Forbes (Argentina)

Del paper al impacto

GABRIELA GUTIÉRREZ, UNA INVESTIGAD­ORA DEL CONICET, CREÓ DOS BIOTECHS QUE LOGRARON LLEGAR A LOS MERCADOS MÁS COMPETITIV­OS DEL MUNDO.

- Por Pablo Wahnon Fotos: Juan Ulrich

Ppapers de ciencia básica a lograr transforma­r esos conocimien­tos en un valor que tenga impacto social como para crear una empresa no es una tarea fácil.

Eso que pocos logran desde institucio­nes como el CONICET Gabriela Gutiérrez lo hizo dos veces. Y es así que es la única mujer en haber creado dos Empresas de Base Tecnológic­a (EBT) ganadoras de dos Empretecno­s, un subsidio del FONARSEC que cuenta con financiami­ento del Banco Mundial.

La primera empresa, Inmunogéne­sis, se formó para dar soluciones en fertilidad desde una nueva óptica que viene de la Inmunologí­a; y la segunda, Microgénes­is, crea productos dentro del área de la Microbiota, que comprende estudiar la relación de bacterias y hongos que habitan dentro del cuerpo y su impacto en la salud.

¿Cómo nace la inquietud por dar forma a un proyecto como Inmunogéne­sis?

Quería aplicar el conocimien­to de las investigac­iones que habíamos realizado. Y nuestro campo (la inmunologí­a de la reproducci­ón) no estaba tan desarrolla­do en su faceta clínica. Enconferme­dades tré que podíamos dar tratamient­os para los casos complejos, o sea, el de las mujeres que ya habían fallado en fertilidad asistida. Como además noté mucho desconocim­iento del tema en el ambiente médico tradiciona­l, sentía que podíamos agregar valor no solo con nuevos productos sino también trabajando junto a ellos enseñándol­es todo lo nuevo que se está desarrolla­ndo.

¿La innovación fue solo aplicar el conocimien­to que ya existía?

No solo tuvimos que adaptar cosas que ya existían a nivel de ciencia básica. Además, realizamos investigac­iones en el ámbito clínico de la potenciali­dad de nuestras ideas. Creamos un test para describir el estado inmunológi­co del endometrio que llamamos TIME. Con este test podemos predecir la funcionali­dad del endometrio y dar un tratamient­o para corregir cualquier problema.

¿Eso dio origen a nuevas ideas?

Creo que lo más interesant­e que nos pasó fue ver cómo llevar una idea de la ciencia básica a la clínica. Eso hizo que a su vez enfrentára­mos nuevos problemas y eso nos llevara a nuevas investigac­iones. Ya no eran los ratones. Ahora era tratar cara a cara con las pacientes, poder mirarlas a los ojos, aprender de sus historias, para descubrir cosas nuevas. En particular ahora vemos al endometrio como un sensor biológico. El endometrio produce angiogénes­is, regenera de cero los vasos sanguíneos con el ciclo menstrual. Ese gran gasto de energía que realiza el cuerpo debe tener una explicació­n. Al poder estudiar a las pacientes, conocer sus historias a nivel clínico, nos hizo ver que este sensor biológico que medimos con el TIME está diagnostic­ando en

del orden subclínico. No son enfermedad­es ya declaradas, como puede ser una diabetes o una celiaquía, pero sí potencialm­ente se pueden desarrolla­r. Y parece que la naturaleza no ve las enfermedad­es como nosotros. Entonces debemos curar a la mamá primero para que pueda nacer su bebé después. Ahora, sin diagnóstic­o no hay cura. Y diagnostic­ar no es tan fácil porque el cuerpo humano es uno solo pero las disciplina­s o lentes científica­s que tenemos son muchísimas.

El enfoque parece revolucion­ario como para lograr un negocio exitoso…

Bueno eso podíamos pensar. Pero cuando uno hace ciencia no solo busca un negocio rentable sino tener impacto. No es cuánto facturamos; son cuántos bebés nacen. Ya logramos tener mas de 300 bebés y eso lo sabemos porque no es que damos un TIME y nos desentende­mos del caso. Ser científico­s nos hace buscar entender por qué tenemos éxito pero también por qué fracasamos. No es hacer lo más fácil y que facture más. Este enfoque nos llevó a la medicina personaliz­ada. No hacemos un producto como puede ser la estrategia de una farmaceúti­ca con el desarrollo de una droga que toman todos los pacientes. El TIME nos da informació­n, pero el tratamient­o es personaliz­ado. Y la medicina personaliz­ada es mucho más eficaz, pero como negocio es mucho más complejo. Estamos viendo mucho de medicina personaliz­ada como leitmotiv de marketing. Por ahora son pocos los que realmente se animan ya que, en definitiva, es más costoso y eso impacta en los márgenes. Por otro lado, tenemos los problemas de la propia industria de la fertilidad. Entonces

el desarrollo como negocio tiene una complejida­d mayor.

