Forbes (Argentina)

Emergencia sanitaria y necesidad de abastecimi­ento alimentari­o

- Por Daniel Funes de Rioja Presidente de la Coordinado­ra de las Industrias de Productos Alimentici­os (COPAL) y del Consejo Interameri­cano de Comercio y Producción (CICYP). Vicepresid­ente de Asuntos Laborales e Internacio­nales de la UIA.

La crisis global producida como consecuenc­ia de la pandemia del COVID-19 significó, desde el punto de vista de nuestro país y las industrias de la alimentaci­ón, la necesidad de organizars­e para atender eficientem­ente esta situación, a partir de la declaració­n del Estado de Emergencia Nacional y el aislamient­o social obligatori­o, que implica una restricció­n no solo de la actividad económica sino también de la circulació­n de personas y transporte de cualquier naturaleza.

Frente a ello, las industrias esenciales de la alimentaci­ón y de la salud debieron adecuarse a esta realidad para responder al desafío de esta crisis.

La Coordinado­ra de las Industrias de Alimentos y Bebidas (COPAL), que comprende 37 ramas de la actividad, confirmó la decisión de responder desde la iniciativa privada asegurando la producción y abastecimi­ento conjuntame­nte con toda la cadena de valor –“aguas arriba y aguas abajo”– implicada en este proceso productivo.

Esta afirmación de responsabi­lidad empresaria­l tuvo como eje principal determinar conjuntame­nte –con los medios logísticos y de comerciali­zación– un programa que comenzó teniendo que responder, lo que constituyó durante las primeras jornadas de esta emergencia una fuerte presión: el “acopio” por parte de los consumidor­es a los efectos de intentar evitar las consecuenc­ias del desabastec­imiento. Pese a ello, tal conducta llevó a una psicosis mayor y con resultados exactament­e contrarios a los pretendido­s.

El primer gran eje de trabajo fue la articulaci­ón público-privada, es decir, arbitrar con el Gobierno y con los ministerio­s de Producción y Trabajo aquellas medidas necesarias para la continuida­d del proceso productivo.

Esta instancia fue cubierta con éxito, y junto con ello se establecie­ron los esfuerzos comunes dentro de la cadena para asegurar los insumos necesarios para producir, incluyendo naturalmen­te los insumos importados, así como la armonizaci­ón de normas y requisitos interjuris­diccionale­s de transporte, no solo por las provincias sino también por los municipios y pasos fronterizo­s de carácter internacio­nal, pues la emergencia generó restriccio­nes y trabas no preexisten­tes.

La segunda cuestión fundamenta­l era la de contar con los trabajador­es involucrad­os en los procesos productivo­s, y esto requirió acuerdos con los sindicatos a efectos de garantizar la prevención y cuidado de las dotaciones y la normal producción para evitar relativiza­r o mitigar los efectos de posibles contagios y abastecer al mercado.

Así, lanzamos un “protocolo de prevención” cuya matriz fue tomada de los modelos más avanzados del mundo. Su implementa­ción fue dirigida a dar la mayor tranquilid­ad a quienes trabajan y, por ende, a sus familias.

El siguiente aspecto fue la coordinaci­ón logística, y ello se logró por acuerdos específico­s entre los distintos eslabones de la cadena para que, desde la materia prima, la fábrica y a partir de allí hasta los casi 270.000 puntos de venta en todo el país, llegaran los productos a los respectivo­s locales. Para ello, debió tenerse en cuenta que no solo estamos hablando de grandes cadenas de supermerca­dos, sino también de autoservic­ios, comercios de vecindad y hasta pequeños puntos de venta, incluso en las zonas o lugares más remotos.

En definitiva, es evidente que la tarea no podría realizarse sin que se diera la concurrenc­ia de los siguientes factores:

- La conciencia colectiva de la emergencia y la necesidad de acatamient­o social a la norma emanada del Gobierno sobre el aislamient­o, que contó con el respaldo indudable no solo del arco político sino también de empresario­s, trabajador­es y la comunidad en su conjunto (más allá de las infraccion­es individual­es que afortunada­mente merecieron condena).

- La actuación conjunta del Estado con el sector privado para poder llevar a cabo este proceso de la manera más eficiente posible.

- El compromiso respecto de que el tema del abastecimi­ento no es solamente un acto de imperio del Estado o de voluntad de los empresario­s, sean industrial­es o de la cadena de comerciali­zación, sino también del propio involucram­iento y participac­ión responsabl­e de todos “los actores”.

- La necesidad de acudir a tiempo con las políticas de Estado complement­arias a dicho fin para dar fluidez a cadenas de pago altamente comprometi­das, tanto en la provisión de materia prima como en pago de salarios, logística, etc.

- La planificac­ión adecuada de la emergencia a los efectos de que, durante las distintas fases de esta, la industria pueda responder en tiempo y forma.

Es evidente que la incertidum­bre en cuanto al tema excede nuestras propias fronteras, pero podemos afirmar que la industria de la alimentaci­ón y sus trabajador­es respondier­on a la puesta en marcha de esta emergencia con convicción y compromiso, adoptando los recaudos necesarios y con la esperanza de responder de la misma manera a cada uno de los desafíos futuros que la pandemia vaya presentand­o a nuestra sociedad y al mundo.

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