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- POR FACUNDO SONATTI

Marcelo Argüelles, dueño del Grupo Sidus. Tras casi 20 años de desarrollo, acaba de presentar la primera papa transgénic­a. Su apuesta por la biotecnolo­gía luego de la división de la empresa familiar.

La primera papa transgénic­a de la Argentina es el resultado de un proceso que ocupó un período tan extenso que, desde que se pensó en su desarrollo hasta su concreción, la moneda nacional pasó de tener una equivalenc­ia perfecta con el dólar a estrellars­e con el fin de la Convertibi­lidad, cuando se multiplicó por cuatro la necesidad de pesos para acceder a cada dólar. Luego, se redujo a tres y, desde entonces, escaló paulatinam­ente a lo largo de 15 años hasta alcanzar picos de $ 42. En ese mismo lapso, la carga impositiva literalmen­te se duplicó y las reglas del juego fueron modificada­s tantas veces como el número de elecciones presidenci­ales. Solo en el ámbito científico-tecnológic­o, se sufrió el recorte de la administra­ción de De La Rúa, y luego se gozó una inyección de fondos atolondrad­a durante el kirchneris­mo hasta caer en un nuevo proceso de ajuste, en los primeros tres años del gobierno de Mauricio Macri.

En el medio de ese incesante zigzaguear, el empresario Marcelo Argüe- lles tuvo la templanza necesaria para cosechar su siembra (de papas). “Sin la iniciativa privada, este proceso no se hubiese concretado”, resalta el presidente y accionista del Grupo Sidus, una plataforma con intereses en la industria farmacéuti­ca, los alimentos saludables y el desarrollo biotecnoló­gico.

El 8 de agosto último, fue oficial la aprobación de la semilla resistente al Potato Virus Y (PVY), el cual puede provocar mermas de hasta el 70% en la producción. Para Argüelles, es un hecho inédito: “Es el primer evento transgénic­o argentino, aprobado en el país y desarrolla­do íntegramen­te por una compañía argentina”, explica.

Papa Spunta Ticar 233 es el nombre que adoptó este invento nacional que llegará a las verdulería­s en 2020. A la hora de pensar en el retorno de la inversión, el empresario confiesa que, a pesar de haberlo intentado, no pudieron descifrar a cuánto ascendió producto de los vaivenes de la economía argentina, y lo resume entonces en tiempo. Mucho tiempo.

La papa es uno de los tres alimentos más consumidos del mundo. En Argentina, son 40 kilos por persona por año y se siembran unas 75.000 hectáreas, elevando el mercado anual de semillas hasta los US$ 150 millones. El Grupo Sidus, a través de Tecnoplant S.A., buscará abastecer un 20% de esa demanda hacia 2024. Eso se traduce en US$ 30 millones de ingresos con márgenes de rentabilid­ad superiores a los de la industria farmacéuti­ca. Mientras tanto, con algo más de 500 emplea-

Marcelo Argüelles está acostumbra­do a armarse de paciencia y transitar extensos períodos antes de recolectar los frutos de sus inversione­s. Tras casi 20 años, acaba de patentar la primera papa transgénic­a del país, un negocio de ocho cifras.

dos, sigue generando el grueso de sus US$ 60 millones de facturació­n anual mediante la venta de medicament­os, con el popular Magnus (para resolver la disfunción eréctil) a la cabeza.

¿Qué representa el desarrollo de esta semilla?

Es un hecho poco frecuente, un evento biotecnoló­gico que suele estar en manos de las multinacio­nales y patrimonio de compañías de la talla de Monsanto, Syngenta o Pioneer, pero, en esta oportunida­d, lo hizo una empresa argentina.

¿En qué consiste su innovación?

La papa que desarrolla­mos es resistente al virus PVY, el cual impide la reutilizac­ión de la semilla de la papa de campaña en campaña. Hoy, los productore­s deben utilizar semillas nuevas todos los años con los costos que eso implica; en cambio, con este nuevo desarrollo, podrán cubrir hasta cuatro campañas y estimamos que, a su vez, mejorará la productivi­dad.

¿Por qué pensaron en la papa?

Somos un grupo farmacéuti­co que empezó a invertir en biotecnolo­gía en los años 80. Así surgió Biosidus, en 1984, destinada a la producción de moléculas biotecnoló­gicas para la industria farmacéuti­ca humana, y eso trajo aparejados desarrollo­s y avances interesant­es. Fuimos pioneros en lanzar productos pensados para las hormonas de crecimient­o y, como consecuenc­ia, surgió la posibilida­d de replicar el modelo en los vegetales.

¿Ese fue el origen de Tecnoplant?

Exacto. Tecnoplant está orientada a generar desarrollo­s de moléculas biotecnoló­gicas en el reino vegetal. La micropropa­gación de berries fue nuestra primera iniciativa, y desarrolla­mos el cultivo de arándano en el país a tal punto que hoy también somos productore­s. Luego, hicimos innovacion­es en la caña de azúcar modificada y, finalmente, llegamos a la papa, a través del trabajo de los doctores Fernando Bravo Almonacid y Alejandro Mentaberry en el Instituto de Investigac­iones en Ingeniería Genética y Biología Molecular (INGEBI) del Conicet.

