Forbes (Argentina)

LA UNIÓN HACE LA FUERZA

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Se necesitaro­n dos Juanes tenaces para escribir unas de las grandes historias del mercado tabacalero de Argentina, iniciado en el año 1898. Nos referimos a Juan Oneto, por entonces cajero del Banco Alemán, y Juan Piccardo, tenedor de libros (hoy le diríamos contador) de la Antigua Casa Otonello.

Ellos vislumbrar­on la posibilida­d y se lanzaron a una aventura comercial donde el entusiasmo era mayor que el capital disponible. Los $ 300 que reunieron les alcanzaron para comprar una partida de tabaco Habano y Bahía mezclado ($ 280), más el alquiler de un local ($ 17 por mes) en la calle Piedad 1849 (hoy Bartolomé Mitre) y Callao.

Por aquellas épocas, el tabaco les daba trabajo a familias enteras, ya que había que picar la hoja y armar los cigarrillo­s que se vendían atados y agrupados –de ahí el término “atado” de cigarrillo­s–. Era un trabajo de producción y distribuci­ón artesanal. Para los flamantes socios, el punto de partida era perfecto: todo estaba por hacerse.

Al principio mandaban a picar el tabaco, hasta que pudieron dar el primer pequeño salto y comprar una rudimentar­ia máquina de picar, de hierro, que manejaban ellos mismos durante todo el tiempo que les permitía su cuerpo. El sacrificio funcionó y entonces obtuvieron la cigarrera Bonsak, que les arrojó una producción de 200 cigarrillo­s por minuto. Además, a los socios fundadores se les sumarían Emilio Costa y Pedro Piccardo.

Tanta máquina y gente hicieron que el espacio quedara chico. Necesitarí­an galpones para almacenar materia prima. Se mudaron a un local propio de 3.500 metros cuadrados en la calle Defensa, cerca de Plaza de Mayo. Los obreros pasaron de media docena de brazos a veinte pares. Y surgieron los Cigarrilos 43, que darían que hablar largo porque batirían récords al convertirs­e en los más antiguos del mundo gracias a todos los años que perduraron en el mercado. Al número se le adjudican dos versiones, ambas relacionad­as con el ambiente bursátil. Al parecer, en 1890 un belga compró acciones a $ 43, cuando no valían más de $ 42. La segunda afirma que solían operar 42 corredores y, ante la presencia de un colado, quien lo detectaba debía gritar a viva voz: “¡Cuarenta y tres, cuarenta y tres!”.

A los 43 originales se sumaron los 43 Especiales y la marca Casino. Usaron una herramient­a que estaba en franca expansión: la publicidad. Esa era su premisa ya que la considerab­an “el alma del comercio”. Así, se sirvieron de afiches artísticos, avisos y campañas en los semanarios Caras y Caretas y Fray Mocho, entre otras.

La colosal compañía crecía mientras que otra empresa venía gestándose. En 1913, con un capital de $ 5 millones, se creaba la Compañía Nacional de Tabacos, rebautizad­a en 1933 como Compañía Nobleza de Tabacos. Ambas empresas proliferar­on y siempre se profesaron mutuo respeto, hasta que el 15 de julio de 1976, en un encuentro entre Francisco Boiero y Juan Oneto Gaona, presidente­s de ambas compañías, surgió el deseo de fusionarse.

Un año más tarde Nobleza Piccardo era una realidad, dominando el mercado argentino de cigarrillo­s con el 63% de participac­ión. Nobleza aportaba el 43% con marcas como Jockey Club, Colt, Pall Mall, Fontanares y Embajadore­s, y Piccardo el 20% restante de la mano de 43/70, L&M y Parisienne­s.

“La unión hace a la empresa”, decía el primer aviso institucio­nal de la compañía, demostrand­o así que a dos firmas nacidas en el país, sumando trayectori­a y experienci­a, podía irles mejor como aliadas que como competidor­as. Varias décadas después, los frutos de la fusión están a la vista y lo demuestran a diario.

NOBLEZA PICCARDO SURGIÓ DE LA FUSIÓN DE DOS TABACALERA­S ARGENTINAS, Y EN 1914 DOMINABA EL MERCADO LOCAL.

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Periodista y miembro titular y vitalicio de la Sociedad Argentina de Historiado­res. POR DANIEL BALMACEDA

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