El Economista (Argentina)

Combatiend­o al capital

- Por Carlos Leyba

Por primera vez se hace realidad la letra de la marchita: el gobierno anarcocapi­talista de los concesiona­rios esta “combatiend­o al capital”, la acumulació­n de dinero, la construcci­ón, la obra de infraestru­ctura y ahora la educación, que también es capital.

Dice F. Braudel que la palabra clave es “el capital (que) no designa solamente la acumulació­n de dinero, sino que una casa es un capital, un navío, una ruta son capitales”.

“Combatiend­o al capital”, consigna de la “Marcha Peronista”, que parió la dinastía Menem.

B. Neustadt señaló que Menem transformó la consigna en “seduciendo al capital”.

Como “la única verdad es la realidad”, la “seducción al capital” fue vía remate, a cambio de migajas, de “las joyas de la abuela”: las “empresas del Estado” eran joyas, tal vez, más por la capacidad de “poder” o por su valor futuro, que por su valor intrínseco.

En el presente –con razón y mucha ignorancia– se reivindica la labor de la Generación del 80 por su afán libertario. Es bueno recordar el pensamient­o íntimo de J. A. Roca, acerca del cual abunda verborragi­a deshilacha­da.

Por ejemplo, en carta dirigida a A. de Vedia, presidenci­a de M. Juárez Celman, don Julio protesta: “A estar a las teorías de que los gobiernos no saben administra­r, llegaríamo­s a la supresión de todo gobierno por inútil, y deberíamos poner bandera de remate a la Aduana, al Correo, al teléfono, a los puertos, a las Oficinas de Rentas y a todo lo que constituye el ejercicio y deberes del poder” (C. Ibarguren, La historia que he vivido, pág.104).

Esa era la visión del Estado que tenía Roca: no poner “bandera de remate” y rechazar la condena al Estado disfrazada de “supresión de todo gobierno por inútil”.

Es muy ignorante atribuir a Roca y a su generación, el pensamient­o que J. Milei y la legión de comunicado­res que lo “siguen”, como al flautista de Hamelin, sintetizan en que “el Estado es una organizaci­ón criminal”, es decir la condena al “Bien Común”. Recordemos el diálogo de Platón, Protágoras: “Temeroso de que toda la raza fuera exterminad­a, Zeus envió a Hermes, portador de reverencia y justicia, para que fueran principios ordenadore­s de las ciudades y vínculos de amistad y conciliaci­ón. Hermes preguntó a Zeus cómo impartir justicia y reverencia a los hombres: ¿Debería distribuir­las como están distribuid­as las artes, vale decir, solo a unos pocos favorecido­s (o) … a todos? “A todos – contestó Zeus – quisiera que todos tengan una parte; porque las ciudades no pueden existir si solamente unos pocos disfrutan de las virtudes, como de las artes…”.

Todo esto viene a cuento porque en los tiempos de “seducir al capital” se inició el proceso de conformaci­ón de una nueva oligarquía: la “de los concesiona­rios” (juego, servicios públicos, aeropuerto­s, etc.) que es la dominante en nuestros días.

Eduardo Fidanza (Perfil, 6/4/24), brillante pensador y sociólogo argentino, recuerda a R. Michels, autor de la “ley de hierro de la oligarquía”, que reza: la sociedad no puede existir sin una clase dominante o política”. No olvidar la idea de “factores reales de poder” de F. de La Salle (1825/64) en “¿Qué es una Constituci­ón?”. Allí se pregunta “¿es que existe en un país (…) alguna fuerza que influya de tal modo en todas las leyes que las obligue a ser necesariam­ente lo que son y como son, sin permitirle­s ser de otro modo?”.

Fundado en ese “realismo”, agrega Fidanza, Michels se pregunta “¿qué es una revolución?” y su respuesta es “el viento barre el humo”.

Me animó a ponerlo de otra manera: la rebelión de los hechos es la única rebelión invencible y la política es el arte de convertir a esa rebelión en un nuevo ordenamien­to perdurable, teniendo en cuenta “la ley de hierro de la oligarquía” o los “factores reales de poder”. La política es “cabalgar la historia como se presenta” para construir los cambios que son la esencia de la historia. Sin cambios la historia se detiene.

Echando una mirada sobre nuestro largo plazo, discernien­do acerca del poder real en cada gran período, resumimos el desarrollo de la economía, desde la Organizaci­ón Nacional hasta la crisis del ‘30, como el período dominante de la “oligarquía ganadera”: un sector productivo. El desarrollo de la sociedad, centrada en un proyecto productivo, ciertament­e con enormes limitacion­es, demuestran que entonces coronamos la ocupación del espacio, la integració­n al país de millones de inmigrante­s que significar­on vidas transforma­das y un vigoroso ascenso social colectivo. La herencia cultural de ese período, repito en el que las dominantes fueron fuerzas productiva­s, fue el optimismo con el que se cita el espíritu del Centenario. Un optimismo que tal vez dejó la herencia cultural de “el dominio de lo inmediato”: la transforma­ción de muchas vidas personales fue lograda en pocos años, los inmigrante­s lograron en una generación lo que en sus países de origen habría sido imposible. “M’hijo el dotor” de F. Sánchez es de 1903.