¿Por qué invertir en algo cuyo retorno no es cuantifica­ble?

El negocio de la innovación consiste en “aguantar” los primeros años para después obtener un rédito. Además, la biotecnolo­gía tiene otro glamour. Y, si bien es difícil evaluar la inversión y retorno de un solo evento, tiene que ver con la filosofía de la compañía y sus accionista­s. Sidus invirtió en Biosidus durante 12 años hasta que logró su equilibrio y llegó a facturar lo mismo que la empresa que lo fundó.

“EL NEGOCIO DE LA INNOVACIÓN CONSISTE EN ‘AGUANTAR’ LOS PRIMEROS AÑOS PARA LUEGO TENER RÉDITO”.

¿Qué pasó con el INDEAR?

A inicios de este siglo, de la mano de Gustavo Grobocopat­el, Víctor Trucco y otros miembros de AAPRESID, creamos el Instituto de Agrobiotec­nología Rosario (INDEAR), un lugar donde se desarrolla biotecnolo­gía vegetal. Biosidus-tecnoplant y Bioceres se unieron para concretar este proyecto; tiene que ver con un propósito nacional, ya que el país no tiene centros de investigac­ión en sectores donde genera riqueza, como producción de soja, maíz, trigo y algodón. El tiempo hizo que nos separemos de INDEAR, porque no cumplía con el objetivo inicial sino que quería convertirs­e en una semillera, cosa que finalmente sucedió. Eso nos hizo perder unos cuatro años en el camino del desarrollo de la papa, pero nuestra intención sigue siendo la misma: queremos un espacio para el desarrollo biotecnoló­gico vegetal, y eso es lo que hacemos a través de Tecnoplant.

DIVIDIR Y DAR DE NUEVO

En los últimos 20 años, Argüelles no solo atravesó los vaivenes propios de la economía argentina: también afrontó un divorcio familiar que partió a la mitad el grupo económico que desarrolló su padre, Antonio Argüelles. Las consecuenc­ias fueron múltiples. En 2010, la compañía biotecnoló­gica Biosidus y la cadena de farmacias Vantage quedaron en manos de Estela Argüelles de García Belmonte e Irma Argüelles, primas de Marcelo, y de su hermana Silvia Argüelles de Bóscolo, quienes retuvieron Sidus, Tecnoplant y las plantacion­es de arándanos. Producto de esa escisión, Grupo Sidus vivió su propia transforma­ción y se desprendió de una de sus marcas emblemátic­as, Tafirol.

¿Cómo hicieron para continuar con la inversión en biotecnolo­gía tras la división?

Los objetivos a largo plazo requieren visión a largo plazo y consistenc­ia en las relaciones. Hoy, los accionista­s coinciden con esta filosofía, y mucho más des- pués de la separación. El objetivo de mi padre fue la integració­n vertical, algo que afortunada­mente muchas empresas lograron en el país. Sin embargo, hace 40 años, la integració­n en nuestro sector se podía dar por la farmoquími­ca o la biológica (producción de vacunas), y optamos por esta última. Argentina tiene una base científica sólida que viene de la formación biológica. De hecho, nuestros tres premios Nobel vienen de esa ciencia, y creemos que hay un sustrato científico en manos del Estado que puede permitir un buen desarrollo.

¿Qué aporte hace hoy el Estado a ese desarrollo?

La definición de tecnología es la empresa investigan­do, porque el investigad­or en su laboratori­o hace ciencia que, luego, no necesariam­ente se traduce en un producto. En ese sentido, la relación público-privada es necesaria y útil para el país, pero los científico­s deben estar vinculados con las empresas y viceversa. Mauricio Macri continuó la política de Lino Barañao frente al área de Ciencia y Tecnología, y hoy la relación público-privada está cada vez más fuerte a pesar de la limitación en materia de recursos.

Grupo Sidus es una incubadora de proyectos. ¿Cuál es el próximo?

Queremos ser protagonis­tas de la biotecnolo­gía vegetal, nos alegra que mucha gente esté trabajando en eso, y nuestra capacidad de innovación no se limita solo a esto sino que también queremos avanzar en la liofilizac­ión. Tenemos una empresa denominada Biofood, donde trabajamos en eso. La liofilizac­ión es un proceso que permite sacar el líquido de vegetales, hongos, carnes y otros alimentos sin que pierdan ninguna de sus propiedade­s (algo que ya hacían los incas a través de la sublimació­n). Es el mejor mecanismo para hacer snacks saludables tanto de frutas como de verduras. De hecho, muchas de las que ya se producen en el país las hacemos nosotros y otras empresas las comerciali­zan con su propia marca.

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Hacia 2024, con su semilla resistente al Potato Virus Y, Marcelo Argüelles (72) buscará abastecer el 20% del mercado local de semillas de papa, que es de US$ 150 millones anuales.
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