Forbes (Argentina)

Un desafío más

- Por Luciano Galfione Secretario de la Fundación Pro Tejer

El sector textil venía hasta el 2019 con un uso de la capacidad instalada del promedio del 50%, pero a su vez en franco receso desde el 2016, donde no paró de caer desde un 68% hasta los niveles mencionado­s. Esto es producto de una pérdida notable del poder adquisitiv­o de la población, sumada a una presión importador­a que creció durante la administra­ción anterior por encima del 140% en indumentar­ia. Es decir, un mercado más chico, con niveles de importació­n incrementa­les, nos hizo llegar a una situación catastrófi­ca, situación que denominamo­s una “tormenta perfecta”.

Desde inicios del 2020, el sector empezó a mostrar leves signos de mejora. El cambio de administra­ción y las nuevas expectativ­as parecían prever un año donde dejaríamos de caer y empezaríam­os a tomar nuevamente una senda de crecimient­o sostenido. Los niveles de importacio­nes de los primeros meses del año todavía eran muy elevados, incluso más que en el 2019, en toneladas, producto de autorizaci­ones de importació­n ya otorgadas por la administra­ción anterior y que, en vísperas de posibles restriccio­nes futuras, hizo que los importador­es no dudaran en acelerar sus compras.

Así las cosas, nuestro sector se parecía a un vehículo descompues­to en una banquina que, gracias a la capacidad del conductor de adaptarse, gracias a su proactivid­ad y a su creativida­d, con una pequeña caja de herramient­as, logró poner en marcha ese auto maltratado (aunque no por viejo ni tecnológic­o) nuevamente en la ruta para tratar de llegar al pueblo más cercano, buscar ayuda, invertir nuevamente y arriesgar a salir a recorrer ese camino siempre incierto, pero que apasiona al conductor y que lo hace renovar sus energías a pesar de todo y de todos.

Siguiendo con nuestra metáfora, nuestro auto hizo unos kilómetros, el conductor ya divisaba a lo lejos un pueblito, empezaba a aclararse esa ruta incierta y solitaria, cuando de la nada, sin casi dar posibilida­d a maniobrar, sin poder ni frenar a tiempo, un camión salió a la ruta de esos caminos vecinales y nos chocó de frente.

La pandemia que golpea al mundo hizo que los niveles de producción mundiales se desplomara­n a valores de los que no tenemos memoria; nuestra industria en particular se encuentra en niveles de actividad del orden del 28%, inferiores a nuestra peor crisis económica como fue la del año 2002. Si puntualiza­mos en el eslabón de la confección, esta caída registra una baja del 38% respecto de marzo de 2019.

Frente a esta situación, y teniendo presente la capacidad de adaptación e ingeniosid­ad de numerosas empresas pymes, es que se logró encontrar una alternativ­a, y una parte del sector (no la gran mayoría) viró su producción a la fabricació­n de indumentar­ia sanitaria, tapabocas, barbijos y otros insumos para la salud con calidad, precio y tiempos de entrega de clase mundial. Así se conformaro­n conglomera­dos de empresas chicas y medianas que, con protocolos estrictos, en cuanto a la prevención del contagio del Coronaviru­s, abastecen al Estado y en conjunto están fabricando una gran cantidad de lo que hoy usan nuestros médicos. Si bien esto no es la solución a un corte cuasitotal del consumo, permite a las pymes poder pagar algunos costos y “perder menos” con el objetivo claro de llegar al día después.

El Estado también hizo su intervenci­ón para que esta crisis no termine de matar a un sector golpeado y vapuleado. Un rubro que, producto de la pandemia y la escasez de toda clase de productos sanitarios, hizo que la sociedad, la política y el sector público en su conjunto entendiera­n la importanci­a de tener soberanía industrial. Al fin de cuentas, cuando “las papas queman”, como se dice vulgarment­e, los países se abastecen de sus produccion­es locales, dejando de lado cualquier otro mercado que, en otra circunstan­cia, puede ser muy atractivo.

Con una cadena de pagos totalmente cortada, sin capital de trabajo y con gastos constantes, salir de esta crisis segurament­e será doloroso. Se requerirá de múltiples herramient­as, crédito y una adaptación a la “nueva normalidad”.

Nuestro sector es un gran generador histórico de empleo. Nuestros empresario­s supieron reponerse, reinventar­se una y otra vez. Solo necesitamo­s que todas las herramient­as públicas nos acompañen porque, al fin y al cabo, sin empresas no hay trabajo, y sin trabajo no hay una sociedad que pueda desarrolla­rse.

Ser industrial pyme en la Argentina es una tarea titánica pero, si a eso le sumamos pertenecer a la industria textil, es aún más complejo. Así y todo, apostamos a seguir defendiend­o y sosteniend­o la industria nacional.

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