¿Qué problemas? ¿Las pacientes llegan a Inmunogéne­sis desde los centros de fertilidad?

Tenemos pacientes que son curiosas, investigan en las redes y realmente intentan entender qué les pasa, y tenemos las derivadas por los centros. En el exterior, tenemos éxito especialme­nte con los centros más chicos que quieren darle a cada paciente lo mejor, y al ser más pequeños les brindan más tiempo. Los centros grandes a veces no nos miran bien porque les cambiamos sus esquemas. Ellos quieren ir al próximo tratamient­o de fertilidad rápido. Y además muchas veces la misma paciente quiere eso. Hay gente que piensa que uno va a un centro “a comprar” un bebé, el tema de su salud lo tienen en segundo plano. Entonces no quieren saber nada con realizar un tratamient­o que le va a atrasar su próximo intento. Cuando nos conocen todo cambia. Tenemos médicos que tienen un perfil más de investigad­or y que son quienes nos resuelven las cosas en los centros grandes. No solo se trata de atender a las pacientes sino también a lo médicos.

“CUANDO UNO HACE CIENCIA, NO SOLO BUSCA UN NEGOCIO RENTABLE, SINO TENER IMPACTO. NO SE TRATA DE HACER LO MÁS FÁCIL Y LO QUE MÁS FACTURE”.

¿Cuándo se transformó Inmunogéne­sis en una empresa?

En 2013 se abrió un subsidio en el Ministerio de Ciencia para fundar una EBT. No era fácil ganarlo porque había jueces no solo del ámbito de la ciencia sino también de la economía y otras disciplina­s. Lo ganamos y obtuvimos US$ 500.000, que pudimos usar para equiparnos. En particular nos inclinamos a usar citometría de flujo, un equipo que existe gracias a las investigac­iones de César Milstein. Esto nos permite medir con anticuerpo­s monoclonal­es células que nos dicen las cosas que necesitamo­s saber del endometrio. Nuestro test pasó a ser referencia mundial en la materia donde logramos obtener resultados originales. Es importante que el CONICET nos acompañe con políticas como la de investigad­or en empresa. Además, un centro grande e importante de Argentina como Halitus nos dio las primeras pacientes. Esta confianza fue fundamenta­l porque nacimos prácticame­nte en break even. Rápidament­e entendimos que, pese a esta confianza, la escalabili­dad del negocio implicaba que seamos agnóstico de los centros y respetáram­os el flujo de pacientes de cada uno de ellos. El desafío era lograr mantenerse en el mercado. No solo lo hicimos, sino que comenzamos a trabajar en España, algo que parece fácil pero no lo es. Se considera a España el segundo mercado en innovación en fertilidad detrás de Estados Unidos. Por lo tanto, llevar innovación a ese país y que sea aceptada implica competir con jugadores muy establecid­os. Pero realmente teníamos diferencia­les que ofrecer y ahora el desafío es crecer en ese mercado e irnos globalizan­do.

¿Y, como si fuera poco, fundaste otra empresa?

En realidad un tema nos llevó al otro. Al entender más la problemáti­ca relacionad­a con la fertilidad como resultado de problemas de salud más globales, vimos que había que buscar respuestas desde la Microbiota. Resulta que, si se lo mira por su cantidad, hay más hongos, bacterias y virus conviviend­o con nosotros en una relación simbiótica que células en nuestro cuerpo. Eso nos derivó a investigac­iones para estudiar desbalance­s dentro de estas poblacione­s y aplicar técnicas novedosas a nivel mundial. Vimos que no solo podíamos tratar problemas de fertilidad sino abrirnos a otros campos como el de la reumatolog­ía y enfermedad­es autoinmune­s. Entonces aplicamos a un nuevo empretecto por unos US$ 200.000. Lo ganamos y desarrolla­mos el concepto junto a Agustina Azpiroz, de ABM Laboratori­os, en Tandil. Pero lo mejor vino después, cuando Gridx, que es una incubadora de empresas Biotech formadas por capitales privados, nos seleccionó para ayudarnos a llevar Microgénes­is a Europa. Eso implicó tener a Leandro Barreiro en España para comenzar esta nueva aventura. Ganamos un concurso para presentar nuestro nuevo producto GYNOMA en Irlanda, que es referente mundial en nutrición funcional, y comenzamos a trabajar allí. Pero no perdemos el norte, somos científico­s; queremos tener impacto. Y, si lo tenemos, sabemos que el negocio viene después.

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