UNA ESTRATEGIA INCONSISTENTE
Los fundamentos macroeconómicos están mejor que a fines de 2017, no necesariamente mejor que a fines de 2015: la economía ajustó a los ponchazos. La contracara es una recesión muy pronunciada y una inflación que todavía se mantiene en niveles muy altos, aunque menores a los de septiembre/octubre, cuando estábamos al borde de una espiral dólar-precios-salarios. El corte del crédito aceleró eso. Las cuentas fiscales (aunque no van a llegar) se acercan al equilibrio antes de intereses. La cuenta corriente en dólares (no en puntos del PBI) será una tercera parte del déficit de 2017. Y los precios relativos están mejor, con tarifas a mitad de camino entre los niveles de 2015 y las promesas del exministro de Energía. Argentina se volvió barata en la foto, aunque podemos discutir la película por la acelerada inflación.
Los niveles de endeudamiento con el mercado son casi dos veces y media en dólares más altos que en 2015, pero se reducen respecto de 2017 como contracara del corte al crédito y la aparición del FMI. Ni los niveles ni los perfiles de endeudamiento requieren una reestructuración de la deuda, si Argentina vuelve a los mercados de crédito. Ninguna estructura apalancada se sostiene si se corta indefinidamente el crédito. Esto y la concentración de los pagos al FMI en 2021-2023 requerirá mantenerse dentro de un acuerdo con el FMI. Además, los pasivos remunerados del BCRA se redujeron a la mitad en puntos del PBI con respecto a fines de 2017 como contracara de la megalicuación de 2018 y el financiamiento con reservas de la corrida. El problema: la demanda de pesos se desplomó y requiere tasas de interés que, de sostenerse en el tiempo, agudizan otros problemas como el devengamiento propio de estos pasivos y, fundamentalmente, agudizan la recesión.
Alejarse del precipicio y la mejora de los fundamentos no es palpable por la sociedad. El Gobierno está entrando en una contienda electoral con alguien que el mercado visualiza como “el abismo”. Y un esquema de política monetaria,
cambiaria y fiscal que, a mi juicio, asegura que la economía no va a levantar con un dólar que entre bandas flota con esta estrategia electoral. De hecho, el intento de bajar la tasa de interés en febrero (en un momento en que el mundo ayudaba) fracasó: si había algún brote verde en la economía, seguramente se esté marchitando.
Lo planteado erróneamente es el armado electoral suponiendo que la economía puede mejorar así. Y donde la única capacidad de llegar a octubre con la economía mejor es que el dólar se mueva poco, tras un acuerdo con el FMI de flotación con un margen del 30% entre bandas. El dólar se movió un 4% en un día y parecía trágico.
Argentina tuvo una inflación anual arriba del 20% desde 2007, con picos del 40% en 2014 (cuando se intentó corregir dólar y tarifas) y otro pico en 2016 (ídem). En 2018, la inflación fue del 48% y la discusión es dónde desacelera este año. Y vendrá más lenta de lo que quiere el Gobierno aun con un plan monetario que –recién se anuncia– será todavía más restrictivo.
Si le sacás esa cantidad de dinero a la economía, vas a controlar la inflación. Pero, si los precios siguen, la cantidad de dinero que sacás es mucho mayor. Más recesión. Las empresas, para fijar sus precios, miran sus costos (salariales, tarifarios, financieros, impositivos) y no miran al BCRA, lo cual agudiza la caída en sus ventas esperando que las paritarias las compensen. El anuncio de la paritaria docente en la Provincia de Buenos Aires es una señal que va a contramano del intento de desinflar del BCRA.
La cosecha y algún otro sector favorecido por el salto cambiario pueden ayudar, pero el mercado interno no. ¿Cuál es el único driver de crecimiento del Gobierno? Que los salarios, las jubilaciones y los planes sociales le ganen a la inflación. Pero, cuando tratás de bajar la inflación con política monetaria y, al mismo tiempo, impulsás el crecimiento con política de ingresos, es inconsistente. Tu objetivo de largo plazo (bajar la inflación) no se consigue. Y el de corto (llegar a octubre), probablemente, tampoco.