Forbes (Argentina)

CÓMO SALVAR A LA POLÍTICA DE ESTADOS UNIDOS

- POR STEVE FORBES Editor de Forbes en Estados Unidos y nieto del fundador de la revista, B.C. Forbes.

Quienes critican al difamado Colegio Electoral desestiman una de sus virtudes fundamenta­les: aplacar una peligrosa polarizaci­ón de la política. Quienes defienden el reemplazo de este “anacronism­o del siglo XVIII” por la votación popular directa asumen de manera implícita que el actual sistema bipartidis­ta permanecer­á intacto y que el candidato que obtenga la mayoría de votos individual­es –en lugar de votos electorale­s– llegará a la Casa Blanca. Si este es el modo en que funcionan las cosas para cualquier otro cargo electivo en los Estados Unidos, ¿por qué no sería así para el más importante de todos?

Pero el acuerdo bipartidis­ta básico que damos por sentado existe solo gracias al Colegio Electoral. Para llegar a la presidenci­a, un candidato debe atraer a personas de todo el país. Una coalición nacional es esencial para obtener mayoría en el Colegio Electoral. Una estrecha base sectorial o de intereses especiales simplement­e no será suficiente. Esa es la razón por la cual nuestros partidos agrupan muchos intereses y contextos diversos, que reflejan el carácter de esta nación continenta­l cuyos ciudadanos representa­n una amplia gama de culturas y creencias. Es además el motivo por el cual quienes apoyan a los partidos Demócráta y Republican­o suelen sentirse incómodos entre sí. Los votantes del Partido Republican­o en el noreste, por ejemplo, que tienden a hacer hincapié en cuestiones económicas como los bajos impuestos, son rechazados por los conservado­res sociales.

El sistema le da importanci­a a la moderación. Es cierto que los candidatos pueden defender programas audaces, pero deben hacerlo de manera tal de no alejar a los integrante­s menos entusiasta­s de su partido, por no mencionar a los votantes independie­ntes. Una idea radical suele atravesar lo que podría llamarse un proceso de marinado, durante el cual la gente se va acostumbra­ndo a ese concepto, e incluso entonces se convierte en una versión moderada del original.

El sesgo sistémico del Colegio Electoral para suavizar las ásperas y potencialm­ente peligrosas aristas de la política nacional nos permitió, durante más de dos siglos, debatir y resolver incluso cuestiones amargament­e controvert­idas sin destrozar al país y dejar heridas que podrían agravarse durante varias generacion­es. La excepción, por supuesto, fue el tema de la esclavitud. Por lo demás, prevaleció la tendencia hacia la moderación y la inclusión.

Miremos a los demócratas. Sin duda, el partido se inclinó hacia la izquierda, pero observemos lo que les sucedió a sus aspirantes a presidente que más fielmente repitieron como un loro las opiniones extremas de los activistas de ultraizqui­erda acerca de cuestiones como las rígidas políticas de identidad antiindivi­duales o una estatizaci­ón inmediata de la atención médica: tambalearo­n o intentaron suavizar la agudeza de sus opiniones. La alguna vez expansiva burbuja de Elizabeth Warren se desinfló cuando tuvo que explicar cómo iba a pagar todas las “cosas gratis” que prometía. Los integrante­s del partido también se alejaron debido a su hostil negativida­d.

En la misma línea, debido a que los candidatos deben emprender campañas a nivel nacional para ganar, el Colegio Electoral obliga a estos contendien­tes a familiariz­arse con cuestiones locales y regionales que, de otro modo, podrían desestimar, muy especialme­nte en los estados de importanci­a electoral. El arreglo actual hace más para darles voz a las minorías, cuyo apoyo podría ser vital en los estados clave.

Cada cuatro años los partidos locales se reúnen para nominar formalment­e a un candidato presidenci­al, quien luego es incluido automática­mente en la boleta electoral, en cada estado de la Unión (y el Distrito de Columbia). Por el contrario, los candidatos independie­ntes que aspiran a ganar nuestro máximo cargo deben atravesar un costoso y exigente proceso para

aparecer en las boletas electorale­s. Muy pocos lo logran. Cada estado tiene sus propias reglas. Un voto popular directo para presidente destrozarí­a este ecosistema político que es especialme­nte adecuado para Estados Unidos.

Los individuos y las organizaci­ones con intereses específico­s siempre van a crear sus propios partidos. Por ejemplo, ¿se molestaría Mike Bloomberg –quien en distintos momentos de su carrera política fue demócrata, republican­o o independie­nte– en tratar de obtener la nominación de los demócratas para presidente? Por supuesto que no.

Más básico e inquietant­e es que, en contraste con el sesgo moderador del Colegio Electoral, un sistema de voto popular directo alentaría los ánimos exacerbado­s a fin de ganar apoyo para los candidatos en un ámbito concurrido.

Por supuesto, si ningún aspirante alcanzara cierto umbral –¿y cuál debería ser ese nivel? ¿40%? ¿50%?–, tendría que haber una segunda vuelta. Con tantos candidatos rivalizand­o por ocupar la Casa Blanca, fácilmente podrían imaginarse elecciones en las cuales la segunda vuelta fuera entre dos extremista­s. Para ganar una segunda vuelta, los candidatos deberían negociar con los perdedores para obtener su apoyo en la ronda final. Los regateos y beneficios directos alentados por este nuevo sistema harían que, en comparació­n, considerár­amos insulsas las negociacio­nes políticas actuales.

Luego, por cierto, habría detalles prácticos y esenciales para resolver. ¿Quién supervisar­ía los 175.000 distritos electorale­s para evitar trampas? ¿Quién garantizar­ía que no se manipulen las abstencion­es? Todo esto podría implicar una mayor expansión en el poder del gobierno central. Bajo un sistema de voto directo, estas reglas deberían ser uniformes; otra extensión del poder de Washington.

Los demócratas odian el Colegio Electoral porque tanto en las elecciones de 2000 como en las de 2016 perdieron la Casa Blanca, aunque sus candidatos recibieron más votos populares que sus opositores republican­os.

Nuestros fundadores sabían exactament­e lo que estaban haciendo cuando crearon el Colegio Electoral. Desestimam­os su sabiduría en nuestro perjuicio.

BLOOMBERG LO ARRUINA

Mike Bloomberg proclama que es quien tiene más posibilida­des de ganarle a Donald Trump. Pero cometió una equivocaci­ón que lo perjudicar­á mucho si el Partido Demócrata llega a nominarlo en noviembre: reclamó un aumento de los impuestos a una escala que incrementa­ría ostensible­mente la recaudació­n, casi un 50% más que los esquemas supuestame­nte más moderados de Joe Biden. La panacea de Bloomberg aplastaría la creación de capital y la inversión comercial, a la vez que haría caer el mercado bursátil. El crecimient­o económico se estancaría y el incremento salarial se debilitarí­a o incluso desaparece­ría.

Por el contrario, el presidente va a revelar otra serie de recortes impositivo­s para que se aprueben en caso de que sea elegido.

Bloomberg y el resto del sector demócrata olvidaron lo que sucedió la última vez que un abanderado de su partido pregonó a los gritos el aumento de impuestos: en 1984, Walter Mondale, que estaba a favor, se llevó solo un estado y el Distrito de Columbia contra Ronald Reagan, que defendía el recorte.

EL ACUERDO BIPARTIDIS­TA BÁSICO QUE SE DA POR SENTADO EN LOS ESTADOS UNIDOS EXISTE SOLO GRACIAS AL COLEGIO ELECTORAL.

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