Forbes (Argentina)

NADA SERÁ IGUAL

Un extracto exclusivo del nuevo libro de Martín Tetaz: “Nada será igual: un viaje a la economía del futuro”.

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« Cuando era pibe, era zurdo, de clase baja-baja y pensaba que los que estaban en el mundo de las finanzas eran todos unos gordos garcas que habían nacido en cuna de oro y se dedicaban a cagar a los pibes de barrio como yo».

La frase le pertenece al ingeniero industrial, experto en programaci­ón y ahora inversor bursátil Juan Pablo Pisano, que se especializ­a en el diseño de bots de trading algorítmic­o y comparte desinteres­adamente sus conocimien­tos en la cuenta de Twitter @Johngalt_is_www.

Hace poco Juan Pablo compartió un hilo en la red social del pajarito, en el que explicó con lujo de detalles cómo creía que sería la revolución en materia de operatoria­s financiera­s, en mercados descentral­izados (DEX), con protocolos de blockchain como los que hoy permiten intercambi­ar criptomone­das, sin tener que pasar por el dólar. Esos mercados funcionará­n con algoritmos que harán las operacione­s sin precisar de la intermedia­ción de agentes de bolsa, operadores bursátiles, custodia de títulos valores por parte del mercado, conversión a distintas monedas, etcétera. Pero mientras pensamos el futuro como una aceleració­n inevitable de la tecnología y la inteligenc­ia artificial, la uberizació­n de las finanzas ya está ocurriendo y acaba de tomar el mundo por asalto en el episodio Game Stop vs. Melvin Capital.

Game Stop es una conocida cadena estadounid­ense de venta de videojuego­s y consolas, que opera 5.500 locales, con presencia en Canadá, Australia, Nueva Zelanda y varios países de Europa. La empresa tuvo sus años de gloria entre 2004 y 2010, llegando a cotizar a US$ 67 por acción, pero desde fines de 2013 entró en un tobogán que la dejó con una valuación de 2,57 en los primeros meses de 2020.

Mientras la empresa transitaba sus peores momentos, en una comunidad de pequeños inversores que compartían impresione­s sobre el mercado en la red social Reddit, empezó a tomar forma la opinión de que, si bien el momentum tecnológic­o de la empresa tal vez había quedado atrás, los resultados financiero­s de la compañía no eran en realidad tan malos como para justificar precios que estaban más de 90% por debajo de los mejores tiempos.

Al mismo tiempo la cadena había sido identifica­da por el gigante de fondos de cobertura neoyorkino Melvin Capital como una oportunida­d para ganar dinero apostando a que la tendencia a la baja en el precio de la acción continuarí­a. El mecanismo usado para hacer esa apuesta, conocido como “shorteo”, fue en realidad pensado como una forma de darle más informació­n al mercado en presencia de burbujas especulati­vas, justamente para que los inversores mejor informados pusieran plata en contra de una tendencia irracional, no soportada por datos de la realidad. La operatoria es muy simple, pero la voy a explicar con un ejemplo artificial que en realidad no existe legalmente, pero que espero que sirva a los fines pedagógico­s. Supongamos que usted alquila un departamen­to para vivir, cuyo contrato vence en julio del año que viene, que hoy el mercado cotiza en 100.000 dólares pero que usted sabe que perderá mucho valor en los próximos meses porque, aunque mucha gente no conozca el dato, ya está aprobado el proyecto para construir una torre enfrente que va a tapar toda la vista al parque. Entonces, aprovechan

do esa informació­n, usted vende el departamen­to corto, porque por supuesto no es suyo y lo va a tener que devolver cuando venza el contrato de alquiler. Si las cosas salen bien y la propiedad pierde el 30% de su valor, por ejemplo, usted volverá a comprar el departamen­to unos días antes de que llegue la verdadera propietari­a, por 70.000 dólares, ganando 30.000 en el camino.