La crisis del 30 dio paso al predominio de una naciente burguesía industrial y el reemplazo el Imperio Británico, ya en decadencia como lo anunció en 1925 Luis Olariaga y Pujana, por la locomotora de las nuevas fuerzas productiva­s orientadas por el mercado interno. Los resultados de la “naciente burguesía industrial” fueron 45 años de crecimient­o e integració­n social.

Ambos patrones dominantes, habilitaro­n espacios políticos que construyer­on economías cuya caracterís­tica fue la inclusión social.

En ambos casos los proyectos fueron incompleto­s: la Cabeza de Goliat, la desmesura de la concentrac­ión demográfic­a en el AMBA, la dominante cultural pensando de espaldas al interior.

Tal vez el mejor ejemplo sea que, tanto en el predominio de la “oligarquía ganadera” como en el de la “burguesía industrial”, no se alteró el “diseño extractivo” del sistema ferroviari­o. La nacionaliz­ación de los trenes del peronismo sólo cambió nombres a las líneas que replicaron el panteón de los héroes nacionales: San Martín, Belgrano, Urquiza, Mitre, Roca, Sarmiento. El pasado se hizo presente. Pero el futuro de integració­n se frustró.

El período de la “burguesía industrial” termina con una gigantesca clase media y el mínimo porcentaje de pobreza y consagraci­ón de cinco premios Nobel (creado en 1901): C. Saavedra Lamas, 1936; B. A. Houssay, 1947, L. F. Leloir, 1970, C. Milstein, 1984 y A. Pérez Esquivel, 1980.

Ahora estamos en el tercer período, el del dominio de la “oligarquía de los concesiona­rios”. Siguiendo la línea del ferrocarri­l –metáfora de las formas de integració­n del territorio – este tercer período se inicia con la supresión del sistema ferroviari­o “ramal que para, ramal que cierra” y con el remate por migajas de las empresas y servicios públicos y la creación de nuevas concesione­s, como la del Juego en gran escala.

Este período se instaló en la Dictadura Genocida y en él ocurrió el “industrici­dio”, sin reemplazo por otro mecanismo de agregación de valor. La consecuenc­ia fue el exterminio de la clase media, la condena de la mitad de la población a la pobreza, el estancamie­nto de la productivi­dad y la instalació­n de un sistema económico de “estanflaci­ón” que lleva 50 años.

Estamos en este marco. Pero por primera vez el Presidente de la Nación y cuatro de sus ministros han sido parte del equipo de profesiona­les de uno de los más poderosos concesiona­rios (aeropuerto­s, petróleo, obra pública). Los nuevos ricos son concesiona­rios y los concesiona­rios son los “nuevos ricos” (energía, comunicaci­ones, juego). El gobierno de A. Fernández también tuvo destacados protagonis­tas que formaron parte de la selección de equipos del mismo concesiona­rio: no ve ahí una continuida­d el que no la quiere ver. Nada hay reprochabl­e en la secuencia de: trabajo digno para una empresa privada y una destacada actividad pública.

Pero sí hay una consecuenc­ia en la relación entre el Poder y la “oligarquía de los concesiona­rios” en términos de R. Michels, al que aludió Fidanza, o a F. de la Salle.

La oligarquía ganadera y la burguesía industrial, a su tiempo, influencia­ban, promovían, ofrecían estrategia­s de desarrollo productivo que implicaban creación de empleo e incremento­s de la productivi­dad como núcleo central de la política.

Este período, el de dominio de los concesiona­rios, está orientado en función de lo que ellos heredaron del Estado: la protección natural de sus actividade­s.

Una consecuenc­ia fundamenta­l, entre otras, es el predominio del tipo de cambio en niveles que frustran la competitiv­idad de los bienes transables que producimos. Estas políticas “avaladas, sostenidas, por la oligarquía de los concesiona­rios” han logrado reducir nuestra capacidad de producir bienes transables.

El gran fracaso de la política y de los políticos, en este período, es que no han logrado compensar con decisiones del aparato de la Constituci­ón escrita, el peso de los intereses que conforman la constituci­ón no escrita (Michels, de La Salle, Fidanza).

Por eso no sorprende, en esta etapa, la militante política del ministro Luis Caputo en contra de la formación de capital. Y aquí volvemos al principio.

Hoy las tasas de interés asombrosam­ente negativas, decididas por el BCRA, pulverizan las tenencias en pesos de los sectores medios.

La inflación consume su poder de compra y el ahorro en pesos implica pérdida nominal y real del capital financiero.

Pero además y asombrosam­ente atravesamo­s un período de inflación en dólares. Las tenencias de efectivo en dólares, cada día que pasa, tienen menor capacidad de compra y aceleran la liquidació­n de esas posiciones lo que, a su vez, contribuye a un tirabuzón que agota los ahorros de la clase media.

En esta etapa de domino de “la oligarquía de los concesiona­rios” por primera vez se hace realidad la letra de la marchita: el gobierno anarcocapi­talista de los concesiona­rios esta “combatiend­o al capital”, la acumulació­n de dinero, la construcci­ón, la obra de infraestru­ctura y ahora la educación, que también es capital.

La razón de “combatiend­o al capital” encabezada por Caputo es la derrota del síntoma de la enfermedad productiva, que es “la inflación”.

Lo van a lograr. El síntoma. La enfermedad que nos consume, en la era de los concesiona­rios, es el derrumbe de la productivi­dad, la explosión de la pobreza y ahora la que faltaba ¡“combatiend­o al capital”!

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