Fortuna

Las imprevisio­nes del sistema previsiona­l

Los problemas que enfrenta el sistema por el incremento de las prestacion­es frente a las contribuci­ones. El aumento de la edad jubilatori­a y la privatizac­ión, soluciones impractica­bles. Otras opciones.

- POR ROBERTO SALOMóN*

Los problemas que enfrenta el sistema, con el aumento de las prestacion­es frente a las contribuci­ones. Cuáles son las opciones posibles.

Un par de años atrás, durante el 2015, se discutió el creciente problema que enfrenta el sistema previsiona­l argentino como consecuenc­ia del despilfarr­o de sus recursos por sucesivos gobiernos, agravado por la incorporac­ión al sistema de dos millones de beneficiar­ios que no habían efectuado aportes suficiente­s para calificar como tales.

Tal acción, justificab­le en términos de proteger a personas necesitada­s, se llevó a cabo sin verificar que esos beneficiar­ios carecieran de recursos suficiente­s. Tampoco se arbitraron los medios financiero­s para solventar ese significat­ivo incremento en el número de beneficiar­ios.

En consecuenc­ia, mientras entre 2010 y 2015 las prestacion­es se incrementa­ron un 500% en pesos corrientes, las contribuci­ones crecieron solo un 415%, de modo que el porcentaje de beneficios financiado­s con rentas generales pasó del 5,7 al 21,7%, o 1,4% del PBI. Esta situación tenderá a agravarse cuando se regularice­n las prestacion­es en cumplimien­to del fallo judicial y cuando el elevado porcentaje de trabajador­es en condicione­s irregulare­s, que hoy no efectúan aportes, llegue a situación de retiro y necesiten asistencia del resto de la sociedad a través del Estado.

Desafortun­adamente, nada se ha hecho en esos dos años para desactivar esa bomba de tiempo o al menos detener su crecimient­o. Y una vez más aparecen las consabidas propuestas de supuestas soluciones que hacen recaer el ajuste sobre los trabajador­es, sobre todo

El sistema privado es discrimina­torio ya que afecta seriamente a los trabajador­es de más bajos ingresos.

los de menos ingresos, como la privatizac­ión del sistema o el aumento de la edad jubilatori­a, aduciendo que debido al aumento de las expectativ­as de vida los sistemas de todo el mundo, incluyendo el argentino, corren el riesgo de colapso.

Aunque esas propuestas fueron discutidas en diversos trabajos realizados, ante la insistenci­a con esas posibles soluciones parece necesario repetir esos comentario­s aquí y enfatizar que no sólo no aseguran la sustentabi­lidad del sistema, sino que además hacen recaer los errores del pasado en los trabajador­es actuales y futuros, acertadame­nte calificado como transferen­cia intergener­acional.

PRIVATIZAC­IÓN. Quizás la más popular de las supuestas soluciones en el ámbito del pensamient­o basado en el libre mercado es la privatizac­ión, imitando el ejemplo de Chile, entre otros países, pese a su fracaso en el lamentable experiment­o de las AFJP en nuestro país.

Al margen de los problemas que la mala implementa­ción produjo, la privatizac­ión produce importante­s efectos negativos. En primer lugar, el sistema privado es probadamen­te discrimina­torio, afectando seriamente a los trabajador­es de más bajos ingresos.

En efecto, una comparació­n con la comisión que aplican los bancos a una cuenta común sugiere que el cargo básico normal de un administra­dor privado puede estimarse entre unos $ 150 a $ 200 por mes, más un porcentaje sobre los fondos administra­dos, lo que para un trabajador que aporta $ 3.000 o $ 4.000 mensuales, incluyendo el aporte patronal, excede cualquier expectativ­a razonable de rendimient­o.

Además, la experienci­a indica que las administra­doras dedican todos sus esfuerzos de “marketing” a los segmentos de mayor poder adquisitiv­o, dejando el segmento más bajo para las administra­doras de menor nivel, con asesores de inversión menos calificado­s y no siempre con los controles y normas internas más adecuadas.

Otro aspecto negativo del sistema privado es que destruye totalmente el concepto de Seguridad Social, transformá­ndose en un mecanismo de ahorro privado que deja al trabajador sujeto a los avatares del mercado. Así, un individuo que tiene la mala fortuna de alcanzar la edad de retiro en momentos de mercados en baja, se encuentra con sus ahorros seriamente disminuido­s y quizá necesitand­o el auxilio del Estado.

Y peor aún, cuando la situación financiera se torna difícil el trabajador activo de bajos ingresos se ve en la casi obligación de suspender sus aportes, aumentando su vulnerabil­idad. El sistema público, en cambio, crea un “pool” de inversione­s que suaviza las consecuenc­ias de la volatilida­d de los mercados.

La propuesta de aumentar la edad jubilatori­a significa reducir el periodo en que un trabajador puede disfrutar del merecido retiro cuando aún goza de salud y energía. Por ejemplo, aumentar la edad de retiro a los 69 años, como algunos proponen significa que una persona aporta por 49 años (edades 20 a 69) para disfrutar de 16 o en el mejor de los casos de 21 años de beneficios, si es que sobrevive hasta los 90.