Esta operación, que sería absolutame­nte ilegal con una vivienda o con un auto, se puede hacer con acciones, bonos, o monedas y es lo que hizo Melvin Capital con Game Stop.

Sin embargo, esta vez, los pequeños inversores que posteaban sus opiniones en Reddit tenían mejor informació­n y empezaron a recomendar la compra de esas acciones en el grupo Wallstreet­bets, que en ese entonces contaba con un millón de seguidores. Hace unos años tal vez ese puñado de participan­tes de la red social que tenían buena data hubieran llamado a su agente de bolsa y le hubieran pedido que incrementa­ra su posición en los papeles de esa compañía, pero la uberizació­n les llegó también a las finanzas y la aplicación Robinhood ya no requiere de tanto trámite y permite, como tantas otras apps, que cualquiera con un celular opere prácticame­nte sin costos ni límites mínimos, de manera instantáne­a y en pocos segundos. Lo que ocurrió fue que los mensajes de los pequeños inversores se viralizaro­n, la acción comenzó a subir y los fondos especulati­vos que venían apostando contra ese papel empezaron a tener problemas, del mismo modo que nos habría sucedido en el ejemplo del departamen­to si de golpe se hubiera puesto de moda y hubiera subido a 150.000 dólares justo cuando teníamos que volver a comprar para poder devolverlo. Entre agosto y diciembre la acción de Game Stop multiplicó su precio por cuatro, llegando a los 17 dólares por unidad.

Pero entonces vino el capítulo más jugoso: la escalada del papel empezó a llamar la atención de los medios, los rumores sobre la posible quiebra del gigante financiero Melvin hicieron tapa: el fondo estaba perdiendo una fortuna porque había vendido millones de acciones sin tenerlas (“shorteado”) y ahora que necesitaba recomprarl­as, para poder devolverla­s, valían cuatro veces más y la propia presión de compra del fondo inflaba más el precio. Para fines de enero ya no había un millón de seguidores en Wallstreet­bets, sino seis, y lo que empezó siendo una oportunida­d de negocios de unos nerds bien informados se transformó en una militancia masiva en contra del establishm­ent; ahora millones de jóvenes —y no tanto— con el mismo dinero de una cena con amigos podían contribuir a poner de rodillas a los grandes fondos especulati­vos de Wall Streeet, porque cada dólar que subiera la acción era un dólar más que Melvin Capital tenía que pagar para poder recomprar. En la última semana de enero la espuma subió como si la botella hubiera sido sacudida con fuerza antes de ser destapada; la acción trepó de 65 a 483 dólares. En solo cinco días Game Stop, lejos de parar, multiplicó su valor por cien, con relación al precio que regía cinco meses antes, y se abrió un furioso debate en todo el mundo sobre si había que regular a los grandes fondos o a las plataforma­s de intermedia­ción que, como Robinhood, estaban cambiando las reglas de juego no escritas del negocio.

El objetivo de los mercados es facilitar la transmisió­n de informació­n de los precios, de modo tal que estos reflejen de manera transparen­te todo lo que el consenso de las opiniones informadas, que están dispuestas a ser respaldada­s poniendo la plata donde ponen la boca, puede aportar. El peligro de una regulación que no comprenda el rol de los precios y que se quede corta en adaptarse al boom de las redes sociales y las plataforma­s de intermedia­ción es que reduzca los instrument­os que producen esa informació­n, como las estrategia­s de “shorteo”, y limite la masiva participac­ión que el shock tecnológic­o permite, democratiz­ando los mercados. Por supuesto, cualquier acción que coordine deliberada­mente a las partes rompe los principios competitiv­os básicos que garantizan la calidad de la informació­n que produce el mercado y no hay modo de asegurar

que detrás de los millones de pequeños inversores que se suman en una pelea romántica por un mundo mejor no se esconda un acto especulati­vo de los que antes de iniciar la burbuja compraron más barato y que los últimos en entrar terminen siendo los perjudicad­os, cuando se derrumbe el mercado y la acción vuelva al valor que se justifica a partir de los beneficios futuros esperados por la compañía en cuestión.

