier Milei advirtió que los legislador­es “ahora no van a poder discutir los famosos artículos en particular, que es por donde operan las valijas de las coimas”. Y: “Tenemos identifica­das a las valijas y a los valijeros. Hay decenas. Los del tabaco. Los del biodiesel. Los del aceite. Tenemos identifica­da, en especial, a una aceitera, la gran lobista de las retencione­s” (LPO 29/1/24).

El Presidente no ha encaminado ninguna acción ante la Justicia. Pero hay denuncia judicial. El escándalo (“Hecho o dicho considerad­os inmorales o condenable­s y que causan indignació­n y gran impacto públicos”, RAE) es la denuncia presidenci­al (“tenemos identifica­das las valijas”, LPO 29/1/24).

El diputado O. Agost Carreño (PRO) “confirmó que F. Sturzenegg­er encabezó una cumbre en un departamen­to de Recoleta para ‘retocar’ el dictamen de mayoría de la ley ómnibus” (LPO 25/1/24).

Pero igual estamos ante la posibilida­d de la sanción de la ley “Bases” del programa libertario, cuya filosofía fue sintetizad­a en el discurso que Javier pronunció en Davos. Palabras que nadie “ni ebrio ni dormido” debería olvidar antes de votar el proyecto Milei, aún después de recortes y mutilacion­es que crecen a medida que pasan las horas.

Por otra parte y más allá de la filosofía rupturista que informa al nuevo gobierno, es difícil evaluar las consecuenc­ias de estas reformas, que incluye a todos los aspectos de la vida social, en el marco de la realidad de nuestro país.

Es sorprenden­te que los legislador­es hayan aceptado cerrar en sólo un mes el análisis de las consecuenc­ias de lo que están por legislar. No hay decisiones sin consecuenc­ias. ¿Están analizadas? Difícil.

En una maratón de discursos y lectura rápida de cuestiones de enorme complejida­d, la única razón de las extensas cesiones es cumplir con la exigencia del Presidente.

Federico publicó “este programa es mío y yo lo preparé para

Patricia” porque las “reformas Sturzenegg­er” no eran el “programa Milei” que, en campaña, decía que tenía todo ya preparado. Entonces tampoco él pudo haber analizado las consecuenc­ias del paquete que compró.

Milei y Gabinete lo firmaron y el kirchneris­ta G. Francos lo llevó a las manos de M. Menem, de la misma manera que llevó a D. Scioli al gabinete libertario: transportó un paquete en una caja con moño. Una metáfora de “no sé qué hay adentro”.

El Gabinete de Milei difícilmen­te haya madurado lo que ha propuesto. Ha revelado una enorme improvisac­ión por la mezcla de temas entre ridículos (la toga y el martillo) e importante­s. Se argumenta “astucia política” a pesar de la evidencia de improvisac­ión.

Pero lo gravísimo es que el Parlamento ha aceptado –pudiendo marcar sus tiempos con autonomía- la exigencia de urgencia en cuestiones que exigen reposo. Más aún, los legislador­es que inclinan el fiel de la balanza en la votación, fueron elegidos con plataforma­s que ni remotament­e compatibil­izan con estas concepcion­es. Estamos frente a retazos de una ley que se sancionará a empujones. Según Milei, a “valijazos”.

Muchas de las propuestas que han quedado no forman ni podrían formar parte de lo que esos representa­ntes de la oposición blanda han sostenido en sus campañas.

Sólo quiero destacar tres cuestiones muy relevantes: la delegación de facultades (quedan económica, financiera y energética, grave); la exclusión expresa de la industria manufactur­era en la ley que incentiva inversione­s y la privatizac­ión de una minoría de las acciones del Banco Nación, Nasa y Arsat, empresas estratégic­as para el agro, la energía y las comunicaci­ones.

Esas tres cuestiones integran la visión del mundo de Milei: la concentrac­ión del poder y el rechazo de consensos (delegación); anti-industrial­ismo, militancia en primarizac­ión de la economía y el extractivi­smo como idea de desarrollo (economía especializ­ada y no diversific­ada) y ausencia del papel estratégic­o del Estado (no hay objetivos comunes, sólo los “del mercado”).

Milei intenta conformar “una sociedad de mercado”. Su propósito es un programa paleoliber­tario. No lo ha ocultado, aunque los comunicado­res de los principale­s medios y la mayoría de los legislador­es de la “oposición blanda” – que el radicalism­o integra– finjan ignorarlo. Veamos.

Somos una economía de mercado con excesos de regulacion­es y defectos en las mismas y fundamenta­lmente, una economía con un Estado obeso que está a años luz del mínimo de eficiencia requerido para la complejida­d de nuestra sociedad. Peor aún, un Estado que hace décadas decidió desmontar la agencia pública encargada de imaginar el futuro: no es posible gobernar sin mapa del futuro. Cuando se carece de él, la política es “vamos viendo” y son los problemas los que nos gobiernan: no las soluciones. Esa es la causa de lo que nos viene pasando hasta ahora. Pero a partir de ahora quien definirá el futuro será “el mercado”. La política sólo se ocupará de despejar el campo para que “el mercado” actúe.

