Tristán Rodríguez Loredo
Una radiografía del mayor foro de cooperación global.
Había un dicho que empezó en los círculos académicos y que en el Río de la Plata se hizo muletilla. Existen países desarrollados, subdesar rollados, Japón, Alemania… y la Argentina. Los que se habían levantado milagrosamente de su casi aniquilación comparados con el que tenía mucho por ganar y decepcionó.
El gran acreedor mundial pasó en pocos años al deudor crónico de los organismos internacionales, a los que primero desdeñó y terminó mendigando ayudas a cualquier precio.
¿Qué pasó entre un extremo y otro? No fueron los bruscos cambios climáticos que sembraron incertidumbre en el principal recurso de exportación. Tampoco los precios internacionales: en un largo período en que se pasó del catecismo de los términos del intercambio desfavorables al boom de la soja y la segunda revolución en las pampas de fin de siglo XX, de la mano de la innovación en métodos productivos, la biotecnología y los precios astronómicos.
Las crisis económicas se hicieron cada vez más frecuentes y con un común denominador: la crisis en la balanza de pagos que potenciaba los desequilibrios fiscales. A veces existía la tentación de cerrar la puerta al mundo y vivir con lo nuestro. Una utopía que fue adquiriendo dimensión militante a medida que las recesiones se profundizaban y se extendía por otros países de la región. La apertura económica, el libre flujo de capitales y el establecimiento de zonas de inte- gración comercial y política surgieron como una amenaza concreta para la soberanía y el bienestar de los pueblos a sojuzgarse. “ALCA, al carajo” imponía el histrionismo de Hugo Chávez en la cumbre paralela de Mar del Plata, que hacía naufragar la política aperturista de la administración Busch. De allí, una sucesión de hechos hilvanados por el mismo discurso: el dibujo patriótico de Moreno, el cepo cambiario y la lucha épica contra los fondos buitres que “venían por lo nuestro”.
Lo que en realidad está en discusión es la relación del país con el resto del mundo. Se pueden encontrar instancias más amigables y digeribles para una vocación regionalista, como la proclamada solidaridad latinoamericana, pero que efectivamente terminan generando conflictos internos como las pujas por las salvaguardas en el Mercosur, las devaluaciones asimétricas para ganar competitividad o la imposibilidad de coordinar políticas fiscales, aduaneras y hasta de política exterior.
Quizás en un escalón más en la profundidad del inconsciente colectivo, hay una resistencia activa a cualquier medida que objetive metas y pueda evaluar la performance política de cada país. Implica salir de la pura subjetividad y someter los postulados ideológicos al escrutinio de la realidad.
El andamiaje institucional para promover la integración y la cooperación internacional es cada vez más amplio y se ha venido modernizan-
Nuestras crisis se han hecho cada vez más frecuentes y con un denominador común: la crisis en la balanza de pagos, que potencia los desequilibrios fiscales.
do para mostrar una cara más cercana que las solemnidades diplomáticas del sistema clásico multilateral. Y este ensamble se motorizó por una sencilla razón: la globalización de las elites dirigentes. Ya hace dos décadas el politólogo Samuel Huntington promovía el concepto que, además de las diferencias hasta ideológicas, la clase dirigente de todos los países tenía una base educativa y un conocimiento común que los asemejaba mucho más entre sí que con otros estratos de sus mismos países.
Entre estos intentos cooperativos está el G20, “el principal foro internacional para la cooperación económica, financiera y política” y que tiene por misión abordar “los grandes desafíos globales y busca generar políticas públicas que los resuelvan”. No es una reunión más: representan el 85% del producto bruto global, dos tercios de la población mundial y el 75% del comercio internacional.
Una conjunción de factores construye esta cultura de funcionario internacional de directores, consultores, ministros y secretarios de todos los países, pobres o ricos; que se encuentran en las más disímiles circunstancias. De la misma manera, esa fluida comunicación por tener una visión común permite una empatía que hace imposible ocultar agendas y desviar intereses. Por eso, en una coyuntura de tensas negociaciones como la presente, es un dato a considerar. Como también la existencia de estándares internacionales que tampoco han escapado a la globa- lización.
Por eso, las exigencias no serán más de cabotaje, al uso nostro o las de atarla con alambre. En un mundo interconectado, con elites con vasos comunicantes, las soluciones exigidas también serán “world class”. O no serán.
¿Qué es el G20?
■ Congrega a la Unión Europea y a otros 19 países individualmente (Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Rusia, Reino Unido, Sudáfrica y Turquía).
■ No tiene un espacio propio. El país anfitrión (en 2018, la Argentina) se encarga de la organización de las actividades, define la agenda que se van a debatir y qué países y organizaciones invitar.
■ Habrá más de 45 encuentros que se desarrollarán a lo largo de todo 2018 y se harán en 11 ciudades: Bariloche, Córdoba, Ciudad de Buenos Aires, Mar del Plata, Mendoza, Puerto Iguazú, Rosario, Salta, San Salvador de Jujuy, San Miguel de Tucumán y Ushuaia.
■ En 2018 el G20 “se enfocará en tres cuestiones clave: el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo, y un futuro alimentario sostenible”.
■ Funciona orgánicamente por distintos canales: el de Finanzas (ministros del área y presidentes de los bancos centrales); Sherpas (funcionarios de seguir los debates y el vínculo entre el foro y su Gobierno).
■ La Troika está integrada por el país anfitrión, el último y el próximo. En este caso, paradójicamente los tres singulares: Argentina, Alemania y Japón.
■ Hay Grupos de Afinidad: Business 20 (B20), Civil 20 (C20), Labour 20 (L20), Science 20 (S20), Think 20 (T20), Women 20 (W20), Youth 20 (Y20).
Más de 45 encuentros se desarrollan a lo largo del año en el marco del G20, en 11 ciudades. La Troika está formada por Alemania, Argentina y Japón.