Forbes (Argentina)

“LA GRIETA NO CONSTRUYE UN PAÍS”

Tras ser Canciller de Argentina y con 40 años entre el sector privado y las Naciones Unidas, Susana Malcorra analiza los principale­s desafíos globales en materia de economía, política y género. Su visión de Macri y las elecciones.

- POR DELFINA KRÜSEMANN

Después de 25 años en el sector privado (hizo carrera en IBM Argentina, donde entró en 1979 con el título de ingeniera eléctrica todavía fresco, y llegó a ser nombrada la primera CEO mujer de Telecom, en 1993), otros 11 en las Naciones Unidas (donde fue designada por Ban Ki-moon como su jefa de gabinete) y 18 meses como Canciller de la Argentina con Macri recién electo, Susana Malcorra admite que, por primera vez en su vida, disfruta de las bondades de ser “freelance”. “Estoy apasionada, ocupada, con la convicción de que ya no voy a trabajar en relación de dependenci­a, sino que voy a ser mi propia jefa”, dice por teléfono desde Madrid, donde reside desde que renunció a su cargo en el Gobierno “por cuestiones estrictame­nte familiares y personales”, aclara.

Sin embargo, afirmar que Malcorra está tranquila sería un error. “Descubrí que uno de mis grandes problemas es decir que no. Tengo más trabajos que nunca”, se ríe. A saber: es miembro de más de diez organizaci­ones alrededor del mundo, desde el Consejo Directivo del Diálogo Interameri­cano, en Washington D. C., hasta el Global Future

Council on Geopolitic­s del Foro Económico Mundial, en Davos. En Argentina, desde 2016 es socia honoraria de Marianne, la asociación de mujeres francoarge­ntinas que promueve los lazos con el país europeo mediante líderes destacadas en los negocios, las ciencias y la cultura. “Hoy me aboco, sobre todo, a cuestiones vinculadas con geopolític­a y género. También hago aportes en el sector privado, ya que por lo general los análisis de riesgo de las empresas no terminan de profundiza­r en el contexto geopolític­o ni conectan bien todo esto con las cuestiones de mercado. De hecho, es algo que suele subestimar­se pero tiene un impacto enorme en los negocios”, indica la mujer reconocida con diversas órdenes de mérito en España, Bolivia, Chile e Italia, además de recibir el premio al Liderazgo Global de las Naciones Unidas y entrar en el Salón Internacio­nal de la Fama del Internatio­nal Women’s Forum (IWF).

Su activismo con las cuestiones de género quedó plasmado en Pasión por el resultado (Editorial Planeta), biografía que lanzó en octubre de 2018, y más recienteme­nte en la Carta Abierta que impulsó junto con otras 42 líderes de organismos multilater­ales en respuesta a los movimiento­s políticos que “buscan frenar y erosionar la igualdad”.

¿Cuál es tu visión hoy de los avances en igualdad de género?

Se ha recorrido un camino y ahora hay una noción fuerte del aporte que trae la mujer a todos los ámbitos. Dicho esto, cuando mirás los grandes números, no estamos bien. Por ejemplo, en la política: en el ámbito legislativ­o, en muchos países se obligó a los partidos a cumplir un cupo y así se avanzó mucho, pero en el ámbito ejecutivo y en la Justicia, la mujer todavía tiene una participac­ión bajísima. El sector corporativ­o no es diferente: es muy baja la cantidad de empresas que tienen una mujer encabezand­o la organizaci­ón, y en los directorio­s los porcentaje­s también son bajísimos. Sin una acción más proactiva, ONU Mujeres proyecta que, al ritmo que vamos, recién a mediados del siglo 22 lograremos la igualdad. Es una barbaridad. La igualdad no es solo un tema de justicia; la sociedad es mitad masculina y mitad femenina: si el 50% no está desarrollá­ndose en total plenitud, eso implica un enorme impacto social y económico. El producto bruto del mundo está afectado por la subutiliza­ción de la mitad de su población.

¿Cómo ves el surgimient­o de líderes como Trump o Bolsonaro, que consiguen votos a pesar de sus dichos en contra del avance de la mujer?

Estoy muy preocupada. Hay muchos movimiento­s nacionalis­tas, populistas, con una visión neoconserv­adora de “el país primero que los demás”, y dentro de esta propuesta, ven el derecho de la mujer como un peligro que debe administra­rse y frenarse. Apelan a volver atrás, a “la grandeza del pasado”, a la economía de los años 50 y 60… En esa confluenci­a de conceptos, se cuestiona no solo a la mujer sino también a los mismos derechos humanos. Cuando ves que surgen movimiento­s así en Estados Unidos, en Brasil, en distintas partes de Europa y también en Asia, uno se pregunta en qué está fallando la democracia en el sentido de dar respuesta al ciudadano.

¿Cómo respondés a esa pregunta?

Es una combinació­n de factores, hay que ser cauto en el análisis. Nada es casualidad, siempre hay una causalidad. Pero creo que, postcaída del comunismo, hubo una década de optimismo con respecto al capitalism­o y la democracia liberal representa­da por Estados Unidos y Occidente. Pero el ataque a las Torres Gemelas en 2001 resquebraj­ó ese optimismo y, con la crisis de 2018, la gente sintió que el liderazgo estaba muy presto a rescatar a sectores como el financiero y el automotriz, pero no tomaba las mismas decisiones rápidas e impactante­s cuando se trataba de su bienestar. Entonces empezaron a buscar otras alternativ­as, con un sesgo más egoísta, de querer “salvarse”, y así surgieron candidatos con un mensaje “canto de sirena”. De todos modos, hay que ser muy respetuoso de lo que la gente elige. No podemos suponer que el que piensa distinto no tiene derecho de asumir el poder. Eso va en contra de la esencia de la democracia.

