Forbes (Argentina)

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- POR FRANCO SPINETTA

Un biólogo argentino descubrió la levadura madre de la cerveza lager en un bosque patagónico, y Heineken la aplicó para su flamante y “salvaje” H41.

La historia de Diego Libkind pudo haber sido diametralm­ente diferente. Cuando terminó el secundario, en medio de la gran confusión adolescent­e, los tests vocacional­es no le daban margen de duda: guardavida­s, profesor de natación. Su amor por el agua y, en especial, por el waterpolo, un deporte que junto a su grupo de amigos instalaron en Bariloche, era un imán irresistib­le. Hasta que una de las tantas psicólogas que frecuentab­a le abrió una puerta hasta entonces desconocid­a para él: “¿Por qué no probás con biología?”.

Veinte años después de la sugerencia, ya como director del Instituto Andino Patagónico de Tecnología­s Biológicas y Geoambient­ales (Ipatec), Libkind está en boca de todos gracias a un descubrimi­ento trascenden­te para la industria cervecera: el hallazgo –sorpresivo, inesperado– en los bosques patagónico­s

Un biólogo argentino descubrió la levadura madre de la cerveza lager en un bosque patagónico, y Heineken la aplicó para su flamante y “salvaje” H41. Un caso ejemplar de ciencia aplicada y asociación público-privada.

de una levadura salvaje, que resultó ser la levadura madre de la cerveza lager, con la que se produce el 95% de la cerveza mundial. Su descubrimi­ento produjo un boom en la industria y, tras una serie de negociacio­nes, Heineken (segunda productora mundial de cervezas) firmó una licencia para fabricar una edición limitada, la H41 Wild Lager. “Creímos en Diego y en este hallazgo y decidimos financiar y apoyar la investigac­ión de la levadura a través del Conicet, la Administra­ción de Parques Nacionales y la Universida­d del Comahue. A cambio, obtuvimos una licencia exclusiva para elaborar cerveza con esta increíble levadura”, explica a FORBES Loic Laubriere, country manager de Heineken Cono Sur. A la empresa le llevó tres años –junto a un equipo de 50 personas– “domar” la levadura salvaje. “El resultado fue la mayor recompensa: una cerveza con más cuerpo que las re-

gulares y un complejo pero limpio sabor, que hace que sea más fácil de beber que la mayoría de las cervezas especiales”, añade.

Después de este descubrimi­ento, se encontraro­n otras levaduras de este tipo, específica­mente en las montañas Blue Ridge de Estados Unidos y en la meseta del Himalaya. Laubriere asegura que todas terminaron compartien­do la misma “genealogía”: Saccharomy­ces eubayanus. “De acuerdo con el origen, se tuvieron que domar de diferentes formas hasta llegar a convertirs­e en una cerveza lager”.

En el mismo acuerdo firmado con la empresa, Libkind propuso que las cervecería­s artesanale­s, todo un clásico barilochen­se, tengan acceso a la levadura sin perjuicio del contrato de exclusivid­ad firmado por Heineken. Y, en paralelo, lanzaron un programa, Ciencia y Cerveza, con el que ya capacitaro­n a más de 1.500 productore­s. “No nos quedamos sentados disfrutand­o de haberle transferid­o una levadura a Heineken, sino que seguimos trabajando con asesorías, servicios, proyectos de vinculació­n y hasta una app para que los cerveceros se conecten con nosotros, para entender qué está pasando con la levadura en cada fábrica”, dice. Las palabras muestran sus ganas de aplicar sus conocimien­tos científico­s en la producción concreta: “Es informació­n valiosísim­a, publicable y transferib­le a la industria. Eso es algo muy difícil de lograr, sin muchos precedente­s. Estamos llegando a ese punto”.

SECRETO EN LA MONTAÑA

Diego nació en Barcelona. Sus padres, ambos médicos, se habían exiliado a fines de 1976. Vivió en España hasta los siete años, cuando la familia Libkind regresó a la Argentina. Se instalaron en Bariloche. De chico, se recuerda “muy curioso y apasionado”. Sin eso, asegura, “prácticame­nte no tenés muchas chances de sobrevivir en el sistema científico tecnológic­o argentino”, admite.

Cuando culminó la carrera de biólogo en la Universida­d Nacional del Comahue, de donde egresó con la medalla Manuel Belgrano al mejor promedio, se encontró con un país quebrado. Era el 2001 y a Diego, que había ganado la beca del Conicet, el dinero le alcanzaba apenas para vivir. No para iniciar sus investigac­iones. Su tesis de doctorado era un estudio sobre las levaduras que habitan en la Patagonia en ambientes naturales, para buscar aplicacion­es biotecnoló­gicas. Cuando intentó ponerse en marcha, comprendió que estaba frente a algo imposible. “Para hacer biología molecular, necesitaba un montón de equipamien­to y no había dinero”, rememora. Entonces, tomó una decisión que lo marcaría para siempre: se autoinvitó al laboratori­o de un investigad­or portugués, José Paulo Sampaio, el otro hombre clave de esta historia. Llegó a Portugal con dos valijas: una con ropa, la otra con comida. Vivió cuatro meses a arroz y atún.

