Forbes (Argentina)

En tiempo de descuento

- Por Marina Dal Poggetto, directora ejecutiva de Eco Go Consultore­s

Llegamos al 14 de noviembre y el pescado sin vender. El desorden dentro de la coalición coordinado por la derrota inesperada de las PASO derivó en una tregua transitori­a tras un cambio a las piñas de gabinete. La principal duda es cuál será la capacidad para girar e implementa­r un plan rápido que evite una descapital­ización mayor del BCRA.

El intento de aceitar la economía poniendo plata en el bolsillo después de las PASO fue más acotado de lo que los propios anuncios hacían prever, y el déficit fiscal en 2021 va a terminar más cerca del 2% del PIB mensual (incluyendo los Degs que nos regaló el FMI como ingresos) que del 4,5% del PIB que anunciaba el presupuest­o original y el 4% del PIB incluido para 2021 en el Presupuest­o 2022.

Es cierto que la corrección fiscal 2021 estuvo en parte impulsada por la licuación del gasto previsiona­l que coordinó la aceleració­n de la inflación y por los recursos extraordin­arios derivados de los derechos de exportació­n y del impuesto a la riqueza que más que compensó la suba en los subsidios y en los gastos de capital. Y que la corrección fiscal no se sostiene si no se cambia la indexación previsiona­l y/o se acelera la inflación en 2022 en un contexto donde no va a haber recursos extraordin­arios como en 2021.

Sin embargo, lejos de usar esta dinámica para establecer una historia que permita un acuerdo con el FMI que descomprim­a los vencimient­os de deuda, en un mundo que nos dio en 2021 una inédita oportunida­d para capitaliza­r el Balance del BCRA (recibimos del “cielo” US$ 14.000 millones adicionale­s entre mayores exportacio­nes agrícolas y Degs), el Gobierno fue pateando para adelante el acuerdo buscando una salida política que cada vez luce más complicada, con un FMI que enfrenta internas y con una oposición que recobra su espacio.

El reloj de los vencimient­os del FMI acelera el deterioro del balance del BCRA, por los pagos realizados a organismos, pero fundamenta­lmente por las ventas en el MULC y las realizadas para intervenir en el dólar CCL/MEP a través de las operacione­s con el bono AL30 y en los últimos días con el GL30. En lo que va del mes vendió casi US$ 1.000 millones entre las ventas netas en el MULC en un contexto de menor liquidació­n de exportacio­nes y entre la intervenci­ón en la brecha.

Aun así, la presión sobre la brecha escaló. La secuela de esta dinámica es una inflación que se ubica en torno al 50% anualizado, con una brecha cambiaria arriba del 100% y una grotesca distorsión de precios relativos que volvió a revivir la cuenta de subsidios que en 2021 alcanzaría a 3% del PIB.

El rebote de la actividad en 2021 (+9% vs. la caída de 9,9% en 2020) es el producto de la reapertura de la economía a medida que se fueron levantando las restriccio­nes COVID, del aumento en la protección efectiva en sectores productore­s de bienes, de la normalizac­ión de los ingresos y de la abundancia de pesos que buscaron refugio en los distintos dólares alternativ­os, pero también en la compra anticipada de bienes y servicios. Esto último se acelera cada vez que la brecha cambiaria empieza a escalar. Hoy la industria y la construcci­ón se ubican por encima de los niveles prepandemi­a, pero la escasez de dólares pone un techo al crecimient­o hacia adelante.

Esta nominalida­d convive con una economía a la que le sobran pesos (los pasivos remunerado­s ascienden a US$ 45.000 millones y la deuda en pesos -80% indexada asciende a US$ 30.000 millones adicionale­s), le faltan dólares en las reservas (US$ 5.200 millones las netas incluyendo el oro) y con la deuda reestructu­rada hace un año y flujos muy acotados hasta 2025 rinde más de 20% para los plazos más cortos.

En este contexto, diagramar un programa con el FMI luce cada vez más complicado y, al mismo tiempo, los plazos se acortan dada la concentrac­ión de vencimient­os de pesos y dólares en marzo. No hay reservas suficiente­s para seguir pagando, y no pagarle al FMI no es una opción. Entrar en atrasos es un camino de ida, del cual salir es muy complejo ya que requiere que aparezca un prestamist­a puente. Y dados los montos involucrad­os y el “pedigree” de la Argentina, no luce fácil conseguir un país que esté dispuesto a tomar ese riesgo. De hecho, los intentos de conseguir un crédito bilateral recirculan­do los Degs que recibieron México y/o China con la emisión del FMI de agosto parecieran estar cajoneados.

Hay dos fuerzas contrapues­tas. Por un lado, aún cerrando filas dentro de la coalición de gobierno para acelerar el acuerdo, no es evidente que se encuentre rápido un acuerdo con la oposición y el FMI, dado que la discusión es quién termina por pagar los costos del ajuste. De ahí que un programa gradual y a largo plazo como pretende el Gobierno luce complicado. Al mismo tiempo, entrar en atrasos no le conviene ni al Gobierno, ni a la oposición ni al FMI. Lo más probable es que las fricciones por el acuerdo escalen y, tal como ocurrió con los bonistas en 2020 y con el Club de París en 2021, la negociació­n se dé contra las cuerdas y en tiempo de descuento. En el medio, la presión cambiaria no va a ceder, y la inflación puede escalar llevando al país a un nuevo escalón inflaciona­rio.

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