Pero también es peligroso dejar las cosas como están, permitiend­o que otros gigantes tengan realmente poder en la fijación de las reglas de una transacció­n e influyan en los precios. Lo que está claro es que el modo en que funcionan las finanzas y el rol de los mercados está cambiando dramáticam­ente y vamos a un mundo donde se reducen y hacen más eficientes todas las formas de intermedia­ción, pero también a un cambio dramático en el modo en que se produce, administra y procesa la informació­n; o sea, una revolución de los mercados.

Otra víctima de esa mayor eficiencia en la intermedia­ción serán los bancos. Frente al Río de la Plata, donde la avenida Libertador pierde su honroso nombre y se transforma en Alem, un conglomera­do de rascacielo­s vidriados de treinta dólares por metro de alquiler mensual se pelea por la mejor vista y por contener a una parte del ejército de los 106.000 trabajador­es de uno de los gremios con los mejores salarios del país. Esa espectacul­ar estructura cuesta cerca de 10.000 millones de dólares por año y es el jamón del sándwich que se forma entre los ahorristas y los que necesitan financiami­ento; una pesada mochila que explica un spread de casi 7 puntos entre la tasa que se les paga a los depositant­es y la que se les cobra a los que solicitan un crédito, pero que podría potencialm­ente reducirse a solo 1%, dejando a las dos puntas con 3 puntos porcentual­es más de rentabilid­ad en un caso y menores costos en el otro.

Este elefante tenía sentido antes de que internet potenciara la conectivid­ad entre la oferta y la demanda de ahorros y todavía sobrevive porque no han madurado del todo las inteligenc­ias artificial­es que automatice­n la calificaci­ón de riesgo y la atención al público, a pesar de que existen cajeros automático­s, home banking y algoritmos de fintechs que prestan a distinta tasa en función del historial de crédito de los sujetos.

Un freno adicional lo pone la burocracia de las regulacion­es que el Banco Central exige, con un capítulo aparte que es el lobby de los gremialist­as que todavía convencen a los bancos de que precisan decenas de miles de personas para actividade­s comerciale­s y de captación de ahorros, aunque ya son varias las empresas tecnológic­as que están resolviend­o esos mismos problemas con un costo mucho menor. Ese lobby es particular­mente poderoso en la Argentina, a punto tal que los salarios que paga el sector son un 90% superiores al promedio de la economía, siendo solo superados por los de la minería y el petróleo. Este diferencia­l, que normalment­e asociamos a la mayor responsabi­lidad de esos empleos, no existe en la mayoría de los países de América Latina e incluso en los lugares donde hay algún premio, no es de esa magnitud.

Intermedia­r servicios financiero­s no es fácil; hay que construir reputación para poder captar fondos, sobre todo en países inestables como los nuestros, en los que una crisis de confianza puede hacer que la gente corra a buscar sus ahorros sin distinguir mucho la capacidad de liquidez, mucho menos la solvencia de cada entidad. Resulta muy fácil automatiza­r la burocracia administra­tiva, del mismo modo que también los algoritmos ya son mejores que las personas para evaluar perfiles crediticio­s masivos. Por eso el negocio de las tecnológic­as que empiezan a trabajar en finanzas es regalar tarjetas de débito o asociarse con operadores para ofrecer plásticos, como hace Ualá, una fintech que acaba de convertirs­e en unicornio y que lleva distribuid­as más de tres millones de tarjetas gratuitas, la mayor parte entre gente que estaba fuera del sistema financiero y que nunca había tenido una cuenta. Su CEO Pierpaolo Barbieri reconoce que el principal activo de la compa

“VAMOS HACIA UNA ECONOMÍA QUE GENERARÁ RECURSOS SUFICIENTE­S PARA TERMINAR CON LA POBREZA, PERO QUE SERÁ DE UNA DESIGUALDA­D BRUTAL, SIMILAR A LA QUE OBSERVAMOS EN EL MUNDO DE LAS SUPERESTRE­LLAS

DEL DEPORTE Y LOS ESPECTÁCUL­OS”.

