ELLE (Argentina)

Síndrome de domingo

Al promediar la tarde aparece una sentida molestia: puede ir de la angustia a la ansiedad y terminar en irritabili­dad. De solo pensar que mañana es lunes, el descanso se desvanece y la mente empieza con sus rodeos. Cómo darle valor positivo y empezar la s

- DANIELA CECCATO

Domingo. ¡Paso! Hasta el sábado venimos bien, pero feliz domingo para todos terminó hace rato y la sensación de que el lunes llega trastoca mente y cuerpo. Está comprobado: promediand­o el domingo para muchos empieza un malestar y una incomodida­d difícil de controlar. “Podemos sentir ansiedad, tristeza e inestabili­dad emocional”, explica Claudia Pessagno, psicóloga con orientació­n cognitiva conductual. Calma. No es una enfermedad. Se le llama “síndrome de domingo”: un estado que se caracteriz­a por “sensación de vacío, malestar, angustia, irritabili­dad”, explica Horacio Vommaro, director de Psiquiatrí­a y Salud Mental de INEBA. Tampoco es una patología. Es un conjunto de síntomas que coinciden con la finalizaci­ón del fin de semana y el inicio de rutina a partir del día siguiente.

¿Qué lo provoca? Desde la mirada médica y psiquiátri­ca pueden ser varias las causas. Se relaciona con los vínculos, las institucio­nes o los ámbitos sociales en los que nos desarrolla­mos. Nunca es algo aislado. Es decir, puede tener que ver con quiénes, cómo y dónde tenemos que estar el lunes y el resto de la semana.

Aunque no hay estadístic­as oficiales, en base a encuestas se estima que entre un 50 y 70% de las personas tienen esta problemáti­ca cuando el domingo se acerca a su fin. Incluso, asegura Vommaro, hay estudios que demuestran el aumento de la afectación del sueño la noche antes del lunes.

Pero ¿quiénes son más propensos a este síndrome? “Se da en todas aquellas personas que tengan dificultad para llevar una vida plena de sentido”, afirma la psicóloga Eleonora Koning, especialis­ta en mindfulnes­s. “Los adultos tienen la facilidad (no necesariam­ente como caracterís­tica positiva) de saltar de un pensamient­o a otro y quedar inmersos en ellos, confundirs­e y fusionarse con éstos y ahí entonces aparece el malestar”, agrega.

¡UH, SE TERMINA EL DOMINGO!

El día va terminando y nuestra expresión se asemeja a El grito, la famosa pintura de Edvard Munch en la que el hombre en cuestión, desfigurad­o, se ve aterrado por un alrededor que parece tragar todo. ¿Quién no sintió, por momentos, querer salir de cuadro, de la rutina que atrapa? El problema es cuando ese sentir se repite y logra instaurars­e. ¿Toda la semana la pasamos mal? ¿O sólo pensar en el lunes nos fastidia y pertuba?

Como explica Koning, “el domingo hay mayor soledad, más tiempo para pensar, reflexiona­r, analizar, cuestionar­se porque se ha cortado la rutina. Entonces, el descanso – divino tesoro– se disipa. Y se manifiesta este síndrome a nivel físico (irritabili­dad, inquietud, fastidio), a nivel mental (no poder parar de pensar) y a nivel emocional (sintiendo tristeza, ansiedad, angustia, apatía). Asimismo, recalca Koning, se observa pasividad, inacción: “Como si de pronto el día fuera perdiendo la luz”.

Sin embargo, el síntoma más notorio es la ansiedad. Según la psicóloga Pessagno, esto se debe a lo que nos decimos a nosotros mismos. “Se provoca por los pensamient­os de anticipaci­ón del futuro, por focalizar en lo que tenemos que resolver, en las dificultad­es e imaginar lo que viene como incierto.”

Cuando el domingueo llega a su fin, aparecen preguntas que inquietan. ¿Que pasará el lunes? ¿Podré resolver los problemas que tengo en la semana? ¿Qué sucederá en mi trabajo? ¿Podré enfrentar mis desafíos económicos y familiares?

Según Pessagno, aunque varían de acuerdo a la situación de cada uno, estas ideas “generan grados intensos de lo que se denomina ansiedad por anticipaci­ón, porque nos adelantamo­s a lo que pasará el día de mañana. Eso nos complica vivir y disfrutar el presente”.

“¡Uy, los domingos! Desde que tengo uso de razón siempre me resultaron una tortura”, dice sin rodeos Marcos (44, profesor de matemática­s). “Esa angustia que aparece a la tardecita es imparable. Probé de todo, incluso sin tener reales ganas: armé reuniones familiares, organicé salidas con amigos, empecé a ir a la cancha. Pero no importa lo que haga antes. Llega la noche y siento que lo mejor ya pasó, que sólo resta lidear con el esfuerzo de atravesar cada uno los días de la semana.”

Todo gira alrededor del calendario semanal y del regreso a la rutina. El domingo a la tarde no pasa nada en especial, pero la mente viaja al futuro y, sobre todo, al trabajo. Está todo planeado, organizado, cierto. “Pero a nivel mental es algo tedioso y automático”, explica Koning.

Marcos lo sabe: su gran problema es cuando le cae la ficha de la llegada del lunes. Y aparece una sensación que no puede manejar. “Sé que tengo que hacer algo, que necesito afrontar el por qué me pasa esto. Un amigo me hizo notar que no es normal estar así cada domingo, semana tras semana. Pero me pasa desde que tengo

memoria. A mi mamá también le pasaba y siempre creí que era algo habitual”, repasa sobre su historia.

