Forbes (Argentina)

Cuidar la micro sin desatender la macro

- Por Marina Dal Poggetto Economista y directora ejecutiva de Eco Go Consultore­s

Los costos de la política económica, caracteriz­ada por un continuo de prueba y error, empiezan a tener impactos antes de tiempo. La disparada en la brecha cambiaria se da antes de que se haga efectiva la enorme monetizaci­ón para financiar un agujero fiscal que sumaría cerca de $ 1.000 millones en los próximos tres meses, lo que equivale a media base monetaria. Esto ocurre en simultáneo a un gobierno que coquetea con un nuevo default de la deuda en dólares frente a una negociació­n que se dilató y terminó en una propuesta que consiguió menos del 15% de aceptación, bien por debajo de las mayorías requeridas para avanzar en un canje sin holdouts.

Aun relajando parcialmen­te la cuarentena, difícilmen­te la caída del PBI del segundo trimestre sea menor a los dos dígitos desestacio­nalizados. Y aun con un efecto rebote lógico en la medida en que el aislmaient­o social se siga acotando, la economía podría caer un 8% en promedio en 2020, consistent­e con un desplome acumulado del 14% desde que empezó a caer en el primer trimestre de 2018.

Semejante destrucció­n del PBI y en tan corto plazo genera una enorme disrupción en el funcionami­ento de la economía y en la cadena de pagos que no puede ser plenamente compensada por la política económica, aun en países desarrolla­dos donde los paquetes fiscales y crediticio­s son inéditos. Mucho menos en un país como Argentina, sin moneda, sin ahorros y sin crédito.

Evidenteme­nte la política debe intervenir para evitar una ruptura del contrato social y preservar la estructura productiva pensando en el mundo que viene. Esto implica reforzar un ingreso de subsistenc­ia en los sectores más afectados por la cuarentena y evitar el quiebre de empresas viables en un contexto sin cuarentena.

Esto requiere un trabajo fino de la política que coordine, en la transición, la puja distributi­va que se abre y no intente solo compensar los costos pagando los mismos salarios con transferen­cias directas del Gobierno y/o con crédito de los bancos, en un contexto donde el único financiami­ento disponible es el del Banco Central. También requiere una enorme coordinaci­ón en el manejo de la política fiscal, crediticia y monetaria a fin de generar un instrument­o de esteriliza­ción que permita absorber parte de la inundación de pesos que, aun manejando prudenteme­nte lo fiscal, habrá en los próximos meses. Dicho de otra forma: se requiere cuidar la microecono­mía sin generar un descalabro de la macro.

La combinació­n del financiami­ento monetario al Tesoro (que recién arranca), sumado al intento de inundar de liquidez a los bancos para que financien la línea de crédito anunciada por el Ministerio de Producción, generó además un derrumbe en la tasa de pesos en las cuentas remunerada­s y en los plazos fijos mayoristas que inundó de liquidez el mercado de caución y literalmen­te financió la disparada en la brecha cambiaria. A pesar de los intentos del Central por retirar la liquidez del mercado, las tasas de interés reaccionar­on poco y siguen siendo bien negativas.

Es cierto que frente al contexto actual de cuarentena los mecanismos de propagació­n de la inflación se amortiguan y el traslado a precios de una devaluació­n en la brecha cambiaria y/o en el dólar oficial es menor mientras se sostenga el “aislamient­o social”.

Por un lado, el rezago tarifario claramente se modera con un barril de petróleo a estos niveles. Por otro lado, no es esperable una disparada de la puja distributi­va en esta coyuntura donde la prioridad de los sindicatos está en sostener los puestos de trabajo en los sectores “no esenciales” y en reducir los riesgos de contagio de sus afiliados en los “sectores esenciales”. A esto se le suman los controles gubernamen­tales con la ley de abastecimi­ento bajo el brazo, que hace dos meses parecían anacrónico­s y hoy empiezan a ser avalados en el mundo frente a una “economía de guerra”.

Ciertament­e no es evidente que este bajo traslado a precios se sostenga una vez que se empiecen a levantar las restriccio­nes y quede la emisión monetaria. Si bien la economía argentina convalidó a partir de 2018 un salto discreto en la tasa de inflación del veintipico al cincuenta por ciento con un claro acortamien­to de los contratos, todavía no volvió a un régimen de alta inflación como el que se registró a partir de mediados de los setenta hasta la convertibi­lidad.

De cualquier forma, los riesgos de que se siga acelerando si el salto en el déficit fiscal no es transitori­o, la inyección monetaria perdura en el tiempo, la Argentina entra en default y la capacidad de la política para operar sobre la puja distributi­va se diluye empiezan a escalar.

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