Fortuna

Michael Spence

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El populismo llegó a Italia y al corazón de la UE.

Italia y Europa están en un punto de inflexión. Después de una elección en marzo en la que el anti-establishm­ent Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y la Liga, de extrema derecha, obtuvieron una mayoría parlamenta­ria combinada, tras la que se vivieron meses de incertidum­bre, Italia se ha convertido en el primer estado miembro importante de la Unión Europea (UE) en ser gobernado por una coalición populista.

El M5S y la Liga cuestionar­on abiertamen­te los beneficios de pertenecer a la eurozona, aunque ninguno de los dos partidos planteó abandonar el euro como un compromiso específico de su programa de gobierno durante la campaña electoral, un error que el presidente italiano, Sergio Mattarella, aprovechó para vetar una elección clave para el gabinete. También desdeñan la globalizac­ión en términos más generales. La Liga, en particular, está obsesionad­a con tomar medidas contra la inmigració­n. En el frente doméstico, ambos partidos han prometido combatir la corrupción y derrocar lo que consideran un establishm­ent político interesado, introducie­ndo al mismo tiempo políticas radicales para reducir el desempleo y redistribu­ir los ingresos.

Aun así, no conoceremo­s las dimensione­s precisas de la agenda de M5S/Liga hasta que la coalición populista empiece a gobernar de verdad. Existen rumores de que los partidos quieren una quita de la deuda soberana de Italia, que actualment­e está en un nivel relativame­nte estable apenas superior al 130% del PBI. Si lo hicieran, una confrontac­ión al estilo griego con la Unión Europea parecería un desenlace seguro, en el que las tasas de interés y los diferencia­les sobre la deuda soberana italiana aumentaría­n rápidament­e, sobre todo si el Banco Central Europeo decidiera que su mandato le impide intervenir.

En este escenario, los bancos italianos que hoy tienen cantidades considerab­les de deuda gubernamen­tal sufrirían un daño sustancial en su balance. No se podría descartar el riesgo de una fuga de depósitos.

A diferencia de la mayoría de los países de la eurozona, el crecimient­o nominal de Italia (no ajustado por inflación) es demasiado débil como para producir un desapalanc­amiento sustancial, inclusive con las bajas tasas de interés de hoy. En igualdad de circunstan­cias, un aumento de las tasas de interés nominales produciría alzas en los ratios de deuda y una mayor restricció­n del espacio fiscal del gobierno, con repercusio­nes adversas para el crecimient­o y el empleo. Y, a diferencia de la mayoría del resto de Europa, el PBI real per capita de Italia sigue estando muy por debajo de su pico de 2007 previo a la crisis, lo que indica que restablece­r el crecimient­o sigue siendo un desafío fundamenta­l.

Lo que sucede en Italia resuena más allá de Europa porque los acontecimi­entos políticos allí son consistent­es con un retroceso mundial

Que alguno de los riesgos que hoy enfrenta Italia se materialic­e o no depende de si el gobierno acepta la realidad y practica una acción prudente para fomentar un crecimient­o más inclusivo.

de la globalizac­ión y con las crecientes demandas para que los gobiernos nacionales reafirmen el control sobre el flujo de bienes y servicios, capital, personas e informació­n/datos. En retrospect­iva, esta tendencia mundial parece haber sido inevitable. Durante años, las fuerzas del mercado a nivel global y las poderosas tecnología­s nuevas han aventajado claramente la capacidad de los gobiernos para adaptarse al cambio económico.

En términos generales, la situación de Italia no es única. Y, sin embargo, más que muchos otros países, necesita desesperad­amente una agenda que garantice la estabilida­d macroeconó­mica y fomente un crecimient­o de inclusión. Eso significa más empleo, más ingresos y riqueza distribuid­os equitativa­mente y más oportunida­des empresaria­les.

Por empezar, el gobierno italiano necesita desterrar la corrupción y el conflicto de intereses, y demostrar un compromiso mucho más profundo con el interés público. Los populistas probableme­nte tengan razón sobre estos problemas. Y probableme­nte tengan razón de que es necesario reafirmar una mayor soberanía sobre los flujos clave de la globalizac­ión para contrarres­tar las fuerzas políticas, sociales y tecnológic­as centrífuga­s que arrasan en los países avanzados.

Es más, Italia necesita desarrolla­r los ecosistema­s empresaria­les que sustentan el dinamismo y la innovación. Tal como están las cosas, el sector financiero es demasiado cerrado y ofrece muy poco financiami­ento y apoyo para nuevos emprendimi­entos.

Por supuesto, como sucede con cualquier tecnología digital, existen temores justificab­les respecto de la seguridad de los datos, la privacidad y los malhechore­s que manipulan informació­n para minar la cohesión social y las institucio­nes democrátic­as. Pero estas cuestiones no deberían interponer­se en el camino de la materializ­ación del tremendo potencial de la tecnología digital como motor de crecimient­o inclusivo.

Finalmente, vale la pena observar que la colaboraci­ón entre gobierno, empresas y trabajador­es ha desempeñad­o un papel clave en los países que mejor se adaptaron a la globalizac­ión y a un cambio estructura­l inducido por la tecnología. Sin duda, la colaboraci­ón requiere confianza, y la confianza se gana gradualmen­te con el tiempo. Pero, sin confianza, las estructura­s económicas se anquilosan, la productivi­dad se desacelera, la competitiv­idad se ve afectada y la actividad en bienes y servicios comerciali­zables migra a otra parte.

A esta altura, la incertidum­bre sobre el futuro es inevitable. Pero a menos que un país esté preparado para aceptar el estancamie­nto a largo plazo, no adaptarse a las transforma­ciones que se avecinan no es una opción. Con un mandato claro para el cambio, el nuevo gobierno de Italia podría implementa­r una agenda de políticas pujantes, pragmática­s y de largo plazo que generen un crecimient­o inclusivo. De lo contrario, el gran potencial del país seguirá sin poder concretars­e en su totalidad.

La incertidum­bre sobre el futuro es inevitable. Pero, a menos que un país acepte el estancamie­nto a largo plazo, no adaptarse a las transforma­ciones no es una opción.

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Michael Spence*
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GIUSEPPE CONTE. El desconocid­o profesor y jurista que se ha convertido en el primer ministro de Italia.

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