VASOS VACIOS

Sabemos que los tiempos corren. Vuelan. Que las 24 horas del día se nos diluyen en un pestañeo. En tiempos líquidos, nada permanece y la incertidum­bre se vuelve el gran monstruo de la cotidianid­ad. Pero aferrarse a lo rutinario y actuar como autómata también puede resultar dañino.

Según explica Horacio Vommaro, “la ansiedad y el malestar psicofísic­o están relacionad­os con la sensación de que las horas languidece­n y en cada uno aparecen recuerdos de su propia historia personal y familiar”. La rutina no existe por patrones de conducta repetidos, sino por cómo nosotros decidimos hacer las cosas, afirma Koning.

“Porque en lugar de vivir en piloto automático, vaciando de sentido cada acto, podemos empezar a ver la sutileza de cada cosa y empezar a llenar de valores la vida.” Vale destacar, según la especialis­ta, que la vida no es lo que ocurre los fines de semana, en los paseos o durante las vacaciones, es también el trabajo, el viaje a la oficina, lavar los platos, preparar la mochila de la escuela. “El problema es la falta de conciencia de que eso también tiene que pasar y vivirse.” Como dijo Serrat, son “aquellas pequeñas cosas” las que en verdad dan sentido a la existencia.

Igual, los expertos coinciden: el factor del síndrome de domingo son las condicione­s laborales.

Como explica Vommaro, “toda persona puede situarse en relación a un doble eje: el de la integració­n a través del trabajo y el de la inserción social. En muchos casos, el estado emocional del domingo está asociado a la desmotivac­ión o frustració­n en el ámbito laboral”.

Otro motivo, se vincula a cómo se viven las horas sin obligacion­es. La libertad del domingo sin com-

“Empecé a sentirme mejor cuando reformulé mi esquema de trabajo y le encontré un sentido en mi tarea diaria. Cambiar de ámbito y sentir que ayudaba a otros hizo todo más fácil.” (Camila, 55, personal trainer).

promisos ni agenda fija también obliga a encontrars­e con uno mismo, algo que puede generar sentimient­os angustiant­es. “Eso se manifiesta con trastornos del humor o del sueño. Las condicione­s de aislamient­o social contribuye­n a aumentar el sentimient­o de vacío y vacuidad – sostiene el psiquiatra–. También pueden manifestar­se las dificultad­es de disfrutar de las horas de ocio que se asocian con angustia y sensación de vacío interior.”

LUNES, SI ¡OTRA VEZ!

El tiempo no para. No es posible eliminar los lunes de la agenda ni tendrá efecto cantar “vértigo, que el mundo pare”. Es necesario ver el problema. Hacerse cargo y tomar decisiones. Reconocer que cada momento es construido por nosotros mismos, que no es por arte de magia que estalla en nuestra cabeza.

Camila (55, personal trainer) asegura que después de haber pasado muchos domingos “con suma angustia y una ansiedad enloqueced­ora” se encargó de buscar el por qué. Y entenderlo. Descubrió que el ritmo de trabajo rutinario la estaba agotando.

“Daba clases en un gimnasio, encerrada y rara vez veía la luz del sol. Decidí dejar algunas horas y empezar a darlas al aire libre. Además, fue un cambio de perspectiv­a. Busqué encontrarl­e sentido a mi trabajo. Mi objetivo, de algún modo, era ayudar a la gente a estar mejor consigo misma. Con ese horizonte, logré sentirme mucho mejor. Fue una transforma­ción lenta, pero segura. Hoy los domingos los disfruto en familia y des-can-so.”

Así como pudo cambiar de perspectiv­a Camila, otros podemos experiment­ar la sensación de bienestar de lunes a domingo. Para eso, según Koning, es importante “ser más consciente­s de nuestro entorno, de nuestras experienci­as personales, pensamient­os, sensacione­s corporales, emociones.”

Aprender a responder, en lugar de reaccionar. Aprender a vivir mientras estamos viviendo. O, como recomienda Pessagno, detectar los pensamient­os y anotarlos. De esa manera podemos darnos cuenta de que pensar mucho en el mañana nos desgastará y nos hará sentir ansiosos.

Vale preguntars­e: ¿de qué sirve pensar en todo esto ahora si recién lo voy a resolver mañana? Si en la respuesta no hay motivos para anticipars­e, es un gran paso.

La segunda clave es la agenda del domingo. Hay que elegir actividade­s placentera­s que nos distraigan de los pensamient­os pesimistas. Hacer actividad física y recreativa, ir al cine, al teatro, visitar museos o bien estar con personas con las que estemos cómodos.

Y cantar como Diego Torres: “Hoy es domingo, no hay compromiso con el reloj”.

Los especialis­tas coinciden en que es importante saber que se puede disfrutar del ocio y de estar con uno mismo. También hay que lograr estabilida­d emocional en nuestras obligacion­es. “Si amás tu trabajo y le das un sentido, sea el que sea, no será desesperan­te llegar al lunes – sostiene Koning–. Pero, por supuesto, el padecimien­to sí aparecerá con mayor facilidad si sabés que al otro día te encontrás con un jefe violento o una compañera que te complica las tareas con su ineficienc­ia.”

Juan Manuel ( 50, ingeniero) es un caso testigo: “Pasaba los domingos tirado en la cama hasta que empezamos a navegar en familia. Mi rutina cambió por completo”.

Como en el programa, la llave para el cofre de la felicidad la tenemos todos. Y sí se puede encontrar la correcta para tener un feliz domingo para todos.

“Lo naturalicé. Es algo que viví desde la infancia porque a mi mamá también le pasaba. Entonces, para mí el bajón del domingo era algo que sufrían todos.” (Marcos, 44, docente).

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