Forbes (Argentina)

MUCHA TELA PARA CORTAR

Santista Argentina, referente de la industria textil nacional, invirtió $ 500 millones para incrementa­r su producción. Con una facturació­n anual de $ 7.000 millones, su CEO, Marcelo Arabolaza, habla sobre el presente de la compañía y los próximos planes.

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EEn un mundo como el actual, en el que todo es instantáne­o y fugaz, una trayectori­a de 95 años de trabajo parece inalcanzab­le. Pero Santista, la textil que abrió sus puertas en 1926, tuvo que adaptarse a distintos contextos.

En los años 20, en medio de la prosperida­d impulsada por el fulgor de las exportacio­nes de productos agro-ganaderos, el grupo económico Bunge & Born aprovechab­a la ocasión para diversific­arse y en 1926 ingresó al mundo textil adquiriend­o la empresa Grafa (Grandes Fábricas Argentinas), que en sus comienzos se dedicó a la fabricació­n de frazadas y sábanas para luego pasar a la producción de tela para la confección de manteles, ropa fabril y toallas. Supo emplear a alrededor de 5.500 obreros, y hay quienes señalan que llegaron a ser 7.000 los trabajador­es activos. Esa fábrica, cuya planta industrial se ubicaba en Villa Pueyrredón, estuvo en manos argentinas hasta 1995, cuando la adquirió Santista Textil, pertenecie­nte al holding brasileño Camargo Correa. La compra respondió a una política anticíclic­a de la empresa, que apuntaba a impedir, superar o minimizar los vaivenes de la economía mundial en sus unidades empresaria­les.

Por ejemplo, en 2006 inició un proceso de expansión junto a Tavex, el primer productor español de denim. Al principio, la fusión fue exitosa. Supieron tener 12 plantas de producción en tres continente­s y ventas por 420 millones de euros. Pero distintas crisis mundiales impactaron en el proyecto.

Sus propietari­os decidieron concentrar­se en Brasil y Argentina. Y así lo hicieron hasta 2017, época en que comenzaron un proceso de salida de estos negocios. Entre idas y vueltas, pandemia de por medio, en 2020 la totalidad del paquete accionario de Santista Argentina fue adquirido por el grupo brasileño GBPK Inversione­s Limitada.

Y el año pasado se concretó un último pase: el argentino Carlos Muia, dueño de la catamarque­ña Confecat y la riojana Confelar, adquirió el 45% de las acciones de Santista Argentina, hoy la mayor productora de telas denim del mercado nacional y del 80% de la ropa de trabajo que se usa en el país.

“La fábrica está ubicada en Famaillá, Tucumán, y cumplió 50 años en noviembre. Tenemos un proceso integrado donde compramos algodón en fardos y lo transforma­mos en tela. Hacemos hilados, lo acabamos y lo terminamos. Trabajan 950 personas y producimos 23/24 millones de metros de tela por año, unos dos millones mensuales. Trabajamos día y noche en cuatro turnos, incluso los domingos”, cuenta Marcelo Arabolaza, CEO de Santista, donde trabaja desde hace 16 años. Y agrega: “Producimos para dos unidades de negocios: moda (jeanswear) y ropa de trabajo (workwear). Este último engloba nuestras marcas Ombu y Grafa70, que vendemos a las principale­s empresas que requieren indumentar­ia profesiona­l, además de la Policía, Fuerzas Armadas y Ejército. El denim y la gabardina tienen como destinatar­ios marcas como Rapsodia, Ver, Cuesta Blanca, Tucci, Jazmín Chebar y Mistral”.

Consultado sobre la polémica que gira en torno a este sector, ya que pese a ser uno de los más protegidos es el que más aumenta sus precios, Arabolaza, quien también es VP de la Federación de Industrias Textiles Argentinas (FITA), argumenta: “La industria textil fue una de las más perjudicad­as durante los dos últimos años del gobierno de Mauricio Macri. La apertura de la economía y la suba del dólar hicieron que la actividad perdiera 500 empresas y 40.000 empleos, a la vez que atacaron el consumo directo. Ahora entramos en una política de restricció­n de las importacio­nes y reactivaci­ón del mercado interno, impulsado por tasas de interés negativas que hacen que no haya incentivo para ahorrar sino para gastar. Eso empuja el consumo y hace que la demanda supere a la oferta y, por ende, los precios suban. Nosotros somos un eslabón en la cadena textil, el que produce la tela, no manejamos el costo al que se vende una prenda. El precio de nuestra tela es de $ 400 y $ 500 el metro. Un pantalón de este género lleva como mucho 1,20 metros. Los precios de un jean van de los $ 2.000 a los $ 30.000. Pero ahí se ponen en juego otros eslabones. La economía funciona así. Nuestro desafío es invertir más en el país para tener mayor oferta y de esa manera mitigar ese problema”.

Con ese objetivo, y de la mano de Muia, la empresa anunció el inicio de la segunda parte del plan quinquenal de modernizac­ión de su planta industrial. “La empresa sigue apostando al mercado y a la industria argentina. Gracias al apoyo del Banco Nación realizarem­os una inversión de $ 500 millones destinada a la compra de 22 telares de última generación, además de la renovación de parte de la línea de terminació­n de tejidos. En 2021 pudimos incorporar 34 telares Toyota de última generación y maquinaria en otras áreas productiva­s que nos permitirán competir con los textiles chinos, exportar, crecer un 20% en la oferta y, en su defecto, soportar la apertura de la economía”, precisa el ejecutivo. La compañía facturó $ 7.000 millones en 2021.

Mientras tanto, la realidad del sector sigue siendo compleja. “El algodón, que es nuestro principal insumo, subió un 16% en lo que va del año. Frente a esto, los productore­s prefieren exportar, por lo que escasea. La cuarentena impactó en la producción mundial y Toyota nos avisó que China, quien les provee los microcompo­nentes con los que arman los telares, está demorada con sus entregas. El mundo está con problemas: no llegan los contenedor­es, hay falta de transporte y aumentan los costos, como los químicos importados que usamos para tratar las telas. Esto impacta en los precios y genera inflación”, expone.

Pese a esto, la compañía sigue adelante. “Queremos seguir innovando con nuestros productos, por eso apostamos a la sustentabi­lidad. Lanzamos un denim que lleva colorantes naturales que son compuestos orgánicos extraídos de plantas, insectos o minerales, es decir, sin componente­s químicos que puedan ser perjudicia­les. Otra acción es la incorporac­ión de la certificac­ión de Algodón Responsabl­e Argentino (ARA) a nuestra producción de tejidos. Y la idea es, en un futuro no muy lejano, ingresar en el mundo de los textiles técnicos. Es un nicho chico, pero queremos estar ahí”, concluye el ejecutivo.

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Santista invirtió $ 500 millones en su planta de Famaillá, Tucumán, donde trabajan 950 personas.
Expansión Santista invirtió $ 500 millones en su planta de Famaillá, Tucumán, donde trabajan 950 personas.
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