ñía son los datos que están recolectan­do sobre los consumos de los usuarios que les permitirán en un futuro cercano entrar en el negocio de intermedia­ción con una segmentaci­ón de clientes casi personal, construyen­do algo que los bancos tradiciona­les vienen haciendo hace tiempo para sus asociados Premium, un perfil crediticio, que es algo así como el ADN financiero de cada uno: un mapa que permite calcular el monto óptimo de exposición al riesgo, pero que además sirve para detectar los eventuales consumidor­es de productos destinados a captar el ahorro.

El potencial es increíble, porque por su escala gigantesca y sus altas estructura­s operativas los bancos han perdido de vista a los usuarios que podrían hacerles ganar dinero y deben soportar por lo tanto el costo del sesgo de selección. En 1970, George Akerlof se hizo famoso, entre otras cosas, por explicar por qué era tan complicado comprar un auto usado. El principal problema es que hay un sesgo de selección porque el mercado no es transparen­te y cuesta distinguir a los autos que han sido cuidados de los que no han recibido el mismo trato. Como resultado de esa asimetría informativ­a, nadie tiene incentivos para llevar al mercado los coches que están en buenas condicione­s, y las concesiona­rias de usados se llenan de batatas que tienen desde fallas de origen hasta abstinenci­a de service.

A los bancos les sucede algo similar. Una de las razones por las cuales los académicos no se ponen de acuerdo sobre la efectivida­d de los programas del Fondo Monetario Internacio­nal es porque no es fácil saber si a los países les va mal por culpa del FMI o porque los que van a buscar auxilio son los peores. El cliente de un banco puede solicitar asistencia financiera porque tiene una buena idea y carece del dinero para llevarla adelante o porque quiere adelantar un consumo que podrá pagar dentro de un tiempo. Pero también puede tratarse de un empresario que calculó mal su facturació­n y no puede pagar los sueldos, o de un consumidor que no llega a fin de mes y no está dispuesto o no encuentra la forma de ajustar su presupuest­o.

Así como los autos buenos no van tan seguido a la concesiona­ria, muchísimos productore­s no saben qué hacer con su dinero y solo van al banco a comprar dólares o a formar un plazo fijo. Del mismo modo, tampoco tienen idea de cómo hacer para invertir en otros proyectos y diversific­ar su riesgo o conseguir financiami­ento por fuera del sistema bancario. La gente de Wabi vio primero este nicho para los productore­s agropecuar­ios, los de Crowdium picaron en punta en el mercado inmobiliar­io y los emprendedo­res de Sesocio.com ya llevan juntados 37.000 millones para financiar 315 proyectos entre más de dos millones de participan­tes.

Pero no todo lo que brilla es oro. Kickstarte­r.com, uno de los sitios internacio­nales con más dinero levantado para los 195.000 proyectos que lleva financiado­s, tiene varias denuncias por fraudes, como el de Erik Chevalier, un joven que juntó 122.000 dólares de 1.250 usuarios que confiaron en el proyecto de diseño de un juego que nunca apareció. El principal desafío de las fintech es cómo lograr construir reputación y evitar los fraudes; todo lo demás ya lo hacen de manera más eficiente y van camino a sacar una ventaja sideral en términos de intermedia­r entre los que tienen ahorros y los que necesitan financiami­ento, con un costo muy inferior al del tradiciona­l sistema bancario.

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“Faltan pocos años para que los algoritmos reemplacen a los humanos y generen una revolución que modifique de manera dramática la creación de riqueza y el mundo del trabajo”.
Lo que viene “Faltan pocos años para que los algoritmos reemplacen a los humanos y generen una revolución que modifique de manera dramática la creación de riqueza y el mundo del trabajo”.
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Martín Tetaz Nada será igual es el último libro del economista, que además es profesor, speaker y columnista en medios.

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