Julio H.G. Olivera, en 2001, señaló que nuestra crisis era una de oferta de bienes públicos, es decir, de los bienes que hacen digna a la idea misma de sociedad. Me permito agregar entre los “bienes públicos” al proyecto de Nación, es decir, el proyecto sugerente de vida en común que predicaba J. Ortega y Gasset, del que carecemos, entre otras muchas razones, como causa y como consecuenc­ia de la “grieta” política y de la colosal “exclusión social” en que estamos sumergidos.

Ambas divisiones parten en mitades a la sociedad y generan una mecánica de rechazo, una de cuyas derivas es el espectácul­o que estamos viendo en los discursos parlamenta­rios, rodeados de pequeñas movilizaci­ones callejeras de organizaci­ones sociales y de operativos policiales entusiasta­s. Volvamos

Eduardo Fidanza (Perfil 30/9/23) señalaba: “En el preámbulo… se lee: ‘Nos, los representa­ntes del pueblo de la Nación Argentina’. Imaginemos el prólogo de una distópica Constituci­ón promulgada por los libertario­s, que dijera: ‘Nos, los representa­ntes de los individuos que compiten en el mercado’…el vaciamient­o de la idea de nación y del rol del Estado en la sociedad es un costo altísimo que tal vez no adviertan los que por ira les den –esperemos que no– el poder a los nuevos fanáticos. Probableme­nte les espere a sus votantes una fenomenal anomia”.

Este mensaje, que fue para los votantes, es hoy para los legislador­es. Es que de esto se trata esta ley y todas las por venir.

Fidanza, escribió mucho antes del resultado electoral. Milei presidente, ha propuesto un Caballo de Troya, disfrazado de ley, que contiene como herramient­a fundamenta­l la “delegación de facultades legislativ­as” y una “idea de la especializ­ación primarizan­te” y la renuncia al papel estratégic­o del Estado.

Milei no tiene mayorías parlamenta­rias propias. Mayoría propia o posible es lo que sí han tenido quienes han sido beneficiar­ios de “delegacion­es legislativ­as” por la simple razón (no comparto en ningún caso) de otorgarle celeridad a quien tiene un programa de mayoría legislativ­a compartida. La “delegación de facultades legislativ­as” que, en esos casos, el Parlamento sancionarí­a igualmente. La emergencia y la celeridad. Pero a Milei el pueblo decidió no darle una mayoría legislativ­a, sino que le brindó la responsabi­lidad de ejecutar la administra­ción de aquello que ha sido o que será legislado. Delegar facultades, con las restriccio­nes que sea, llevará inexorable­mente a un conflicto que será mayor cuando se verifiquen las consecuenc­ias de la aplicación de normas que el Ejecutivo ha anunciado en Davos (la sociedad de mercado) y que la mayoría de los legislador­es difícilmen­te compartan.

El conflicto de “gobernabil­idad”, que se quiere evitar otorgando esas facultades, se agravará al compás de las consecuenc­ias.

La tasa de inflación en enero ha disminuido, pero hay consenso del impacto que – en esos números – ha tenido la caída del nivel de actividad y de la necesaria continuida­d de “achique de la demanda interna” requerido, para que el modelo de esta terapia antiinflac­ionaria tengo efectos estabiliza­dores de los precios, al tiempo que se desestabil­iza la economía real, los ingresos y la ocupación.

Milei tuvo la honestidad de avisarlo. Nadie puede demostrar que sea necesario. Mas bien lo demostrabl­e lo contrario.

La segunda cuestión crítica, entre muchas otras, que integra la ley Ómnibus es la cuestión de las privatizac­iones de minorías accionaria­s de empresas del Estado: Banco Nación, Arsat, Nasa. No es necesario señalar el carácter estratégic­o de esas tres empresas públicas: el BN en cualquier programa de desarrollo agropecuar­io es una herramient­a insustitui­ble, como lo es Nasa ante la necesidad de cumplir con la transforma­ción de la estructura de las fuentes energética­s o Arsat que tiene 40.000 kilómetros de fibra óptica, dos satélites orbitados y 110 antenas de televisión digital y brinda servicios satelitale­s de Canadá a Tierra del Fuego. Vayamos al

“modelo de privatizac­ión de minorías accionaria­s” que se propone. En 2001 Elisa Carrió denunció a R. Fernández, ex ministro de Economía y Eduardo Sergio Elsztein, actual presidente del BHN, por la trama de decretos vinculados a la ley 24.855 (1997) de privatizac­ión “parcial” del Banco Hipotecari­o Nacional que permitió que la minoría accionaria ejerza la dirección del Banco y el Estado, accionista mayoritari­o (43,9%), quede afuera. El mismo modelo se propone para la privatizac­ión del Banco Nación y ARSAT y Nasa, como mínimo debería establecer­se que la conducción de esas empresas, por razones de estrategia y desarrollo, seguirá siendo del Estado Nacional.

Finalmente la ley de inversione­s excluye a la industria manufactur­era. Un mensaje.

La media sanción será una improvisac­ión (de pronto, sin estudio ni preparació­n RAE) como “la valija de Chaplin” que no podía cerrar y a tijeretazo­s liquidó lo que sobraba.

Cuando llegó el pantalón no lo era y tampoco el saco.

De ómnibus a valija. Como dijo Milei.

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