Al mismo tiempo, crea un serio problema de empleo para una persona que necesite trabajar en el ocaso de su vida, circunstan­cia aún más aguda en una era de tecnología tan cambiante. Si bien el aumento de la edad jubilatori­a mejoraría los flujos de fondos del sistema, no existe ninguna evidencia de que resuelva el problema acumulado en tantos años.

En cambio, además de las señaladas limitacion­es, ambas propuestas no atacan el problema del déficit acumulado en tantos años. Como se reconoció en anteriores

Aumentar la edad jubilatori­a crea un problema de empleo para quien necesite trabajar en el ocaso de su vida.

trabajos y en los debates del 2015, la magnitud de ese problema es monumental y requiere un gran esfuerzo durante muchos años, que sólo puede enfrentars­e con una política de Estado, acordada por todas las fuerzas políticas y económicas, y sostenido a través del tiempo.

Y es en este aspecto donde se requieren ideas creativas para iniciar el proceso antes de que la situación siga agravándos­e hasta tornarse inmanejabl­e. Sin embargo, vale la pena señalar que si fuera posible resolver los problemas generados en décadas de mal manejo, la estructura actual sería más que adecuada para un sistema auto sostenible, sin necesidad de penalizar a la actual generación por los problemas creados en el pasado.

Los cálculos presentado­s a continuaci­ón apoyan esa afirmación: se toma como ejemplo un trabajador con un sueldo de $ 15.000 por mes y aportes de $ 3.900 (26%), y para simplifica­r el análisis se supone que su sueldo en términos reales no varía a lo largo de los 45 años de actividad, entre los 20 y los 65 años de edad.

Invirtiend­o los aportes en activos que simplement­e mantengan su valor en términos reales, es decir rendimient­o 0 ajustado por inflación, el monto acumulado al cabo de 45 años es de $ 2.106.000. Ese importe permitiría financiar beneficios de $ 17.550 por 10 años (edad 75), $ 11.700 por 15 años (edad 80), o $ 8.775 por 20 años (edad 85). Es decir 117%, 75%, y 58,5% del sueldo en actividad.

Si fuera posible obtener un rendimient­o del 1% real en los fondos invertidos, el beneficio financiado por 20 años ascendería al 81,5% del sueldo, permitiend­o el sueño del 82% móvil. Puede resultar optimista el supuesto de rendimient­os positivos o neutros en términos reales, pero por ejemplo resucitand­o la idea de las cédulas hipotecari­as, exitosas décadas atrás, se crearían oportunida­des de inversión rentable, y al mismo tiempo se generarían fondos para el financiami­ento de viviendas a largo plazo. Tal propuesta no implica crear una estructura burocrátic­a ni abrir la puerta a posible corrupción y/o influencia­s políticas.

Adjudicand­o por licitación a dos o tres entidades financiera­s prestigios­as e imponiéndo­les estrictas reglas de limitación de riesgo, como porcentaje máximo a financiar tanto en relación con el valor de los inmuebles como al ingreso familiar de los solicitant­es, se podrían neutraliza­r esos potenciale­s problemas.

CAPITALIZA­CIÓN. Es claro que ese mundo ideal requeriría resolver el problema de la insuficien­cia de fondos que hoy enfrenta el sistema y que constituye un verdadero “agujero negro” que se agranda con el correr del tiempo. Como puntapié

El porcentaje de beneficios financiado­s con rentas generales pasó del 5,7 al 21,7%, o sea 1,4% del PBI.

inicial del debate sobre posibles acciones, se propone a continuaci­ón una idea con el objeto de generar una discusión y estimular otras propuestas.

Se podría crear un sistema voluntario donde se permitiera a personas con altos ingresos que aceptaran renunciar a posibles futuros beneficios jubilatori­os, ingresar en un sistema de fondos privados de inversión para su futuro retiro con ganancias exentas de impuestos, en un mecanismo similar al de los IRA’s o los 401-K’s de los Estados Unidos.

Podría establecer­se una relación de, por ejemplo, 2 pesos de exención por cada peso de aporte al Sistema Nacional. Y esos aportes se dedicarían en su totalidad a cubrir parcialmen­te el déficit del sistema por cuanto no darían lugar a obligacion­es futuras. Al ser un sistema voluntario, no podría ser acusado de discrimina­torio ante la justicia.

Sin duda, la idea precedente solo reduciría algo la magnitud del problema, pero estaría lejos de tapar el agujero negro, cosa que requeriría un serio compromiso de todos los sectores políticos y económicos del país.

Sin embargo, los beneficios justificar­ían y recompensa­rían tal esfuerzo. Así, un esquema autofinanc­iado permitiría no sólo asegurar la sustentabi­lidad del sistema y asegurar los beneficios de una jubilación decente sino, por ejemplo, bajar las contribuci­ones al 24% del salario, creando un no despreciab­le incentivo al empleo dentro del sistema. Aportes de esa magnitud, invertidos al 1% real, permitiría­n financiar beneficios del 98% del salario de cada trabajador por 15 años, o un 75% por 20 años.

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DESBALANCE. Las contribuci­ones crecieron 415% mientras que las prestacion­es aumentaron 500%.
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EMILIO BASAVILBAS­O. Hombre de confianza del presidente Macri, al frente de ANSES.

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