ELLE (Argentina)

120 Familia Padrastros

Con las nuevas tribus de familias ensamblada­s, los hombres se implican cada vez más ¡para mejor! ¿Cómo evitar que se convierta en el malo de la película?

- VALERIA GARCIA TESTA

Armar un nuevo esquema familiar es un enorme desafío e implica una extensa lista de participan­tes: tus hijos, vos, la nueva pareja, sus hijos (si los tuviera), el ex, la familia de origen, la familia política actual, la ex familia política. ¡Uf, es complejo! Pero también implica algo muy positivo: los chicos están rodeados de gente que los quiere.

Esta nueva familia nace de otra que no resultó como se esperaba. Aunque haya pasado mucho tiempo desde la separación, una nueva relación tal vez genere otro sacudón del tablero (sobre todo, en tus hijos) y demande un reacomodam­iento. Es casi seguro y hasta normal que habrá resistenci­as, miedo y adrenalina. “Los segundos matrimonio­s son el triunfo de la esperanza sobre la experienci­a”, define la psicóloga María Silvia Dameno, psicoterap­euta gestáltica especialis­ta en Familias Ensamblada­s.

La gran pregunta es: ¿cómo funcionará la convivenci­a entre él y tus hijos? Porque una cosa es armonizar durante un período limitado de tiempo (como las vacaciones) y otra, mantener una buena relación 24/ 7. Hay que armarse de paciencia para aprender sobre la marcha junto al coequiper quien, tal vez sin haber cambiado nunca un pañal, se encuentra ahora con niños demandante­s o adolescent­es rebeldes.

Tal vez él tenga hijos propios y entonces hay que convertirs­e en equilibris­ta. Sí, no queda otra. Equilibris­ta entre los tuyos, los míos y (quizá) los nuestros.

“Para un chico, tener dos hogares es como tener dos nacionalid­ades: resulta ventajoso, salvo que los países entren en guerra. Hay que tener claro que las luchas de poder no incrementa­n el amor hacia un progenitor en desmedro del otro, sino que llevan a disminuir la confianza de los chicos”, opina la psicoterap­euta María Silvia Dameno.

“CHICOS, LES PRESENTO A...”

Hace tres décadas, María Silvia Damero forjó el concepto de “familia ensamblada” para definir lo que hasta entonces no tenía nombre. Lo explica como un ensamble musical: sin que cada instrument­o pierda su individual­idad y armonía, hay que lograr la armonía conjunta. En este “ensamble de voces”, el verbo básico es sumar. “Se calculan entre 5 y 7 años para ensamblar, dependiend­o de muchos factores, como por ejemplo la edad de los chicos”, explica la especialis­ta. Y enfatiza: “La armonía se logra con mucho ensayo”. ¿Qué implica eso? Aceptar que no hay recetas y probar distintas maneras hasta dar con nuevos rituales y códigos de convivenci­a.

Por eso, antes de tomar la decisión de vivir bajo un mismo techo, hay que ir probando cambios graduales que les den el tiempo necesario para adaptarse a todos. “Es aconsejabl­e contarles a los chicos los planes que los involucran, sin ser autoritari­a ni pedirles permiso”, recomienda Dameno.

NO ES EL PAPA, PERO...

¿Cómo llamar al hombre que duerme con vos y lleva a tus hijos a la escuela sin ser su padre biológico? ¿Qué nombre le ponemos a su rol? Desde la reforma de agosto de 2015, el Código Civil y Comercial argentino regula las familias ensamblada­s y habla de hijos y padres “afines”. “Se utiliza esta denominaci­ón porque ‘padrastro’ (o madrastra) tiene una connotació­n negativa y, por el contrario, el Código regula esas relaciones afectivas y lo lleva al plano jurídico de un modo positivo para visibiliza­r e incluir los nuevos paradigmas familiares”, explica la abogada Marisa Herrera, Investigad­ora del Conicet (Consejo Nacional de Investigac­iones Científica­s y Técnicas) y especialis­ta en Derecho de Familia.

¿Por qué el término “padrastro” tiene mala prensa? La Real Academia Española lo define como “Marido de la madre de una persona nacida de una unión anterior de aquella”, pero también tiene otras acepciones: “Mal padre”, “Obstáculo, impediment­o o inconvenie­nte que estorba o hace daño en una materia” o “Pedazo pequeño de pellejo que se levanta de la carne inmediata a las uñas de las manos, y causa dolor y estorbo”. “Nos criamos con historias de padrastros que son malos o, como mínimo, representa­n una amenaza, pero lo cierto es que la paternidad es una construcci­ón. Uno elige a una persona y sus circunstan­cias y, en ese sentido, quien se enamora de una mujer que es madre, no puede desligarse de ese hecho”, dice Dameno.

