BALANCE EN VERDE
Las finanzas sustentables son furor en otras partes del mundo pero, en Argentina, recién empiezan a desarrollarse. El rol clave del tercer sector y la experiencia de los bancos locales –públicos y privados– a la vanguardia.
Si hay algo que no puede decirse del mercado financiero es que carece de capacidad de adaptación. Con la oleada de conciencia ambiental, surgida y profundizada en las últimas décadas gracias al impulso de las energías renovables, llegó ahora el turno de las finanzas sustentables. Se trata de un nuevo instrumento de fondeo, de diferentes características, que desde 2007 –año en el que se emitió el primer “bono verde”– ha crecido exponencialmente en el mundo y que en la Argentina está empezando a hacer pie gracias al trabajo de la banca pública y privada, sumado al aporte “evangelizador” de las ONG.
A esa tarea está abocado –no sin cierto grado de pasión y obsesión– Pablo Cortínez, Focal Point de Finanzas Sustentables de Fundación Vida Silvestre, para quien la clave está en dejar de vincular esta temática
con una “cuestión de imagen”. “Esto no se trata de filantropía: los cambios van a ser importantes cuando sea percibido como un negocio. Y el trajinar con esta idea ha dado sus frutos. La cuestión de que hay negocios que tienen que ver con la sustentabilidad está más clara”, asegura.
Cortínez, quien posee una larga trayectoria en el mundo financiero, augura que este nuevo enfoque terminará modificando gran parte del sistema, sobre todo cuando los importadores empiecen a exigir (como ya lo están haciendo en muchos mercados) certificados de sustentabilidad: “El análisis crediticio tradicional no consideraba la cuestión ambiental y social. Con las finanzas sustentables, establecés otros criterios que pueden, en algunos casos, ser cuantificados. ¿Qué garantía vas a poner? Si la garantía es un campo, hay que evaluar no solo por su tasación, sino también los pasivos: impositivos, laborales, pero también ambientales. Esto ya está empezando a hacerse y es muy importante el incentivo”.
En la comunidad financiera empiezan a aparecer cada vez más inversores responsables, atentos a estas cuestiones. En diez años, los instrumentos financieros (bonos verdes) movieron fondos por US$ 180.000 millones al año que, si bien no representan un porcentaje importante del volumen global, significaron un crecimiento abrumador. Cortínez pone como ejemplo al mayor fondo soberano inversor del mundo, el noruego, “que ya tiene criterios de en qué va a invertir y en qué no, pero también en qué va a desinvertir”. “Esta tendencia nace y se establece a través de los inversores institucionales, fondos de pensión, compañías de seguro, fondos comunes de inversión. Todos esos, en los países desarrollados, ya tienen incorporados criterios ambientales para
decidir en cuáles ingresan y cuáles no. El más clásico es el retiro de los combustibles fósiles”, explica.
La presencia, sobre todo, de fondos soberanos y de pensión no son casualidad y hablan de la aparición de otra nueva figura: la responsabilidad fiduciaria. La administración de fondos de terceros incorpora así una visión casi de perogrullo: la inversión en activos financieros que puedan significar un empeoramiento de las condiciones de vida de quienes aportan los fondos.
Hace cinco años, Fundación Vida Silvestre firmó un convenio con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para empezar a trabajar esta cuestión con los principales bancos locales y extranjeros en la Argentina. En la primera encuesta, encontraron cierta despreocupación generalizada. Pero, en la segunda, amplía Cortínez, el cambio de tendencia fue notable. “Cuando consultamos por la identificación de nuevas líneas de negocio, el índice pasó del 40%, en 2014, al 70%, en 2017. Es decir, empiezan a ver un beneficio de atraer nuevos clientes o negocios”. Concretamente, los bancos, en un 80%, consideraron además que la adaptación de estas políticas de sustentabilidad financiera podría ayudar a acotar el riesgo reputacional. Cortínez apunta: “Los bancos tienen que transmitir una imagen de confianza. Si uno financia a una empresa que desmonta, por ejemplo, es algo que a la larga lo puede perjudicar”.
Agustín Pesce, director del Banco Nación Argentina, concuerda con esta visión –tal es así que ambas organizaciones firmaron un convenio de colaboración en la materia–, y agrega que las finanzas sustentables son además una buena oportunidad para generar fondeo de organismos internacionales para proyectos de triple impacto. En ese sentido, el Nación firmó acuerdos con distintas áreas del Gobierno, como Turismo (para reconversión energética de emprendimientos hoteleros) y Transporte (para la compra de vehículos eléctricos), como así también formó parte del financiamiento del programa Renovar, de energías renovables.
“En el primer semestre del año, vamos a emitir bonos verdes, de triple impacto, junto a la iniciativa Climate Bonds. Estos bonos son para tomar deuda verde, y hay algunos fondos nacionales e internacionales ya interesados; con esos ingresos, financiamos proyectos relacionados con medioambiente e impacto social. Este fondeo nos viene bien para financiar energías renovables. En Jujuy, estamos trabajando junto al Gobierno para renovar las luminarias por led”, cuenta Pesce. Jujuy y La Rioja, por caso, fueron las primeras dos provincias que emitieron bonos verdes en la Argentina.
Desde el sector privado, Banco Galicia hizo punta, en 2018, al lanzar el primer bono verde de la Argentina. Fue una emisión por US$ 100 millones, suscrito por la Corporación Financiera Internacional (IFC), institución del Banco Mundial, para financiar proyectos que contribuyan a la sostenibilidad medioambiental. “Esta es la particularidad que lo diferencia de los bonos comunes: el destino del capital”, anunció por entonces el banco, en un comunicado. “Queremos fortalecer la agenda, que es muy valiosa. En un futuro, todo el financiamiento debería ser de impacto para transformar la realidad social: de eso se trata”, amplía Constanza Gorleri, gerenta de Sustentabilidad. “Lo que se busca es generar una transformación, y no solo se mide el repago, sino el impacto positivo. Es una mirada evolutiva: lo que se hacía en el mercado financiero era el análisis de riesgos solo desde lo negativo; esta mirada evalúa cuál es el bien que generará el proyecto a financiar”, agrega.
La tendencia también impulsó la incorporación, por parte de la Comisión Nacional de Valores, de una guía para la emisión de estos bonos verdes, que establece una serie de parámetros que, si bien no son obligatorios (todavía), empiezan a trazar un sendero claro por donde pueden fluir estos recursos. La pregunta que queda flotando en el aire es si, como bien indica Cortínez, esto pondrá en riesgo el financiamiento de actividades que comprometen el medioambiente, para darles lugar –y cada vez más dinero– a los emprendimientos “verdes”. Una tendencia que podría significar un cambio sustancial en el sector financiero y en la sociedad entera.
En diez años, los bonos verdes movieron fondos por US$ 180.000 millones al año: un crecimiento abrumador para el sector.