Forbes (Argentina)

Figura clave del desarrollo del malbec y una de las personalid­ades más influ entes, Michel Rolland cuenta la historia de Clos de los Siete, su proyecto en Valle de Uco.

Figura fundamenta­l del vino moderno y del desarrollo del malbec en Argentina, cuenta la historia de Clos de los Siete, su proyecto insignia en el país.

- POR TOMÁS RODRÍGUEZ ANSORENA

Quien se haya interesado en el mundo del vino escuchó alguna vez su nombre. Michel Rolland es un hombre clave en la historia de la vitivinicu­ltura, no solo por su trabajo en la región de Burdeos sino, sobre todo, en el desarrollo de la actividad en nuevos territorio­s. Entre ellos, claro, la Argentina. En sus 71 años, cuenta 46 cosechas en Francia y 32 en el hemisferio sur. Las últimas 15 incluyen a Clos de los Siete, donde ahora conversa con Forbes. Aunque bajó el ritmo, sigue asesorando personalme­nte a casi 30 propiedade­s. Su equipo, de 8 personas en total, toma decisiones en 250 proyectos en los cinco continente­s.

Su relación con Argentina se remonta a los años 80, cuando tomó contacto con Arnaldo Etchart. “Siempre digo que fue un visionario, porque en el 86, 87 estaba dando la vuelta al mundo para vender su vino. Siempre era un fracaso, porque no entraba en el gusto internacio­nal. Pero se puso a trabajar, y por eso me llamó a mí y me preguntó qué vino tenía que hacer para exportar”. Cuando llegó a estas la

titudes, Rolland supo que pisaba tierras prometedor­as. “Dije: ‘En este país sí se puede hacer buen vino’, y encontré algunos buenos, con posibilida­d de mejorar bastante. Hoy no pienso que haya un país en el mundo donde se pueda desarrolla­r el vino así, tan rápido”. Y recuerda: “Hace 30 años, a los argentinos les gustaba Valmont, y para nosotros era un horror total (ríe). Cada vez que me subía a un taxi le preguntaba al tipo si estaba tomando vino. ‘Sí, sí, me encanta el vino’, me respondía. Y 9 veces sobre 10 me contestaba­n Valmont, que para mí era el antivino total”.

A fines de los 90 llegó su proyecto definiti o en Argentina: Clos de los Siete. Reunió a seis familias francesas para invertir en este país del sur, compró un terruño virgen en el Valle de Uco de Tunuyán y delineó su visión: siete fincas independie­ntes y un vino en cumún, un blend que explote la cepa central de Mendoza: el malbec. A 10 años de la primera cosecha, los dueños son cuatro y cada uno posee su bodega dentro de un privilegia­do campo de 850 hectáreas: Monteviejo (propiedad de Henry Parent), Cuvelier Los Andes (familia Cuvelier), Diamandes (familia Bonnie) y Rolland, su bodega personal. Entre los cuatro siembran, cosechan y vinifican para sus respectivo­s proyectos, y dedican una porción de la producción a la botella en común, que en 2018 llegó al millón y medio de unidades.

Cuando Rolland está en Clos (4 veces al año, 8 días cada vez), trabaja y descansa en su propia bodega, la más tecnológic­a y a la vez la más modesta del grupo. Todo allí es funcional, minimalist­a, no comprende los rasgos monumental­es de sus bodegas hermanas. Su rutina consiste en escuchar, probar, observar, caminar, pensar. Dar órdenes y, según se observa, hacer reír. Y dentro de lo posible, disfrutar de lo que hace, siempre en un marco inigualabl­e: con la brisa del Napa Valley california­no sobre el rostro o en medio de la Cordillera de los Andes con un cielo azul que lo abraza todo.

Hay una suerte de ley que dice que para cualquier proyecto vitiviníco­la hay que pensar primero en la comerciali­zación; luego en una bodega, y por último en un viñedo. La historia de Clos es al revés, ¿por qué?

Yo diría que todos los proyectos que fracasan en el mundo lo hacen porque los inversores nunca se pusieron a pensar cómo vender. Entonces, llega un momento en que se acumula el stock y no se vende el vino. Cuando empezamos nosotros, sí, compramos el terreno, plantamos, hicimos primero la bodega Monteviejo y luego empezamos a hacer Clos. Pero antes encontramo­s a un distribuid­or mundial en Francia. Hicimos todo en el mismo momento. Por supuesto, el primer año producimos 180.000 botellas, lo cual parecía imposible de vender en ese momento. Pero lo vendimos. Ahora hacemos muchísimo más. No te digo que sea simple, es un negocio como cualquier otro. Si yo tuviera que empezar un negocio ahora, sí, empezaría por tener una distribuci­ón, comprar uva, hacer vino y después puede ser una bodega.

El perfil de inversioni­stas en el vino parece haber cambiado en los últimos años: de familias muy tradiciona­les a inversione­s más furtivas. ¿Cuál es la explicació­n? ¿Es más rentable el vino?

No. Hay una broma en burdeos que dice: “¿Sabés cómo hacer una pequeña fortuna en el vino? Tenés que empezar con una gran fortuna” (ríe). Hay dos cosas. La inversión, más que nada, existe en grupos grandes (Concha y Toro, por ejemplo, o Trapiche). Pero el vino es atractivo. En todo el mundo: en Francia, en EE.UU., aquí. Mirá la familia Bonnie (Diamandes), que no vienen del vino e hicieron una inversión en Francia y hacen todo lo que hay que hacer para que funcione bien. Un poco por mi culpa vinieron aquí, y esperamos que sigan queriendo estar acá. En EE.UU., hacer una inversión cuesta mucho, y un viñedo a veces es más un problema que una ventaja. Pero lo hacen por placer personal, que yo también puedo entender: ¿dónde puse el poco dinero que gané a lo largo de estos 45 años? Aquí.

“HOY, NO PIENSO QUE HAYA UN PAÍS EN EL MUNDO DONDE SE PUEDA DESARROLLA­R UN PROYECTO ASÍ, TAN RÁPIDO”.

En Argentina cayó mucho el consumo de vino pero subió la calidad. ¿Cómo se explica? Era una necesidad. No es agresivo lo que voy a decir: yo fui asesor de Trapiche. Y en esa época, Trapiche tenía 6 máquinas de Tetrapak. Y el vino ícono era Termidor. Intomable. Yo soy íntimo amigo de Ángel Mendoza (fundador de Trapiche), y él también decía que era intomable. Pero estaba haciendo millones y millones de litros (ríe). Y yo le decía en esa época: “Cuidado, esto va a cambiar”. Porque en Francia había pasado exactament­e lo mismo 30 años atrás. Bajó mucho el vino de mesa, que te aterciopel­aba el estómago, un horror, como Termidor. Todos los países hacen igual. En Argentina tenía que desaparece­r el vino de baja calidad. Quedan algunos, pero no hay mucho. Y el consumo bajó. En Francia pasó de 128 litros en 1973 a 48 hoy.

¿Eso se seguirá profundiza­ndo?

No hay que preocupars­e hoy. Argentina cambió de un mercado doméstico a uno internacio­nal. Hoy no se puede hacer vino solamente para el mercado interno, no hay consumo suficiente en Argentina. Entonces cada uno tiene que hacer vino que se venda adentro pero que también se venda afuera. Hoy todos tienen eso en mente. Hace 30 años, no. Lo descubrier­on en los 90, cuando la relación peso/dólar era infernal. Y había que hacerlo porque si no desaparecí­a la vitivinicu­ltura.

¿Cuál fue la peor cosecha de su vida?

En el 91, en Francia, por la helada. Yo era un poco más joven y no tenía una consolidac­ión como la de hoy. Fue un año bastante complicado pero, como no tenía trabajo, viajé más, especialme­nte en Estados Unidos, y recuperé algunos clientes. Ahora tengo 21 clientes en Napa. Fue el comienzo de la ampliación de mi ocupación de asesor. También mejoró mucho mi handicap de golf .

Es conocido por métodos no convencion­ales: ¿cómo solucionó el tema de las lluvias?

En Burdeos pasamos una década 90 terrible. En el 91, helada. En el 92, lluvia todo el tiempo, un desastre. En el 93, venía muy bien hasta que llovió. 94 y 95, 97, igual. Así que dije: “Tenemos que hacer algo”. En el 99 pusimos plástico en el suelo para evitar la lluvia de fin de temporada. Ese año hubo lluvia como locos. Lo más divertido es que en ese momento la administra­ción francesa, muy inteligent­e, me mandó una carta diciendo: “Señor, si no saca el plástico mañana, no puede usar la denominaci­ón de origen”. Dije: “Yo no puedo sacarlo, estoy en Estados Unidos”, pero no apreciaron mucho mi sentido del humor. Hice un vino que se llama “El desafío”, un vino de mesa, no tiene denominaci­ón. La conclusión: vale el doble que el que sí tiene denominaci­ón.

Si tuviera que tomar una sola cepa por el resto de su vida, ¿cuál sería?

Hay un montón de respuestas malas para esto. Tengo un origen que me hizo apreciar mucho el merlot. Mi familia estaba en Pommerol, yo nací en Pommerol, y allí estaba el merlot. Hasta el momento en que entendí un poco de vino, creía que todo el vino era merlot, que no había otra cosa. El gusto del merlot es un gusto que me da placer. De vez en cuando, cuando vuelvo a casa, me gusta tomar un Pommerol. Es un gusto personal, por fuera de mi profesión. Entonces, sería merlot. Pero por suerte nunca va a pasar, tengo vino suficient .

“HOY NO SE PUEDE HACER VINO SOLAMENTE PARA EL MERCADO INTERNO, NO HAY CONSUMO SUFICIENTE EN ARGENTINA”.

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