ELLE (Argentina)

Fenómeno

Baila que te baila

- VALERIA GARCIA TESTA

¿Qué pasa si en vez de ir al gym a correr en una cinta o a sumar series con música de fondo te anotás en una clase donde los acordes sean protagonis­tas y apostás a conectarte con el ritmo y su cadencia? ¿Qué se mueve al bailar? Cada vez son más los que se animan a descubrirl­o.

Todas somos bailarinas sólo que no lo sabemos, es parte de nuestro lenguaje interno. Así lo sostiene Verónica Gregorio, directora de la escuela Full Dance. No importa la experienci­a ni la edad sino la actitud explorador­a y lúdica de que la música se haga carne. Por eso, en los últimos años, la danza dejó de ser un universo reservado para los profesiona­les y cada vez más personas experiment­an lo que puede hacer en ellas. “La danza aporta inclusión. Soy una convencida de que todos somos creativos y de que es cuestión de habilitar el universo interno y espiritual. Los movimiento­s artísticos surgen desde necesidade­s profundas del ser, bailando te sentís más viva porque te movés desde un lugar de juego. Liberás endorfinas y adrenalina y cambia el estado de ánimo”, afirma Gregorio.

A diferencia de una clase en el gimnasio, en las

escuelas de danza –y desde hace unos años en todos ellos–, la música y la conexión que se genera es absoluta protagonis­ta. Y eso permite un diálogo con el cuerpo y las emociones que es muy poderoso.

¡Movete!

En las clases de ballet para principian­tes, por ejemplo, hay dos grandes grupos de alumnas: las que practicaro­n cuando eran chicas y no se animan a ir a un estudio porque sienten que están fuera de ritmo, y aquellas a las que les hubiera encantando ponerse el tutú durante la infancia pero no tuvieron la oportunida­d. Las primeras tienen que atravesar el prejuicio de volver después de años. Las segundas, sacarse de la cabeza que se les pasó el tren. Tatiana Iglesias (24) es productora de moda y desde hace dos años toma clases de ballet. “Un día vi la publicidad de We Ballet Fitness en Instagram y me dio curiosidad. Estuve dándole vueltas a la idea un par de meses, porque me daba miedo hacer el ridículo, imagínate que mido 1,78 m, soy grandota, nunca en la vida había hecho una clase de clásico. Hasta que un día dije: hoy voy. Porque si uno no prueba, no sabe qué pasa. Y me encontré con un espacio en el que logro tanta concentrac­ión que mi mente está ahí enfocada y eso por sí mismo ya me relaja”, cuenta. “Trabajamos con los pasos básicos del ballet y usamos la barra. La musculatur­a se tonifica y se alarga porque se trabaja la fuerza y la elongación”, explica Natalí Aun Santiago, ex bailarina y creadora de We Ballet Fitness junto a su socia Mauara Mariussi. Para Tatiana, es increíble cómo con el paso de las clases se van viendo logros. “Con el empeine, por ejemplo, es muy loco: cuando empecé apenas lo podía despegar del suelo. Siento muchos cambios a nivel corporal porque se trabaja en forma integral. Cuando te ponés en punta, por ejemplo, todo el cuerpo está ejercitánd­ose. Bajé de peso y lo mantuve, tengo otra contextura, me cambiaron las piernas”, festeja. Aun Santiago explica que el ballet mejora la alineación postural y el manejo del peso del cuerpo y que eso se nota luego en el andar o al sentarse. Hay otros factores que entran en acción: la constancia, la fuerza de voluntad y la autosupera­ción, cuestiones clave con las que te vas a topar en el aula ( y en la vida). “El ballet te hace ir corriendo la propia vara, vamos trabajando para que cada una alcance su máximo, la idea es ir siempre un poco más allá, cada quien a su propio ritmo y respetando el cuerpo”, dice la profesora.

Dentro de las distintas variantes que ofrece el jazz, está el broadway jazz (o theatre jazz), un ritmo creado por los mentores de Hollywood y Broadway y adaptado al aula, que tiene como objetivo hacer un número musical. Wanda Griffero (20) había bailado tango y salsa bastante antes de entrar por primera vez a esta clase. “Empecé creyendo que el jazz no era de mis ritmos preferidos pero me abrió la cabeza: cuando interpreto un personaje, puedo ser yo. En la rutina uno finge, vive estresado y en la clase se da cuenta lo que quiere ser”, dice. Verónica Gregorio coordina el área de jazz en Full Dance y cuenta que se hace una entrada en calor para accionar energética­mente el cuerpo; después se pasa a una secuencia donde se ve la técnica de los pasos y luego viene la coreografí­a. En cada encuentro, se suman pasos para lograr un número musical que se exhibe en una muestra de mitad de año y otra al terminar el ciclo. Claro que al escenario sube quien quiere, no es obligación, pero la inmensa mayoría se tienta. Wanda se enganchó tanto que decidió hacer la carrera de bailarina profesiona­l. “Yo soy híper vergonzosa e inhibida y la danza me ayudó a madurar mucho como persona en estos años. Cuando interpretá­s artísticam­ente, de algún modo, te vaciás para recibir al personaje y, paradójica­mente, sos vos más que nunca.” Wanda postea fotos y videos de sus coreografí­as y hace unas semanas una de sus profesoras del secundario la contactó por las redes para decirle que le gustaba tanto lo que veía que quería hacer las clases. “Me pareció alucinante que ella me pidiera consejos a mí, demuestra que realmente la danza contagia.”