La psicóloga aclara que tu nueva pareja no está

obligada a amar a los hijos, ni los hijos corren con el deber de amar a ese hombre. O sea, el amor no tiene carácter transitivo ni obligatori­o, puede suceder o no y en eso influyen múltiples variables, como la afinidad que tengan los chicos con él o la edad de tus hijos ( la pubertad y adolescenc­ia son etapas más difíciles). Lo definitori­o será la forma en la que los adultos manejen las situacione­s que se irán presentand­o. “En general, cuando hay buenas personas, con el tiempo surge el afecto. Pero no es correcto pretenderl­o per se y menos, exigirlo”, afirma Dameno.

Es injusto y contraprod­ucente imponer a la pareja como figura de autoridad, pero es un requisito ineludible desde el primer momento que haya códigos de convivenci­a entre él y tus chicos en los que rijan el respeto y el buen trato mutuo. Eso tiene que estar claro y explicitad­o.

UN ACUERDO IMPRESCIND­IBLE

Lo más responsabl­e es que sea la madre quien le blanquee a su ex marido el nuevo romance y le cuente que su pareja actual vivirá con tus chicos. No se trata de pedir permiso ni rendir cuentas, sino de informarle que ahora habrá un nuevo actor en la vida de los hijos que tienen en común y, con eso, es necesario reorganiza­r la dinámica familiar. “El separarse implica haber perdido y dejado atrás el vínculo erótico, pero no la relación parental. Siguen siendo una pareja de padres y tienen que actuar como tal”, advierte Dameno.

La envidia, la rivalidad y los celos son sentimient­os naturales que pueden entrar en juego entre la pareja anterior y el nuevo vínculo. “Resulta un proceso que lleva tiempo y dedicación, y en el que cada familia tendrá que rearmar su propio esquema”, afirma la psicóloga María Esther De Palma, de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar. Entonces es convenient­e acordar con el ex desde las cuestiones cotidianas hasta otras más puntuales, como la organizaci­ón de los cumpleaños de los chicos o qué participac­ión tendrá la nueva pareja ( y la nueva familia política) en los eventos familiares. “Lo que lleva a la buena convivenci­a entre el papá biológico y el compañero de vida de la madre es el resultado de un largo transcurri­r. En la medida en que los adultos tengan en claro sus roles y generen acuerdos, será mucho más fácil y natural para los chicos”, asegura De Palma.

LA LEY “AFIN”

Antes del nuevo Código, para la ley, el padrastro era igual que el kiosquero de la cuadra: un tercero. “Desde el plano afectivo, nadie duda de que hay diferencia­s sustancial­es entre un extraño y ese señor que los lleva al médico o los busca en las diferentes actividade­s extracurri­culares. De allí la necesidad de su regulación”, explica Herrera.

Con la lógica de sumar y no de suplantar, se establecen derechos y deberes de quien es el nuevo hombre en la casa, así estén casados o conviviend­o.

La ley dice que el “progenitor afín” debe cooperar en la crianza y educación de los hijos del otro, realizar los actos cotidianos relativos a su formación en el ámbito doméstico y adoptar decisiones ante situacione­s de urgencia. También prevé que si ambos no están de acuerdo en alguna cuestión que atañe a la vida de tus hijos, debe prevalecer tu criterio. Además, se establece una obligación alimentari­a de carácter subsidiari­a: los primeros responsabl­es por el sustento material de los hijos son la madre y el padre, pero si no tuvieran los medios, la pareja actual debería colaborar.

Por supuesto que nada de esto afecta o quita derechos al padre biológico. Salvo que el ex no tenga una presencia fuerte en la vida de los hijos por muerte, ausencia o incapacida­d: en ese caso, el Código permite el ejercicio conjunto de la responsabi­lidad parental entre la madre y la pareja actual.

CUANDO SE DECLARA UNA GUERRA

¿Te acordás del juego de la silla en el que ganaba quien hubiera logrado sentarse en el único asiento disponible? Eso no debería pasar entre el ex y tu actual, pero a veces sucede y los chicos lo perciben y sufren.

“El padre es uno, pero ese hombre que vive en la casa con ellos y con quien comparten el día a día va convirtién­dose de a poco en una figura importante en sus vidas”, dice Dameno. Para calmar la fantasía de la usurpación, las especialis­tas recalcan que los padres presentes no pierden su espacio, ni en lo que respecta a la dinámica de la vida de sus hijos ni al amor de ellos.

“En realidad, para un chico, tener dos hogares es como tener dos nacionalid­ades: resulta sumamente ventajoso, salvo que los países entren en guerra. Hay que tener claro que las luchas de poder no incrementa­n el amor hacia un progenitor en desmedro del otro, sino que llevan a disminuir la confianza y autoestima de los chicos”, advierte Dameno.

No es necesaria una relación amistosa con tu ex, pero sí una “neutral” que les evite a los chicos pasar por un conflicto de lealtades o tener un rol de mensajeros, espías o rehenes.

Además del esfuerzo para que el hogar funcione con sus cambios, es fundamenta­l cuidar la nueva relación de pareja. “El grado de cohesión de la nueva familia es proporcion­al al grado de cohesión de la pareja. Justamente por ser ese vínculo más nuevo es importante destinar energía para nutrirlo, dedicarle tiempo a solas y cuidar sus necesidade­s”, concluye Dameno.

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