Compliance y el paso de códigos de ética a programas integrales
Compliance es relativamente nuevo en el mundo corporativo; al menos en lo que a América Latina respecta.
En un principio, las organizaciones se regían –o, mejor dicho, se conformaban– con solo tener un código de ética o políticas específicas, pero, cuando salieron a la luz escándalos de corrupción en empresas que contaban con los mejores códigos y políticas, se advirtió la necesidad de implementar programas de compliance integrales que estuvieran preparados para prevenir actos irregulares capaces de dañar la reputación de las compañías.
A partir de allí, se empezó a trabajar, además, en el cambio cultural que las organizaciones requieren para adoptar y aplicar programas de compliance de manera efectiva.
Para que el programa de compliance sea exitoso es fundamental conocer y comprender la conducta de los colaboradores y terceros que interactúan con la organización; ¿por qué procedemos de una determinada manera? ¿Cuáles son los incentivos correctos para que los colaboradores de una empresa actúen de manera honesta?
De hecho, hay una disciplina que se encarga de analizar estas cuestiones conocida con el nombre de Behavioral Compliance, un factor clave a la hora de diseñar e implementar programas de compliance, porque a las organizaciones, en definitiva, la conforman personas, y entender el comportamiento humano es el camino para lograr que el programa sea eficaz.
Una de las preguntas más frecuentes es cómo se mide el éxito de un programa de compliance, y para eso existen documentos como el “Evaluation of Corporate Compliance Programs”, elaborado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos, que sugiere no solo enumerar las políticas con las que cuenta una organización sino, fundamentalmente, registrar además cuáles son las que atraen mayor atención, qué valores aportan a la empresa, etc. Es decir, ya no alcanza con tener un programa, se exige también contar con métricas para analizar su efectividad.
La tecnología también ayudó y hoy es posible conocer la reputación de terceros y contar con alertas para conocer rápidamente el riesgo eventual de interactuar con ellos. También se realizan cruces de datos entre empleados y terceros a fin de evaluar conflictos de intereses o situaciones no deseadas que podrían exponer negativamente la reputación de la compañía.
En cuanto a la mejor manera de persuadir a los colaboradores y terceros sobre la importancia de defender y representar determinados valores, no hay mucho secreto: como siempre, se predica con el ejemplo. Algo que los estadounidenses llaman “walk the talk”, es decir, tener presente la importancia que cumple la conducta del líder para fomentar buenas prácticas, así como la conciencia de que no se tolera el logro de resultados a cualquier costo.
También es clave otro concepto, el de “tone from the top”, que significa que los líderes escuchen la misma música que el resto de la organización. Se trata de encontrar la sintonía perfecta para actuar como un verdadero equipo.
Hoy, más que nunca, la transparencia es un activo reputacional fundamental porque las personas, y en especial las nuevas generaciones, quieren trabajar en y para organizaciones que sean íntegras y transparentes. Solo de esa forma se puede alcanzar el “sentido de pertenencia”.
Compliance tiene un gran futuro por delante para contribuir a alcanzar este objetivo. De hecho, según un relevamiento realizado por Transparencia Internacional, la mayoría de los ciudadanos latinoamericanos consideran que sus gobiernos no hacen lo suficiente para abordar la corrupción.
En este sentido, queda en evidencia la urgencia de implementar el principio de “tone from the top” por parte de los líderes de la región, que deben actuar con el ejemplo para generar confianza en el largo plazo y, al mismo tiempo, brindar las herramientas necesarias para el control ciudadano (acceso a la información pública, canales formales de denuncia y celeridad en la justicia, etcétera).
Solo generando confianza se obtendrá el verdadero compromiso para la generación del cambio cultural.
HOY, MÁS QUE NUNCA, LA TRANSPARENCIA ES UN ACTIVO REPUTACIONAL FUNDAMENTAL.