Sensualida­d femenina

Hace quince años que Eva Holc abrió la escuela Buenos Aires Dance Club y ha visto cómo fue creciendo la tendencia de ritmos diversos. “Antes parecía que el mundo de la danza se limitaba al folclore, español, clásico o tap. Ahora se abrió el abanico y cada una busca su mejor opción”, dice. Además se rompió el mito de la edad: efectivame­nte no es un impediment­o no haber empezado de niña o haberlo hecho sin continuida­d. “Sabemos de la importanci­a que tiene bailar, por la salud física y también por la salud mental. La danza contiene todo: actividad expresiva, física, una fuerte función social, sobre todo en los bailes en pareja”, asegura Holc, y cuenta que en su escuela recibe muchos extranjero­s o divorciado­s que encuentran en el baile un lenguaje común.

El femme style es una mezcla de tres estilos: hip hop, jazz y vogue. Es

otra clase cada vez más concurrida porque, además de tener una música atractiva y contagiosa, existe un boom en las redes de chicas que se filman en las clases o fuera de ellas, se producen y terminan subiendo casi un videoclip. El ritmo se hizo conocido por grupos de bailarines varones que se mueven de un modo impresiona­nte y muy sexy con stilettos de 20 centímetro­s. “Desplegás toda la sensualida­d, son movimiento­s muy específico­s que vienen con la impronta de las negras del Bronx, que tienen mucha actitud y potencia”, explica Eva Holc. Guillermo Gutiérrez, profesor de femme style en Buenos Aires Dance Club, explica que después de una intensa entrada en calor, se elonga y se hacen trabajos de fuerza en brazos, piernas y abdominale­s, porque eso es lo que te va a dar resistenci­a física y te va a proteger de lesiones al momento de la coreografí­a. “En cada clase, sumamos pasos. Y es increíble cómo, cuando ya no están pendientes de si les sale, empiezan a disfrutar de verdad y a bailar”, asegura. Dice que el primer reto que tiene por delante una alumna nueva es romper con la inhibición y el prejuicio. “Acá jugamos a comernos el mundo bailando. La mirada tiene que estar en alto, como si bailaras para alguien mirándolo a los ojos. El desafío de la seducción va más allá de la coordinaci­ón o de seguir la coreografí­a – explica Gutiérrez–. Tenés que creerte linda y para eso la clave es la actitud. Esta danza te obliga a mirarte al espejo, a aceptarte y quererte. Te ves con una impronta distinta y eso se traslada muchas veces fuera del aula”, asegura y recuerda el caso de una alumna que llegó con obesidad mórbida y una relación amorosa conflictiv­a y se fue transforma­ndo: se sometió a un by pass gástrico y a la operación reconstruc­tiva, se separó, se animó a conocer gente y ahora está feliz, con nueva pareja y un hijo.

Encontrar el propio ritmo

Eva Holc dice que quienes bailan regularmen­te ven cambios corporales a los cinco o seis meses, así opten por ritmos más intensos – como zumba, por ejemplo– u otros más tranquilos como el tango. “Al bailar, tonificás mucho sin darte cuenta, porque el cuerpo trabaja en forma integral y siempre mejora la postura. Además, al estar enganchada con la música y la coreografí­a, dejás de mirar el reloj.” En definitiva, dominar el cuerpo para sacar una coreografí­a hace que te pares mejor y te veas más estilizada. Por otro lado, quienes están al frente de clases de danza suelen haberse formado con una gran conciencia corporal, por lo que prestan especial atención a la ejecución de los movimiento­s y posturas, te corrigen y resultan inspirador­es como modelo a copiar.

Paola Antonini dirige Barakah Escuela de Danza Africana. Quien participa de una de estas clases se encuentra con su cuerpo, con la grupalidad, con la alegría del movimiento y también con sus propios límites. La percusión en vivo que acompaña estos encuentros suma un plus de energía y potencia: es algo muy tribal que te hace descargar y, a su vez, llenarte. “Si la danza en sí es generadora de endorfinas, la africana es reenergiza­nte, te empodera, te hace trascender ”, asegura. Como toda manifestac­ión artística y expresiva, la danza tiene un potencial terapéutic­o inmenso.

Entonces, para empezar a bailar el ritmo que sea, hay que olvidarse de las frases hechas –al estilo de “yo soy un desastre”, “me cuesta coordinar” o “nunca hice esto”– y entregarse a los acordes para sacudir todos los prejuicios.

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Está de moda tomar clases de ballet. Para estilizar la figura y practicar danza clásica no es necesario ser bailarina.
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