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Manas.tech produce software para gestión de emergencias, cascos de astronautas y apps para madres. Todo con facturación transparente y budget participativo.
El caso de Manas.tech, que produce software para gestión de emergencias, cascos de astronautas y apps para madres. Desarrollo de software con impacto social.
“BUSCAR INGRESOS Y RESIGNAR VALORES, O BUSCAR EL IMPACTO SOCIAL Y RESIGNAR SER REDITUABLES, PARA MÍ, ES UNA FALSA DICOTOMÍA”.
Treinta y seis horas después de que uno de los sismos más importantes en la historia de las catástrofes naturales sacudiera a Haití, Nicolás di Tada, fundador de Manas.tech, fue convocado por uno de sus clientes para hacer lo que mejor sabe hacer: resolver problemas. En enero de 2010, mientras miles de organizaciones de todo el mundo llegaban a ayudar a las víctimas del terremoto, la empresa trabajó a contrarreloj para aplicar sistemas que permitieran organizar información básica: dónde se necesita evacuar, dónde hay heridos y ubicar los hospitales más cercanos. En general, define Di Tada, este es del tipo de problemas “que quedan tirados al costado” en una industria que se inclina por otro tipo de proyectos. “Parece estar aceptado que los únicos dos caminos para una organización son buscar ingresos y resignar sus valores, o buscar el impacto social y resignar rentabilidad”, apunta el fundador de la compañía que tiene seis socios, lleva 16 años en el mercado y alcanzó una facturación anual de $ 50 millones. “Para mí, es una falsa dicotomía”.
Como empresa dedicada a desarrollar software, Manas.tech trabaja en todo tipo de proyectos. Quizás la única constante en ese catálogo es que se trata de casos raros, sueltos, muy específicos. Lo que en principio podía representar un desafío para las estrategias de ventas, la empresa lo convirtió en un valor: “Es mucho más fácil especializarse en un tipo de proyecto; nosotros tuvimos que hacer la comunicación por la inversa”. “Si tenés algo que no encaja en ninguna de las categorías que están ahí afuera, en Manas le vamos a encontrar la vuelta porque sabemos cómo es el proceso de encarar problemas desde cero”, añade.
TERREMOTOS Y ASTRONAUTAS
La experiencia de trabajar en sistemas para coordinar flujos de información que pudieran colaborar en la ayuda humanitaria en Haití es una de las que mejor definen las ambiciones de Manas. “No tiene que ver con nuestro día a día. Pero resume con precisión cómo funciona nuestro equipo y fue una experiencia alucinante de diseño orientado al usuario”, explica. Manas ya venía trabajando en desarrollos similares para el brazo humanitario de la agencia de noticias Thomson Reuters, a través de INSTEDD (ONG global dedicada a proveer tecnología para situaciones de emergencia), y Haití representó una oportunidad única de poner en práctica, bajo presión y con poco tiempo, algo que en otro contexto se podía testear con tranquilidad. Durante algunos días, con una conexión satelital débil y un carrito de supermercado como escritorio, Di Tada trabajó en la zona junto a su equipo en Buenos Aires para asistir flujos manuales que acercaran información a quienes todavía trabajaban en los escombros del terremoto.
Otro proyecto que brilla en el catálogo es el desarrollo para el Foro Espacial Austríaco, que prepara simulaciones para una futura colonia en Marte. En 2018, las pruebas se realizaron en el desierto de Omán, y Manas fue la encargada de desarrollar un sistema de navegación y visualización del territorio que el astronauta podía ver en la pantalla de su casco.
Arreglar un problema del mundo real es lo que mejor le sienta a Manas. A veces ese problema tiene urgencia sísmica; otras, tiene la forma de la vida cotidiana. Es el caso de la plataforma Social Mama, que conecta a madres que tienen necesidades similares. Es una red social en la que las madres pueden compartir información y experiencias sobre la maternidad. El desafío fue generar un entorno más amigable y seguro que cualquier otra plataforma, que genere puntos de referencia y acompañamiento mutuo entre mujeres.
EL ORIGEN
La compañía nació en 2003, con los pedazos de la economía nacional todavía en el suelo. Di Tada fue despedido de AOL –la empresa que distribuía contenidos en CD antes de que Internet llegara a los hogares– por negarse a aceptar un régimen de trabajo que se parecía más al de una fábrica que a una empresa de tecnología. “Trabajábamos casi todo el día y dormíamos en las oficinas. Tus jefes te trataban como si debieras agradecerles por la oportunidad de trabajar en una industria todavía nueva y yo tenía ganas de tener una vida”. Con 19 años, Di Tada fue invitado a retirarse de AOL, pero se quedó con dos cosas: una indemnización que invirtió en su propia empresa, y la certeza de que, si no había compañías en las que se pudiera encontrar equilibrio entre el trabajo y la vida personal, había que crearlas.
Con una inversión de $ 10.000, compró cuatro computadoras y sus escritorios. “Éramos solo tres en ese entonces, pero teníamos una modesta perspectiva de crecer”. Hoy la compañía emplea a 25 personas que se quedan, en promedio, unos ocho años dentro de la empresa, en un sector donde el promedio es un año. “Cuando tenés 20, si no estás contento, te tientan con espejitos de colores, te ofrecen una Xbox, mesa de ping pong, cerveza tirada, lo que sea”, dice Di Tada. “En Manas nos interesa que esa relación dure, pero porque te gusta lo que hacés, al margen de que también tenemos una Xbox”.
Una parte de ese promedio de permanencia tiene que ver con una estructura distinta que la empresa les propone a quienes trabajan, que puede considerarse sociocrática, en tanto busca formas participativas para tomar las decisiones. Las finanzas son transparentes: cada persona que trabaja en Manas sabe cuánto ganan los demás, qué gastos tiene la firma, cuánto se les cobra a los clientes, y además tiene voz y voto sobre esas cifras. Esa estructura participativa incluye decidir cómo y por qué montos se actualizan los sueldos una vez cada cuatro meses; en función de cómo evolucionaron las finanzas se determina un monto disponible, y todas las personas distribuyen ese monto según su propio criterio de qué y cuánto aporta cada persona. “No tengo forma de juzgar cuánto vale el tiempo de una persona, prefiero que cada sueldo se componga a partir de 24 opiniones y criterios distintos”. La máxima aspiración de Di Tada para el futuro es poder replicar esta forma de trabajar en otras organizaciones. “Podríamos estar fabricando pan y lo importante del experimento seguiría siendo generar sustento y oportunidades de empleo autogestionado”, explica Manas, que lleva 16 años con este modelo. “Esto no significa que tenemos todo resuelto, solo que seguimos buscando otras formas de trabajar”, asegura.