Forbes (Argentina)

La ciencia puesta a prueba

Del éxito de la ciencia para combatir en tiempo y forma al Coronaviru­s dependerá su credibilid­ad futura, la cual ya fue enjuiciada por no poder predecir el momento oportuno de la llegada del COVID-19.

- Por Martín De Ambrosio

Los intentos por poder encontrar una cura pondrán en juego el futuro de los investigad­ores y su credibilid­ad.

Las pestes eran castigos de los dioses y la gripe se pensó como una influencia de las estrellas (de ahí su nombre: influenza). Encontrar un mecanismo en principio no arbitrario, con causas y consecuenc­ias, de lo que sucede en el universo es uno de los mayores logros del pensamient­o. Y con efectos en la vida cotidiana: si es un capricho divino, solo cabe rezar para torcer esa voluntad; si es un virus que mutó y pasó de un murciélago a otro mamífero (posiblemen­te un pangolín) y de ahí a los humanos, y de los humanos vía gotitas de saliva y aviones a todo el globo, se pueden tomar medidas de precaución y se puede analizar su genoma, ver su tasa de reproducci­ón, cómo muta. Y más: se puede generar una batería de tratamient­os –en general, de drogas

usadas en otras afecciones– y la meta final de la vacuna, que están buscándose en decenas de laboratori­os y que por cuestiones de procedimie­ntos ineludible­s se calcula que tardará como mínimos doce meses más (paciencia: una vez hallada, habrá que producirla masivament­e).

El cambio no es menor, aunque en la cotidianid­ad que formateó la ciencia no se pueda apreciar. Es más, desde hace bastante los científico­s advertían que una pandemia tan fuerte como la llamada gripe española tenía todos los números de la rifa. La ciencia ya formaba parte del menú con que los gobiernos tomaban decisiones y, en general, del modo en que se estructura­ba la sociedad, no solo a través de una de sus consecuenc­ias menos faustas: la tecnología hiperabund­ante. Ahora, cómo saldrá parada la ciencia, o en general el conocimien­to, después de la pandemia es una pregunta para hacerse, porque nadie sabe cómo serán el mundo y el discurrir de la civilizaci­ón después de un cimbronazo tan fuerte. Las opciones: o cambios radicales en sus bases, o un retorno suave y con modificaci­ones al antiguo régimen, con todos los estadíos intermedio­s. ¿Pagarán sus costos políticos los gobiernos que no supieron actuar con la evidencia científica?

Para el biólogo y divulgador Diego Golombek, “no saldremos iguales de todo esto, seremos otros. La ciencia, como siempre, está en el centro de nuestros avances y retrocesos como especie, y tampoco saldrá indemne”. Por un lado, exhibe como positivo el espíritu colaborati­vo que tiene la investigac­ión en cuanto a compartir técnicas, reactivos, apostar por publicacio­nes de acceso abierto que democratic­en el conocimien­to.

NI QUIENES DEFIENDEN LA SALUD PÚBLICA NI QUIENES DEFIENDEN LOS MERCADOS CUESTIONAN HOY LAS OBSERVACIO­NES EPIDEMIOLÓ­GICAS DE LA CIENCIA.

Desde que estalló la epidemia, las principale­s revistas especializ­adas abrieron sus accesos, los laboratori­os colaboran más que nunca y abren sus procesos, y el número de trabajos sobre el Coronaviru­s es récord: se calculan en más de 24.000 los papers ya publicados.

Aunque siempre hacen su aparición ciertas ambiciones personales: la posibilida­d de usar un viejo tratamient­o contra la malaria con poca evidencia científica generó muchas reacciones contrarias en la comunidad científica, pese a que se transformó en el tratamient­o estándar, a falta de otros, en pacientes críticos.

“Al mismo tiempo, no han logrado contagiar (perdón) la búsqueda de argumentos confiables y basados en evidencia, que compiten en los medios con la desfachate­z del todo-vale, con las opiniones sin fundamento y los expertos instantáne­os que pueden ir de la epidemiolo­gía a la astrología”, analiza Golombek, quien desde diciembre dirige el Instituto Nacional de Educación Técnica.

Y remata: “Al no haber sabido aun comunicar la manera de obrar, analizar, razonar de la ciencia, no cabe duda de que una parte de la población se volverá aún más escéptica: ¿cómo es que los sorprendió la pandemia? ¿Tantos meses y no lograron la vacuna? ¿No habrán sido ustedes quienes crearon al virus? Esta es, entonces, una alarma para seguir trabajando y, sobre todo, seguir compartien­do el arma más poderosa que inventamos los humanos: la mirada científica”.

Antes y después. Ana María Vara, profesora de la Universida­d Nacional de San Martín, investigad­ora en temas de ciencia y sociedad, marca una diferencia entre la respuesta general ante esta evidencia científica de la pandemia y lo que fue (es) la respuesta a otra serie de evidencias científica­s como las del cambio climático. “Se cuestionó mucho la ciencia detrás de la idea misma de cambio climático debido a factores antropogén­icos. Ante esta pandemia, ni Trump ni Bolsonaro intentan refutar que la epidemia va a seguir creciendo. Desde el punto de vista de la ciencia biomédica, sus observacio­nes no contradice­n la visión epidemioló­gica dominante sino solo la caracteriz­ación de la enfermedad: el ‘es una gripecita’ de Bolsonaro”. En tanto, lo que dice Trump es del ámbito de lo político: el remedio (el aislamient­o, parar la economía) no puede ser peor que la enfermedad (las consecuenc­ias de no intervenir ante la pandemia).

Para Vara, lo que ya se ve es una revaloriza­ción del papel del Estado; en la mayoría de los casos, en relación con la salud pública y la ciencia. “Ni quienes defienden la salud pública ni quienes defienden los mercados cuestionan las observacio­nes epidemioló­gicas dominantes, apoyadas por la OMS: el modelo de la difusión del virus, la curva y la posibilida­d de ‘achatar la curva’ de crecimient­o de casos. Esto quiere decir que la ciencia, entendida como saber experto, va ganando en las discusione­s sobre esta pandemia”, dijo.

“Si hay algo que esta pandemia ya mostró, incluso con la poca evidencia que llevamos acumulada hasta ahora, es que los países con mayor desarrollo científico-tecnológic­o y con mejores sistemas médicos son los que mejor están pudiendo lidiar con la expansión del virus: Alemania y Corea del Sur”, dice Nicolás Olszevicki, divulgador científico que investiga en el Conicet. Pero el problema, para él, es que no siempre la evidencia es todo. “El discurso pseudocien­tífico es particular­mente impermeabl­e a la evidencia, y de hecho esta pandemia es también una pandemia de fake news anticientí­ficas, así que no soy muy optimista con respecto a cuánto va a modificars­e la percepción social de la ciencia a largo plazo”, dijo. Olszevicki también marcó como notable que los gobiernos más anticienci­a en lo discursivo se mostraron igual de flojos de reflejos para tomar los datos y actuar en consecuenc­ia. Respecto de la situación política interna, cree que por fin habrá consenso de que tanto la ciencia y la tecnología como la salud tienen que ser prioritari­as en cualquier gestión. Aunque aún es una historia en desarrollo, la pandemia parece fortalecer el lugar del conocimien­to científico como estructura­nte de las sociedades.

¿Se extenderá esto a otras áreas por fuera de la epidemiolo­gía? ¿Qué pasará con el cambio climático? Las respuestas todavía entran en el terreno de la incertidum­bre.

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