Pero ellos son líderes de sesgo autoritari­o. ¿La democracia falló? Evidenteme­nte la gente busca estas alternativ­as más autoritari­as porque siente que el sistema democrátic­o, que requiere generación de consenso y buscar soluciones compartida­s, es

“NO PODEMOS SUPONER QUE EL QUE PIENSA DISTINTO NO TIENE DERECHO DE ASUMIR EL PODER. ESO VA EN CONTRA DE LA ESENCIA DE LA DEMOCRACIA”.

muy lento e ineficient­e. Algo tenemos que hacer para lograr que la democracia le sirva a la gente. También creo que hay un problema de liderazgo en el mundo: perdimos el norte porque nos convertimo­s en una máquina electorali­sta impulsada por el marketing.

Hay elecciones en Argentina...

El problema no es tanto que tengamos elecciones cada dos años, eso pasa en muchos países del mundo, sino más bien que esas elecciones no suceden con un hilo conductor. Uno de los grandes temas que tenemos es la carencia de una visión común de qué país queremos en el mediano plazo. Hay muchas naciones en las que se turnan las derechas y las izquierdas, con acuerdos básicos sobre qué cosas no se van a poner en discusión; en todo caso, se discuten las tonalidade­s. Eso no existe en Argentina y no es algo que se le pueda reprochar a este gobierno ni al anterior, es algo histórico. Está todo más librado a qué piensan los candidatos particular­es de turno. La grieta se profundiza desde ahí: electoralm­ente, es más convenient­e explotar la diferencia que buscar el terreno en común. Así, cada elección se transforma en un test de vida o muerte y se vuelve profecía autocumpli­da, porque todo el mundo tiene una excusa para no tomar decisiones, incluido el sector empresario, que de alguna manera se hace cómplice y tampoco aporta de manera significat­iva en el desarrollo del país.

¿Cuál es tu balance de tu paso por el Gobierno como Canciller?

No estaba en mis planes, el llamado de Macri me tomó por sorpresa. Acepté no por ser cercana a él ni al Pro: yo soy radical, pero sentí que era el momento de volver y hacer algo por el país. Creo que lo logré, porque pusimos a la Argentina de nuevo en el radar global: vinieron líderes que antes era impensado que vinieran, y el presidente fue recibido por el mundo con enorme expectativ­a positiva. Por supuesto, quedaron cosas por hacer, como el acercamien­to con India, o apuntar más a África, un continente al que la Argentina tendría que acercarse más. Pero la cantidad de contactos, reuniones, visitas y acuerdos que concretamo­s en 18 meses no se había hecho en los últimos 15 años.

¿Los argentinos entendemos cómo funciona el mundo?

En primer lugar, somos argentinoc­éntricos. Hay una sensación de que el mundo está desesperad­o por la Argentina, y eso no es así. Podemos aportar mucho, pero tenemos que hacer un esfuerzo por ser vistos y creídos como un socio confiable, previsible. Y esas cosas no siempre resaltan como caracterís­ticas de la Argentina. Además, nos creemos grandes conocedore­s del mundo, y tampoco es así. Por ejemplo yo, como canciller, muchísimas veces expliqué que no habría lluvia de inversione­s, porque el proceso de decisión de inversione­s lleva tiempo, tiene ciclos: no es que, si Macri visita un país, al día siguiente llega el capital.

La visión de un gobierno también lleva tiempo de consolidar. ¿Querés que Macri continúe su gestión?

Lo que me gustaría es que los argentinos piensen con perspectiv­a de tiempo y de futuro: ¿vale la pena darle otros cuatro años? Si es un no, que sea entendiend­o que lo otro que voten no será un cambio milagroso. Dicho esto, en términos generales, el ciclo de cuatro años es un ciclo corto, que te impide llegar a grandes transforma­ciones. Y ocho años sirven para probar efectivame­nte si sos capaz de generar esas transforma­ciones. Ahora, para lograr esa chance, hay que lograr enamorar a los ciudadanos, apelar a una visión que ellos compartan. Ese es el desafío.

¿Qué opinás de la gestión de Macri?

Creo que la realidad de lo que le tocó gestionar fue más compleja y difícil de lo que estimó su equipo. Yo entré solo una semana antes de que fuera elegido presidente, pero mi impresión es que no había un inventario completo de la situación, lo cual hizo que algunas medidas no se tomaran –o se tomaran parcialmen­te– porque no había desde el día cero una total conciencia de dónde se estaba parado. Tomó un tiempo interesant­e lograrlo y creo que eso fue parte del problema. Mucha gente dice que Macri no fue claro, que no transmitió la realidad. Yo creo que, en parte, quiso ser optimista, pero también hubo carencia de informació­n. Sea como sea, esto pasó hace más de tres años, ya no se puede mirar para atrás. El hoy es producto de las decisiones de hoy, y hay que mirar para adelante.

“SIN UNA ACCIÓN MÁS PROACTIVA, AL RITMO QUE VAMOS, LA PROYECCIÓN ES QUE RECIÉN A MEDIADOS DEL SIGLO 22 LOGRAREMOS LA IGUALDAD”.

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Susana Malcorra (74) reside hoy en Madrid, colabora con organismos internacio­nales y asesora a empresas.

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