ELLE (Argentina)

“Por qué fui donante de esperma”

Hoy existen tantísimas técnicas de reproducci­ón asistida. Sin embargo, muchos hombres que, como Ezequiel, eligen convertirs­e en donantes sienten que hablar de su experienci­a sigue siendo un tema tabú.

-

Lo más raro, lo que nunca imaginé que me pedirían, fue una foto de cuando era bebé. Sin explicarle el por qué, fui a la casa de mi mamá y revisé la caja que desde siempre guardó arriba del placard, la caja de los recuerdos que abríamos los domingos de lluvia, tirados en la alfombra del living, con la tele de fondo. La primera imagen que encontré era en blanco y negro. Yo era muy chiquito, parecía disfrazado con ese tapado de paño verde. Ya me sentaba, ¿tendría seis meses? La mano grande que me abrazaba por la panza era la de mi abuelo. Mi abuelo: ese hombre que un día se volvió a España, plantó a su familia argentina, nunca regresó ni mucho menos se disculpó.

El año pasado me convertí en “espermodon­ante”. Todo empezó porque necesitaba plata.

Fui a un centro de fertilizac­ión privado donde me pagaron $500 por cada muestra de gametos, como dicen los científico­s; algo que realizaba cada 15, 20 días. Fueron unas diez sesiones, todo resultó impecable. Nunca fallé, jeje...

Fue una aventura en la que me metí en plan canchero: iba los viernes después del trabajo, me encerraba en una sala toda blanca que tenía un sillón y unas revistas eróticas, le daba play a los videos que me descargaba de YouPorn. Y en menos de media hora salía de ahí con el dinero suficiente para pasar un fin de semana bacán.

Las primeras veces repetía el procedimie­nto con frialdad quirúrgica. Miraba pasar a los médicos, analizaba que más que a Doctor House se parecían a los personajes de House of Cards. Es que es así: aunque en la web de algunos bancos de espermas hablan de “generar conciencia entre los varones” y afirman que ser donante significa dar ayuda social, también sabemos que hay un gran negocio detrás de la infertilid­ad de las parejas o de las ganas de formar una familia. Igual, esos genetistas y ginecólogo­s pasan a ser, de alguna forma, como un cura confidente o alguien con quien tenés más confianza que tu mejor amigo.

Al salir de esa especie de shock-room que es la sala de recolecció­n, las recepcioni­stas y yo éramos los únicos descontrac­turados. Hacia la cuarta o quinta sesión, empecé a registrar las caras, el ánimo, la preocupaci­ón, la angustia de las personas que esperaban sentadas.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina