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El empresario que quiere acercar al campo con el Gobierno dice que hay dos cosas que no se pueden discutir: la emergencia económica y la necesidad de un agro exitoso.

- POR TOMÁS RODRÍGUEZ ANSORENA

El CEO. Antonio Aracre es gerente general de Syngenta para Latinoamér­ica Sur y tiene dos grandes ambiciones: erradicar el hambre y acercar al campo con el Gobierno. Hay Equipo. La reunión de los miembros de Viacomcbs y los numerosos proyectos que se vienen para este año en el país.

Cada 18 horas, en un taxi, un asado familiar o un estudio de televisión, un compatriot­a dice que “Argentina produce alimento para 400 millones de personas pero su pueblo pasa hambre”. El concepto circula adosado a cientos de teorías, todas contradict­orias entre sí, que en general concluyen en pura decepción. Un lamento colectivo: “¿cómo puede ser?”. Un día, mientras daba clases en la facultad, Antonio Aracre se enfrentó al dilema. “¿Cómo puede ser?”, le preguntaro­n sus alumnos, sabiendo de antemano a lo que se dedicaba. Aracre, contador de profesión, lleva más de 30 años en el sector agropecuar­io (casi tantos como de psicoanáli­sis) y hace 10 es el gerente general de Syngenta para Latinoamér­ica Sur. La compañía, de origen suizo, es desde 2017 el brazo principal de Chemchina, y en Argentina factura US$ 750 millones al año. Con la adquisició­n de Nidera un año después, Syngenta llevó su liderazgo en agroquímic­os (tiene el 20% del mercado) al mundo de las semillas y hoy ranquea primera en girasol, segunda en maíz detrás de Dekalb (de Bayer) y segunda también en soja, detrás de la argentina GDM (Don Mario). En enero, Chemchina se fusionó con la también china Sinochem para formar el flamante Syngenta Group. En los últimos cinco años, el TEG de los insumos agrícolas se transformó radicalmen­te por una serie de fusiones. De las llamadas “big six” quedaron solo “big four”. Syngenta Group es una de ellas. Las otras tres son la alemana Bayer, que compró Monsanto en 2015; Corteva, resultado de la fusión entre Dow y Dupont en 2017; y la alemana BASF.

Pero Aracre no estaba pensando en la geopolític­a corporativ­a cuando sus alumnos le pusieron sobre la mesa semejante tema. Más bien buceó en su propia responsabi­lidad. “Hace tiempo que me cuestiono si estoy haciendo lo suficiente (...) para eliminar el hambre y la desnutrici­ón infantil en nuestro país”, escribió cuando terminó la clase en un artículo que publicó en su perfil de Linkedin. Allí decía además que “destinar el 1% (de la producción agroalimen­taria) no debería representa­r un costo prohibitiv­o para ningún actor de la cadena”. La repercusió­n no tardó en llegar: una periodista reprodujo el artículo en el diario La Nación, luego explotó la sección de comentario­s, y tras una serie de contactos con el actual ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, sus ideas llegaron a oídos del entonces candidato a presidente Alberto Fernández. Y tanto le interesó la propuesta que la mencionó, todavía en campaña, en la presentaci­ón del proyecto “Argentina

contra el hambre” en la facultad de Agronomía. Un evento en la recta final de octubre que congregó a figuras tan dispares como Marcelo Tinelli, Juan Grabois y Rodolfo Daer. Y al CEO de Syngenta, claro.

Lo que vino después era más difícil de prever. Sus colegas de la industria le reprocharo­n en off que se hubiera “cortado solo” y hasta un grupo de productore­s de la localidad bonaerense de Salto llamaron a un boicot contra Syngenta. “Creo que el país está muy dividido políticame­nte”, esboza su explicació­n Aracre, quien recibe a Forbes en una calurosa tarde de verano justo antes de iniciar sus vacaciones. “Pero yo creo que es positivo: abrió una discusión muy importante para el país”, agrega.

Más allá de la grieta, ¿por qué creés que molestó tanto tu participac­ión?

Los empresario­s no estamos muy acostumbra­dos a hablar de temas sociales. Yo parezco un bicho raro. Y sí, quizás se visualizó como una cuestión política. Pero, así como a mucha gente no le gustó, hubo muchas otras personas con mensajes muy cálidos de apoyo, incluso dentro del sector. Muchísimos empresario­s agropecuar­ios se acercaron para decirme que quieren colaborar. Hay mucha gente que quiere ayudar genuinamen­te.

En tu experienci­a se pueden advertir los problemas que tiene el Gobierno para tener un diálogo con el campo. ¿Creés que hubo impacienci­a por parte de los productore­s que se están movilizand­o?

La impacienci­a venía de antes. “Ahora que ganaron nos van a aumentar las retencione­s”, se decía, cosa que finalmente pasó. Pero segurament­e, si ganaba, Macri también iba a subir las retencione­s porque tenía el mismo agujero fiscal con el que se encontró Alberto. Me parece que las retencione­s no pueden ser más o menos buenas según el color político de quien las ponga. Hay que analizarla­s desde la emergencia en la que está el país y ver si hay otras alternativ­as o no.

¿Qué opinás de las primeras decisiones macroeconó­micas del Gobierno?

Los primeros pasos son muy razonables. Un gobierno del que muchos decían que iba a ser laxo en materia fiscal, con una emisión desbordada y con riesgos de hiperinfla­ción, lo primero que hizo fue dar señales de que había que buscar el equilibrio fiscal. Y que hay que arreglar con los acreedores porque, si no tenemos crédito, no hay ninguna posibilida­d de reactivaci­ón. La verdad es que son cosas razonables y es lo que esperábamo­s. Yo creo que podemos encontrar una agenda común entre productore­s y Gobierno. Un tema es la percepción: no puede ser que el agro siga teniendo esa imagen de que contamina, que envenena, o que se enriquece excesivame­nte. El Gobierno puede ayudar en eso.

¿Qué balance hacés del gobierno de Macri en ese sentido?

Un aspecto positivo que tuvo la primera parte del gobierno anterior fue la baja de las retencione­s en cultivos como el maíz, el girasol y el trigo. Eso generó una cultura de rotación más sostenible. Eso es muy bueno para el medioambie­nte y para los suelos argentinos. Pero con la urgencia fiscal y la vuelta de las retencione­s, eso se diluyó un poco. Me parece que faltaron cosas bastante básicas. Una es la promoción de la investigac­ión y el desarrollo. Pero sobre todo perdimos la oportunida­d de generar una empatía mayor entre la sociedad urbana y el mundo rural.

¿Y creés que este gobierno puede tener éxito en eso?

Yo creo que el gobierno de Alberto Fernández es muy consciente de que necesita al agro. Y yo diría que tiene la oportunida­d de crear una mística distinta con los productore­s. No puede ser que exista esa pelea en la que el productor siente (muchas veces con razón) que lo esquilman, que le quieren sacar hasta el último

Si ganaba, Macri también iba a subir las retencione­s porque tenía el mismo agujero fiscal con el que se encontró Alberto”.

centavo de su rentabilid­ad. Y, del otro lado, tampoco puede ser que el Estado solamente vea al agro como un proveedor de dólares para equilibrar la balanza de pagos. Esa mirada es perniciosa y hay que romperla. El agro es la actividad económica más importante de la Argentina y la sociedad debe comprender­la, apoyarla, y sí exigir el cumplimien­to de normas, pero desde una perspectiv­a diferente. El camino me parece que es la industrial­ización. Eso va a ayudar mucho a que la sociedad urbana entienda que el agro no es una actividad comoditiza­da y de pocos sino que agrega valor. Aunque ya lo hace, pero todavía más.

Los defensores de las retencione­s plantean que son un instrument­o para evitar la total primarizac­ión del sector. Es decir que propenderí­an a la industrial­ización.

Pero hay que ver la política integral más allá de las retencione­s. ¿Cuánto se favorece hoy a la empresa que exporta soja como commodity respecto de la que exporta aceite de soja y respecto de la que exporta milanesas de soja? Necesitamo­s un panorama claro de cómo va a ser eso en los próximos 10 años, sin importar quién venga después. Yo igual entiendo el porqué de las retencione­s en este momento. Si podemos procesar que a un jubilado que cobra $ 30.000 le aplanen el aumento, tenemos que aceptar que a los que vivimos de un salario nos cobren el 35% de ganancias o que a los productore­s les afecten su rentabilid­ad. Pero siempre en un esquema transitori­o, de emergencia.

¿Cuánto creés que van a afectar las retencione­s en las decisiones de inversión para la próxima campaña?

No creo que los productore­s bajen el nivel de inversión. Generalmen­te, si hay algún tipo de ajuste para preservar la rentabilid­ad, lo hacen por el cultivo: más soja y menos maíz. Creo que también depende mucho del perfil del productor. Hay un 60% o 70% de la producción agropecuar­ia que se hace sobre tierra arrendada. Esa proporción, en países agroindust­riales como Brasil o Estados Unidos, no supera el 20% o 30%. La ecuación de rentabilid­ad es difícil con altos impuestos y un alto alquiler a los dueños del campo. Eso también debe verse con una mirada de largo plazo. Los contratos de alquiler deberían contemplar algún esquema de rotación, por ejemplo.

Dijiste alguna vez que las retencione­s son la salida más fácil para captar renta del agro. ¿Qué otras posibilida­des tenía el Gobierno? A mí me gusta más el impuesto a las ganancias. Porque si el concepto es que hay una “renta extraordin­aria”, la solución no es ajustar el precio de venta. Si eso es verdad, debería verificars­e en la utilidad que tenés. Y el impuesto a las ganancias podría aplicarse sobre esa utilidad. Es más justo. El campo muchas veces se pregunta: “¿Por qué a mí me quitan de la venta y a los demás sectores les quitan de sus utilidades?”.

¿Qué propuestas le llevaste al ministro Daniel Arroyo para combatir el hambre?

Estamos trabajando en pruebas piloto de huertas y granjas en el GBA en formato de cooperativ­as autosusten­tables. Si somos exitosos en eso, es probable que otros se quieran sumar y que el conurbano empiece a ver que el acercamien­to al agro es tangible. Tiene mucho que ver con la propuesta original que habíamos hecho del 1%. Si un sector como el agro no puede acercarse a la sociedad urbana en un tema como este, estamos en problemas.

¿Qué podría proveer Syngenta?

Semillas de trigo, insumos fitosanita­rios, diseño de invernader­os para proteger a las hortalizas, muchas cosas. Pero deberían sumarse también otras personas que conozcan el mundo, y hay muchos que quieren hacerlo. Ya hablé con grandes productore­s, con empresas de transporte, con empresas de tecnología, todos quieren contribuir.

Acercarte al Gobierno, como marca, ¿puede llegar a ser un inconvenie­nte?

Tratamos de no tener una mirada tan especulati­va. Puede ser que el Gobierno sea percibido por algunos de los productore­s como menos amigable hacia ellos. ¿Eso significa que nosotros tenemos que tomar distancia del Gobierno o que tenemos que ser un puente que construya caminos? Porque, en el fondo, lo que nosotros queremos es que al productor le vaya bien y que al Gobierno le vaya bien. Porque si a los dos les va bien, le va bien a la Argentina.

Puede ser que este gobierno sea percibido por algunos productore­s como menos amigable. ¿Eso significa que nosotros tenemos que tomar distancia?”.

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Antonio Aracre es gerente general de Syngenta para Latinoamér­ica Sur: Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Chile.
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