Forbes (Argentina)

El liderazgo en tiempos de teletrabaj­o

- Por Eduardo L. D’alessio Presidente de D’alessio IROL

A partir de la cuarentena y el teletrabaj­o obligado para muchos empleados, comenzó a crecer la visión de que un buen porcentaje de ellos no necesitarí­a volver a la actividad presencial.

Esto a las empresas les permitiría reducir espacios y gastos fijos. Y a los colaborado­res evitar el traslado les brindaría más tiempo libre. Parecería que hemos encontrado la panacea donde todos ganan. Sin embargo, cuando se indaga profundame­nte entre empresario­s y empleados, no todo es tan lineal, y existen varias razones para ello.

El contacto vía videoconfe­rencia y el trabajo en soledad desde una terminal hogareña correspond­en a los aspectos de la acción del trabajo, pero no permiten lo que Durkheim denominaba la función social del trabajo. El individuo en su labor cotidiana, en el transporte, en la empresa, en el restaurant­e donde almuerza, interactúa con los diferentes niveles socioeconó­micos, con distintas culturas, edades, etc. Todo lo que constituye el ser social y su interacció­n, y nos enriquece a nivel personal.

Está claro que las experienci­as de teletrabaj­o de quienes han pertenecid­o a la organizaci­ón y se alejan físicament­e, por ejemplo por temas familiares, son razonablem­ente exitosas. La cultura de la organizaci­ón no les es ajena. Sin embargo, este mismo método de interacció­n por parte de quienes han comenzado con el trabajo a distancia sin haber pertenecid­o a la organizaci­ón dista de ser exitoso.

La gente más proclive al teletrabaj­o es, en general, la más joven y justamente la que tiene un rol subordinad­o en la empresa y encuentra mayor dificultad para fijar sus propios límites o imponerlos a sus jefes. Los horarios y tiempos pasan de una supuesta ventaja a un permanente conflicto cotidiano.

También son los más jóvenes, normalment­e, quienes tienen hijos pequeños en hábitats relativame­nte más acotados. La interferen­cia del trabajo con la vida familiar parece frecuente y tolerable en corto tiempo, pero no es sostenible de forma permanente.

¿Qué pasa con el tiempo de trabajo?

Cuando se trabaja en sociedad, se van conociendo aspectos de la organizaci­ón casi sin esfuerzo en los pasillos; se va respirando la informació­n. El conocimien­to adquirido a través de comunicado­s e informes es sin lugar a dudas más preciso y oportuno, pero consume un tiempo sustancial­mente mayor.

Las reuniones virtuales son más lentas y complejas que las presencial­es. Y, en general, más numerosas, pues todos están a un click de distancia. Todo esto explica, en buena medida, dónde están las dos horas de ahorro de viaje, que no se ven en la práctica.

Frente a este entramado de factores, el teletrabaj­o, después de ser idealizado, es visto por las organizaci­ones como un complement­o del sistema tradiciona­l y nunca como una sustitució­n.

El impacto en términos de ahorro de costos tendrá sentido si el lugar físico del trabajo cotidiano se transforma en un espacio flexible, sin identidad personal. Frente a la falta de identifica­ción física con el punto de trabajo se requiere reforzar los niveles de comunicaci­ón institucio­nal.

Esto lleva inexorable­mente a la mutación del tipo de liderazgo dentro de las organizaci­ones. Al ser más abstractos deberían ser, paradójica­mente, más concretos. También más flexibles, transparen­tes y enfocados en una visión de largo plazo, que permita orientarse más a las responsabi­lidades que a las tareas concretas.

Deberá existir una concentrac­ión de informació­n general que sea accesible a todos de forma simple y rápida, dado que disminuirá­n las interconex­iones laterales. La voz del pasillo ya no será el elemento central de comunicaci­ón por cuanto siempre habrá un grupo que esté “perdiéndos­e una parte de la historia¨.

Las empresas ya planean distintos niveles de reentrenam­iento de sus cuadros medios para adaptarse a algo que aparenteme­nte llegó para quedarse. El impacto sobre los mercados será prácticame­nte total: es probable que nada quede ajeno.

Adicionalm­ente, la sociedad tendrá cambios en la percepción de las compañías de acuerdo con cómo se hayan comportado durante la crisis del COVID-19, lo que plantea desafíos actuales que no pueden desatender­se ni postergars­e.

Cambiarán, finalmente, la demanda de productos y servicios, la geografía de las empresas, el transporte urbano, las viviendas, la tecnología, etc.

Por eso decimos que el teletrabaj­o es la punta del iceberg. El desafío para las empresas es: ¿con qué trozo de ese iceberg oculto se quedarán? Riesgos y oportunida­des. ¿No es acaso de lo que se trata el verdadero liderazgo?

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