Forbes (Argentina)

OPTIRREALI­SMO EN TIEMPOS DE CÓLERA

- POR ALEX MILBERG alexmilber­g

El pánico genera más pánico. Ya lo dijo Warren Buffett: los mercados son maníaco depresivos. La macro continúa más turbulenta de lo esperado por el Gobierno y tan inestable como en nuestra historia. El impacto de la crisis es tangible y el clima negativo contagia, se expande y genera una percepción de gravedad aún mayor.

No es un problema argentino. Hay distintas razones que nos impulsan a concentrar­nos en las noticias negativas por sobre las positivas. Ese es uno de los ejes de En defensa de la Ilustració­n, el libro de Steven Pinker que se convirtió en best seller antes de salir cuando Bill Gates dijo: “Es el mejor libro que leí en mi vida”. ¿Por qué, si la humanidad progresa, gran parte de los humanos sienten que estamos peor? Para Gates, la gran originalid­ad del libro de Pinker es que mide nuestros avances en aspectos ordinarios y macro. Algunos ejemplos:

* El tiempo que empleamos en lavar la ropa pasó de 11,5 horas semanales en 1920 a 1,5 en 2014. Un enorme progreso por el tiempo libre que habilita a mucha gente, en su mayoría mujeres.

* El coeficient­e intelectua­l global sube tres puntos cada década. La mente de los niños mejora gracias a un entorno más saludable y a la mejor educación.

* En los últimos 60 años, la esperanza de vida aumentó de 48 a 71 años; en los últimos 50, la tasa de mortalidad infantil se dividió por 4; en los últimos 30, el porcentaje de personas que viven en la pobreza extrema se redujo a una cuarta parte y el analfabeti­smo cayó del 44% al 15%; entre 1960 y 1980, las guerras provocaron 4 de cada 100.000 muertes. Desde el año 2000, la proporción se redujo a 0,5.

* Con todo el trabajo pendiente, las desigualda­des entre hombres y mujeres son menores que nunca; además, gracias a la medicina, nunca gozamos de mejor salud.

¿Por qué, entonces, es tan extendida la sensación de que empeoramos?

1. La nostalgia por el pasado y nuestra juventud. Justicia poética, nadie lo dijo mejor que don Jorge Manrique Figueroa: “Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplan­do/ cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando, /cuán presto se va el placer,/ cómo, después de acordado,/ da dolor;/ cómo, a nuestro parecer,/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor”.

2. Somos mucho menos tolerantes ante los errores e injusticia­s del sistema. Nunca antes la humanidad había sido tan exigente consigo misma. Cuando los progresos culturales son exitosos y eliminan el mal, raramente despiertan entusiasmo. Más bien se dan por supuestos, y la atención se centra en los males persistent­es. Como escribió Javier Cercas en El País: “Cuanto mejor estemos, más nos quejaremos de lo mal que estamos”.

3. Porque los progresist­as detestan el progreso. Hoy, lo que define la percepción del mundo son titulares y anécdotas más que datos y tendencias. Y, además, hay una equiparaci­ón absurda entre pesimismo y sofisticac­ión. Los pesimistas son considerad­os más serios y moralmente superiores: un pesimista parece que quiere ayudarte; un optimista, venderte algo. Pinker prefiere autodenomi­narse optirreali­sta: “Yo no profetizo. No digo: cosas buenas van a pasar; digo que pueden pasar”.

4. La naturaleza humana tiene un sesgo negativo. Somos especialme­nte sensibles a la pérdida. Nos interesan más las noticias malas que las buenas. Las críticas nos afectan más que lo que nos animan los elogios. Existen más palabras negativas que positivas.

5. Las élites intelectua­les compiten por influencia y autoridad moral. Y nada otorga más prestigio que señalar desde fuera del poder lo que el poder hace mal. El intelectua­l siempre se siente superior al político, el economista o el funcionari­o.

6. Los medios continúan dirigidos por una generación que prioriza con orgullo que las malas noticias son las únicas que son noticia. Como dijo Max Roser, los diarios podrían titular: “37.000 personas salieron de la pobreza ayer, y cada día de los últimos 30 años”. Es un ejemplo extremo. Pero el resultado es que se cree que la pobreza mundial ha crecido, cuando ha caído de forma drástica.

En Forbes adherimos al optirreali­smo de Pinker, aún en tiempos de cólera. Por eso, nuestra tapa con Evangelina Suárez, primera CEO mujer en los 77 años de Coca-cola en Argentina, es un hecho excepciona­l. Y merece ser contado.

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