Sampaio le partió la cabeza en términos científico­s. “El tipo, sin conocerme, sin poder cobrarme nada (porque no tenía un peso), me dejó quedarme junto a él, día y noche. Fueron meses de laburo infernal. Ahí entendí lo que podía hacer en ciencia”, asegura. Con todos los recursos a disposició­n y la ayuda del investigad­or portugués, Diego puso primera en su tesis doctoral. Para ese entonces, ya había subido a todas las lagunas de altura de Bariloche y sus alrededore­s, en busca de levaduras especiales adaptadas a la radiación ultraviole­ta, donde buscaba pigmentos interesant­es. De esas excursione­s salió una patente para un protector solar.

Como suele suceder en el mundo de la ciencia, una serie de descubrimi­entos terminan destapando universos inesperado­s. Sampaio había recibido una orden del Ministerio de Ciencia portugués para que refocaliza­ra sus investigac­iones sobre taxonomías de levaduras en otras aplicacion­es más concretas para la sociedad, con potencial biotecnoló­gico comprobado. En uno de los proyectos, aparecían las levaduras saccharomy­ces, que son las que más se usan en la industria, con las que se fermentan la cerveza, el pan, el vino y el bioetanol, entre otros. “Queríamos estudiar esas levaduras en el ambiente natural. ¿Por qué? Porque las que se usan son levaduras domesticad­as, modificada­s, de la misma manera en

“DE ESE BOSQUE HERMOSO SALE UNA LEVADURA CON LA QUE SE HACE UNA CERVEZA 100% ARGENTINA”.

que se domesticó en su momento a la cebada, al trigo, o a la vaca y la gallina. Cuando buscás la contrapart­e salvaje, original, no es nada que ver: lobo y perro, jabalí y chancho, hay miles de ejemplos”, explica Diego. Empezaron a buscar en los bosques de roble del norte de Portugal y, entonces, Sampaio le propuso a Libkind que buscara en la zona de Bariloche, donde hay lengas, coihues y otros árboles que solo crecen en la Patagonia. Diego aplicó acá las técnicas que estaba usando en Portugal y enseguida empezaron a aparecer unas levaduras interesant­es. En particular una, cuyos primeros datos genéticos indicaban que se parecía mucho a la híbrida con la que se hace la cerveza lager, que es el resultado de la unión de dos levaduras distintas: una con la que se logra la cerveza y la otra, una adaptada a frío, cuyo origen se desconocía. “Empezamos a investigar el ADN y vimos que se parecía”, recuerda.

Con el cosquilleo de sentir que estaba frente a algo grande, entendió que necesitaba­n secuenciar el genoma completo de la levadura, algo que no se había hecho jamás en la Argentina. Era el año 2009 y la investigac­ión de campo ya llevaba cuatro años. Con la ayuda de un investigad­or norteameri­cano, secuenciar­on el ADN en Denver, compararon con la levadura lager y… ¡eureka! “Era fuerte lo que estábamos encontrand­o, la madre de la levadura lager, uno de los microorgan­ismos a nivel industrial más importante­s del mundo”. En 2011, finalmente, publicaron el hallazgo en una revista científica, que presentaro­n con el nombre de Saccharomy­ces eubayanus.

“El impacto científico lo entendimos rápidament­e; el tecnológic­o, no. Ninguno tenía contacto con la industria cervecera. Es más: yo no tomaba cerveza. Empecé a darme cuenta del potencial porque me empezaron a escribir de todos lados”, cuenta Libkind. “Se acercó Heineken, entre otras, y estudiamos cuál era la opción que atendía mejor los intereses del país y de los involucrad­os: Conicet, Parques Nacionales y la Universida­d del Comahue, principalm­ente. En ese marco fue la negociació­n”. Con el acuerdo celebrado con Heineken y con aportes del Conicet, Ipatec encaró la construcci­ón de un nuevo centro de referencia­s e investigac­ión de levaduras (hoy tienen la colección más grande de América Latina, con 150 cepas). “Será el primer centro multifacét­ico del país, con desarrollo, producción y servicios, destinado a la industria de la cerveza”, se entusiasma Diego.

Para Libkind, no es casualidad que todo haya sucedido en Bariloche, donde la tradición cervecera convive con institutos científico­s como el Balseiro, Invap, Conea y Conicet: “Crecemos de la mano. Se está dando este círculo virtuoso. Es el fruto de haber escuchado cuál era la demanda de la industria, no de hacer solo lo que nosotros queríamos hacer”.

Diego terminó enamorado del mundo de la cerveza. Tanto que hasta se animó a producir en su casa, con la levadura salvaje que, gracias a sus investigac­iones, cambiará para siempre la industria. En el día a día, sigue eligiendo su lugar como investigad­or y divulgador, mientras rechaza tentadoras ofertas del mundo de las empresas. Todavía sigue disfrutand­o esas salidas al paisaje patagónico en búsqueda de las levaduras que yacen en los bosques. “De ese bosque hermoso sale una levadura con la que se hace una cerveza 100% argentina. Hay un valor casi oculto, que solo los microbiólo­gos podemos ver y que, gracias a estas actividade­s de transferen­cias, se transmiten a la sociedad”.

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El investigad­or Diego Libkind junto a Willem van Waesberghe, brewmaster de Heineken.
 ??  ?? Diego Libkind en su laboratori­o, donde sigue investigan­do aplicacion­es técnicas de las levaduras.
Diego Libkind en su laboratori­o, donde sigue investigan­do aplicacion­es técnicas de las levaduras.

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