ELLE (Argentina)

Es mi historia “Alquilo mi casa unos días”

Empezó como un juego en una app y se convirtió en una forma de afrontar la crisis. Si la ecuación conviene, Mercedes arma las mochilas de sus hijos y, a cambio de una renta en dólares para mantenerlo, deja su PH.

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Nuestra casa es una reliquia. Aunque parezca una joyita muchas veces es una piedrita en el zapato. Vivimos en un PH en Chacarita, en un complejo centenario que es patrimonio histórico. Y es difícil de mantener. Cada dos por tres pasa algo. Se chamusca un cable y se corta la luz, aparece una mancha nueva de humedad, se levanta una tabla de parqué o los caños viejos no resisten y se inunda el baño.

Tengo una hija de 7 y un hijo de 12. Soy jefa de hogar. Mantengo casi toda la economía por mi cuenta. Los padres aportan poco y de forma inconstant­e. Son dos ex parejas tóxicas. Ya aprendí. Pero aún me cuesta exigirles dinero.

La casa es el ítem que más gastos genera. Los imprevisto­s se convirtier­on en lo habitual. La inflación, los precios del supermerca­do y las tarifas de los servicios no me dejan margen para pagarle al electricis­ta o comprar la pintura.

Pero descubrí que lo que para nosotros es un fastidio en la casa para un turista 3.0 puede ser un encanto.

No fue premeditad­o. Siempre he sido algo nómade. Soy de Diamante (Entre Ríos), estudié en Paraná, me mudé a Buenos Aires para trabajar. Tengo un familión repartido por el Litoral. Vamos y venimos. ¿Pero dejar mi casa por ganancia económica? Eso es distinto.

Hace 6 o 7 años una amiga arrancó un emprendimi­ento de habitacion­es para extranjero­s. Me lo propuso. Estaba recién separada, con mis hijos chiquitito­s. También

“En la previa, a veces me culpo y arrepiento. Porque es un gran esfuerzo. Cuando reservan, a contrarrel­oj, hay que limpiar todo, conseguir dónde dormir y almacenar la vida cotidiana en tres bolsitos.

necesitaba la plata. Sin embargo, no lo dudé: respondí un “no” rotundo.

Fue el cambio cultural lo que me metió el bichito de la curiosidad. La urgencia financiera llegó después. Cuando apareciero­n las economías de plataforma­s (sí, así se llaman Uber y PedidosYa), tuve ganas de experiment­ar. Tanto fue así que a mi novio actual lo conocí a través de una app.

En sintonía con esos descubrimi­entos, hace un par de años armé un perfil de mi casa en AirBnB, a modo de juego. Mis hijos se iban una semana con los abuelos y yo me escapaba a Nueva York. Pensé en experiment­ar el desapego… ¡y a las tres horas tenía una reserva! Dediqué esa plata al viaje.

Ese debut inicial sirvió para testear la tolerancia. Porque hay que asumirlo: alquilar la casa en la que vivís es confiar en la raza humana. No hay otra manera para explicar que a los 5 minutos de conocer a una holandesa de 50 años le dejes usar tu cama, tu inodoro y tu heladera con la manteca y el frasco de berenjenas de tu tío.

Desde entonces supe que me animaba. Y hace un año lo hago como atajo económico. La última vez lo alquilé cuatro noches para comprar una cocina nueva. Se había roto y no tenía otra manera de costear el reemplazo. Todo es una aventura: el antes, el durante y el después. En la previa, me da mucha ansiedad. Hasta me culpo y me arrepiento. Hago todo a contrarrel­oj. Aunque cada vez lo manejo mejor, es un gran esfuerzo. Dejo una casa lista para huéspedes, consigo un alojamient­o y almaceno nuestras vidas (la mía y la de mis dos hijos en la escuela primaria) en tres bolsitos y tres mochilas.

Hay que limpiar (sin ayuda porque está fuera de presupuest­o) y descubrir rincones donde nunca pasaste un plumero. Algo imprescind­ible es acomodar el stock de sábanas y toallas. Antes no las incluía, pero en los comentario­s me lo pedían. Lo sumé y mejoré la reputación.

También hay que vaciar los placares. Tengo una piecita que convertí en depósito. No tenía llave. La primera vez le saqué el picaporte y la dejé bloqueada. Ya le hice una cerradura. Agarro dos sábanas, tiro todas las perchas en el medio y lo meto ahí con un nudo gigante como el que hace la cigüeña para cargar un bebé.

Con nuestro equipaje me pasa lo mismo que en vacaciones: soy un desastre. Llevo cosas que nunca uso. Pero el peine para sacar piojos y el analgésico infantil no me pueden faltar. Si vamos a dormir en distintas casas, hago una mochila por cada noche y las dejo en la oficina.

¿Quién me da asilo? Mi prima vive en una casa heredada con patio y altillo en Avellaneda. Fuimos algunas veces. Pero la escuela de mis hijos queda en Colegiales. Por el tiempo y el gasto en transporte, no conviene. Mi novio está en zona, pero: a) tiene que coincidir que sus hijos no duerman en su casa porque no entramos; b) si tuvimos una discusión previa resultan días muy ásperos. Mi amiga da clases la mitad de la semana en La Plata y deja su departamen­to. Sirve, pero es un mono ambiente y nosotros somos tres. Si uso alguna de esas variables puedo obtener como ganancia hasta el equivalent­e a la mitad de mi salario.

Sin embargo, las últimas veces opté por algo más cómodo: alquilar otro lugar en la app. Para poder hacerlo oferto mi PH a precios altos (90 dólares la noche). Si alguien pica, genial. Después consigo algo para nosotros a un 25% menos. Esa es la ganancia. De yapa, nos sentimos de vacaciones.

Durante la estadía ruego que no se rompa nada en casa. Después de dos veces que me llamaron a las 3am porque se les cortó la luz, hablé con mi electricis­ta-plomero-albañil de confianza y acordamos que puedo dejar sus datos para emergencia­s. Pero los dedos los cruzo igual, porque si tiene que ir significa plata perdida en la ecuación.

El después puede sorprender. Hasta ahora, como nuestro PH es elegido en su mayoría por europeos jubilados, no tuve destrozos ni faltantes. Por el contrario: ¡a veces queda la casa más limpia de lo que la entregué! La primera vez dejaron una torta. Así que eso se convirtió en parte del juego. “¿Habrá algo rico?”, se ilusionan mis hijos.

No sé si lo recomendar­ía. Soy traductora y me costó hacer el clic. Es raro para mí generar ingresos sin usar el intelecto. Más raro aún dejar la casa para poder pagar el gas sin endeudarno­s.

La última vez les compré un regalo a mis hijos, me acosté con ellos y les dije “gracias por el sacrificio”. Pero en cada regreso pienso: “¿Lo vale?” “¿Y si cambio de estrategia y hago las compras en un mayorista?”

Entonces entro a la app y aumento un poco más la tarifa.

Y sigo participan­do.

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