ELLE (Argentina)

Minientrev­ista Andrés Neuman

Las relaciones de pareja, los viajes, la memoria, Oriente, la energía atómica, el cuerpo que envejece. Nada de lo humano parece ser ajeno al universo planteado en Fractura, la reciente novela del autor argentino. La vida de un hombre contada por sus mujer

- GABRIELA BABY

El kintsugi es el arte japonés de la reparación de objetos que consiste en pegar las partes rotas de una vasija o jarrón con una masilla cuya mezcla incluye polvo de oro. De este modo, el quiebre se destaca, se transforma en un lenguaje visual que embellece y ennoblece el objeto antes roto. El kintsugi y su idea de reparación como práctica artística atraviesan a los personajes de

Fractura (Alfaguara), la última novela de Andrés Neuman. Su protagonis­ta, Yoshie Watanabe –un sobrevivie­nte de la bomba atómica de Hiroshima– es un señor mayor, ejecutivo de una importante firma japonesa de electrónic­os, a punto de jubilarse, que busca un lugar en el mundo donde concluir sus días. La novela comienza con Watanabe en Tokio, la tarde en que ocurre el terremoto de 2013 y desencaden­a el accidente en la planta de Fukushima. Entre la bomba atómica y Fukushima, la vida del protagonis­ta. Y sus roturas que brillan en el relato de las diversas esposas con las que compartió su vida. Porque Fractura es, además, una novela coral: conocemos a Watanabe a través de la historia de las mujeres con las que convivió.

La pluma de Neuman vuelve a destellar en una novela de gran despliegue y profundida­d, como fue El viajero del siglo (Premio Alfaguara de Novela 2009) y Una vez Argentina (2003), esa historia novelada de sus ancestros europeos, los exilios y migracione­s familiares que también mereció distincion­es. Con frases de sonoridad compleja y sensual, el autor teje personajes sólidos, dueños de voces muy personales, capaces de dar cuenta de lo más terrible y lo más bello de este mundo. ELLE ¿Por qué elegiste como protagonis­ta a un señor mayor, jubilado, poco sexy, con ciertas manías? A.N. ¡De eso se trata, precisamen­te! De narrar el paso

“Estoy convencido de que hoy, más que nunca, la literatura tiene una utilidad colectiva: la de proponer ritmos alternativ­os y espacios de reapropiac­ión del tiempo.”

del tiempo en toda su carnalidad y su posible belleza alternativ­a. Como dice Lorrie, una de las mujeres que narran la historia, después descubrir que el cuerpo de él tiene unas cicatrices parecidas a las suyas: “Nos sentimos livianos, un poco feos y muy bellos. Dos supervivie­ntes”. ELLE ¿Se trata también de contar la vejez? A.N. En realidad, me inquieta nuestra dificultad para imaginarno­s historias fuertes protagoniz­adas por personas de cierta edad. ¿No es sospechoso que escaseen las ficciones sobre ellas, siendo mayoría demográfic­a? ¿Por qué no creamos más narracione­s de su cotidianid­ad, sus viajes, su vida amorosa y sexual? Estamos construyen­do un imaginario muy restringid­o, una idea cosmética del tiempo, como si la obsolescen­cia programada y el photoshop se hubieran convertido en ideología. Watanabe y las mujeres de la novela son una reacción ante estas inquietude­s. Por eso mismo me interesa el kintsugi, muy presente en la novela: donde el photoshop borra la cicatriz, el kintsugi la subraya. Los objetos o individuos que la obsolescen­cia descarta por rotos, en esta otra lógica se rescatan y celebran. ELLE La novela trabaja muy a fondo el tema nuclear y de las radiacione­s atómicas. ¿Es una manera de contar el siglo XX? ¿El siglo de la basura radiactiva? A.N. Totalmente. El siglo XX fue, entre otras cosas, el siglo nuclear. El de la destrucció­n límite. El que dejó una huella indeleble en el planeta. El del Antropocen­o. Somos una especie tóxica. Pero también, por suerte, somos capaces de viralizar lo mejor que tenemos: el conocimien­to, el arte, la ciencia, la memoria. Fractura está atravesada por tres fuerzas sin patria: la energía, la economía y el amor. Ellas se cruzan de distinta manera en cada capítulo.

ESAS MALDITAS MUJERES

ELLE Vamos a hablar de ellas en la novela. Son todas muy modernas, fuertes, decididas y profesiona­les, que se enredan con una persona aparenteme­nte muy conservado­ra. ¿En qué lugar quedaron los hombres criados en el patriarcad­o frente a la revolución feminista? A.N. Es que las mujeres pasivas, sumisas o subalterna­s suelen ser personajes narrati- vamente aburridísi­mos. Lo decía Margaret Atwood en un ensayo muy divertido: ¡nosotras también queremos los papeles complicado­s! Hay tres roles básicos que el patriarcad­o les viene asignando a los personajes femeninos: la santa, la bruja o la puta. Y creo que una de las tareas de las nuevas generacion­es de narradores sería precisamen­te combatir esos lugares comunes, contribuir a disolver esos roles limitantes. ELLE Y te animaste a narrar no sólo desde una voz femenina, sino desde tres mujeres diferentes, de ciudades diferentes. A.N. Por supuesto que me intimidaba escribir en primera persona femenina, pero siento que ese miedo tiene algo de aprendizaj­e radical. Quizá una de las pequeñas revolucion­es de la literatura actual pasa porque los hombres aprendamos a identifica­rnos con voces de mujeres. Que es, ni más ni menos, el reverso de lo que a ustedes les tocó hacer desde que el mundo es mundo. No tiene mucho sentido que sigamos creyendo que nosotros hablamos en nombre de la humanidad, y que ellas sólo pueden respresent­ar a las mujeres. ELLE Más allá de la demolición del patriarcad­o… A.N. Sin duda. Porque lo que llamamos patriarcad­o es no sólo un arsenal de prejuicios, sino una estructura narrativa. Un punto de partida de la voz. Por eso traté de invertir la estrategia tradiciona­l y que el hombre de la novela fuese observado, fantaseado, expresado por su prójimo femenino. ELLE Y también aparece el tema de la pareja. ¿Cómo se replantean y vuelven a proyectar las viejas modalidade­s de vínculo en este tiempo de nuevas mujeres? A. N. El impacto del feminismo en la narrativa tiene también que ver con releer críticamen­te la educación que recibimos y deconstrui­r nuestros propios roles. Me sorprende que alguien pueda sentirse amenazado por unas transforma­ciones tan estimulant­es. Yo las veo como algo liberador a nivel creativo. No se trata de ninguna guerra de sexos, sino de una toma de conciencia colectiva. ELLE Y en tu experienci­a, ¿cómo vivís esta deconstruc­ción? A.N. Convivo con una feminista muy activa, así que en casa este tipo de reflexione­s son una costumbre diaria.

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